Callejero sentimental

Calleja del Pañuelo | Abrazo de cal y agua cantarina en Córdoba

He aquí un rincón intimista en el que te sientes materialmente abrazado por los muros de cal y al desembocar en la minúscula placita te arrulla la música acuática de su fuente susurrante, pura magia

Turistas saliendo de la calleja del Pañuelo Valerio Merino

Francisco Solano Márquez

Muchos de los turistas que salen de la Mezquita por la puerta de Santa Catalina , abrumados tras enredarse en el bosque de columnas, enfilan la calle Martínez Rücker en busca de sosiego, y enseguida encuentran la plazuela de la Concha y la calleja de Pedro Jiménez que todos conocemos como del Pañuelo. Un abrazo blanco. Cuarenta metros de embrujo. Justo enfrente abrió Laura su tienda de regalos -entre ellos, preciosos abanicos pintados a mano-, que bautizó como El Pañuelo , ¿qué otro nombre podía tener? «Pues no es tan estrecha», exclama un turista impaciente al enfrentarse al primer tramo. «¿Que no? Siga, siga usted un poco más adelante y ya verá», le anima Laura.

Y en efecto, tras un primer tramo más ancho, punteado a la izquierda por mínimos arriates con vides trepadoras, surge un rincón que acuna un naranjo y hermosea la esquina con capitel y fuste. A partir de ahí la calleja se estrecha hasta reducir su anchura a 76 centímetros , lo que mide un pañuelo de señora abierto por su diagonal. Dos personas gruesas no podrían cruzarse. La estrechez desemboca en la placita más pequeña de Córdoba y no sé si del mundo, pues no mide más de quince metros cuadrados. Pero es un gratificante respiro que invita a permanecer allí sin prisa para captar la esencia y el misterio de este rincón perdido. Pero los turistas se adentran con prisa y se dan media vuelta sin detenerse apenas. Ay, lo que se pierden.

La minúscula placita tiene planta rectangular y se abren a ella sencillas puertas de altura proporcionada y pintadas de verde, enmarcadas por arcos de ladrillo. Una de ellas tiene un postiguillo protegido por reja en la que una veintena de parejas han prendido candados de amor eterno, pues ya nada se libra de esta plaga que se ha vuelto vulgar.

Fuentecita cantarina

En el muro encalado las verdes copas de dos naranjos esbeltos tienden un toldo vegetal, y a su vera la fuentecita cantarina subraya el silencio de este apartado escondite con un hilo de voz perenne. Digo bien, un hilo; un hilo de agua que desde el modesto caño clavado en la hornacina revestida de ladrillos cae sobre el pilarillo, con aspecto de rojizo brocal árabe. La pintó Rafael Botí , que plasmó muchos rincones íntimos de su Córdoba añorada. Resuenan los pasos en el pavimento de morrillo que traza cuadrículas. En esto llega un joven guía con un grupo de muchachos y les explica su teoría de la calleja. «En época árabe -dice- las viviendas se ampliaban hacia fuera, comiéndose la calle, y eso generaba un urbanismo caótico». Vale. En una de las ventanas un cartelito ruega, por favor, que se evite poner la suela de los zapatos en la fachada, pues es muy costoso mantenerla limpia.

En documentos del siglo XVII se da a la placita el sugerente nombre de Rincones de Oro , pero don Teodomiro no se lo tomó al pie de la letra y escribió que se le puso «en mofa a su suciedad»; así la vería. El periodista Manuel García Prieto fue más poético y en 1953, a raíz de que el alcalde Antonio Cruz Conde la recuperase, se preguntaba en el semanario «Ecos»: «¿Serían los doblones del mercader de sedas? […] ¿Es acaso que allí vivieron plateros de oro fino?». Y la web «Córdoba a pie» apunta otra leyenda de época árabe que sitúa allí a un comerciante de telas tan finas que por su calidad y precio se consideraban como de oro, así que algunos clientes se limitaban a comprar solo un trozo a modo de pañuelo. Quién sabe.

Placita al final de la calleja del Pañuelo Valerio Merino

El costado derecho de la calleja corresponde a la casona de los Concha , una mansión del siglo XVII que da carácter a la plazuela de su nombre, antesala del Pañuelo, con su portada adintelada de piedra gris y sobre ella un frontón partido en el que se inserta el balcón, igualmente adintelado, rematado por pináculos con bolas. Tan noble casa fue adquirida en 1922 por la Institución Teresiana, fundada por san Pedro Poveda , y en 1963 encargó la restauración al arquitecto Rafael de la Hoz , que dejó su impronta en la escalera de caracol volada y en la capilla, en la que ensayó el modelo que desarrollaría por los mismos años en la iglesia de Santa María Madre de la Iglesia, calle El Nogal. Curioso. Al excavar la cripta donde reposan los restos de la beata Victoria Díez -joven maestra teresiana fusilada en Hornachuelos en agosto del 36, víctima inocente de la barbarie fratricida- la fortuna arqueológica permitió descubrir un mosaico romano de tipo geométrico, que hoy decora el testero del evangelio. En el salón principal de la planta alta La Hoz encontró asimismo un espléndido artesonado mudéjar que había permanecido tapado hasta entonces por un doble techo raso que lo protegió durante siglos.

Noble casona

Muchos de los turistas que se acercan a la calleja del Pañuelo se asoman también al amplio zaguán de la noble casona, pavimentado de guijarros de río que dibujan una estrella negra sobre fondo claro. A la derecha del zaguán una artística cancela permite entrever el luminoso patio señorial de la casa, de elegancia renacentista, con doble claustro en tres de sus lados; los arcos de arriba, tapiados, aunque visibles. El pavimento empedrado alterna bandas claras y oscuras que confluyen en el centro, donde surge una fuente antigua con pilar octogonal y una erosionada piña, al parecer de época romana, de la que brota un surtidor. (Quiero expresar mi gratitud a la amable teresiana que me abrió la puerta con hospitalidad y me mostró lo más sobresaliente de la casa, aunque por santa modestia calló su nombre).

Casona de los Concha, del siglo XVII Valerio Merino

En la esquina opuesta de la calleja, en una casa reformada, abre el restaurante Doble de Cepa , de Laura Roda. «Un nombre culto», le digo a Isa Jurado, joven artista carpeña que acompaña con su cante flamenco el almuerzo y la cena de los clientes, con la guitarra de Ángel Dobao.

El doble de cepa es el toque fúnebre que la campana mayor de la Catedral dedica a los descendientes de los nobles cordobeses que participaron y vencieron en la batalla del Campo de la Verdad, que en 1368 enfrentó a las tropas de Enrique II contra las su hermanastro Pedro el Cruel, que había sitiado la ciudad. Los comedores ostentan algunos de aquellos apellidos, como Cabrera o Muñiz. ¿Y cuál es la especialidad de la casa si se puede saber? «La tortilla con cebolla caramelizada», responde Isa sin dudarlo. Pues habrá que probarla.

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