Aristóteles Moreno - Perdonen las molestias
2016
Hoy hace 15 días que acabamos de atravesar el año prometido. Y el avión no acaba de despegar. De hecho, sigue carcomido por el desdén
Ustedes quizás no se acuerdan, pero en 2016 iba a brotar oro líquido de los manantiales y del cielo llovería fruta fresca. En el meandro del río Guadalquivir florecería un vergel y en su centro se alzaría un palacio celestial diseñado por uno de los más insignes arquitectos del planeta. Los artistas encontrarían su santuario en un edificio blanco como el nácar y la música flotaría en la atmósfera de una ciudad llamada a ser capital de Europa. Qué decimos de Europa. Del mundo.
2016 era el año. Todas las señales anunciaban el advenimiento de una nueva era. Una nueva ciudad, un nuevo espíritu, una nueva proyección al universo. Lo proclamaban las actas capitulares del mismo modo en que lo auguraba el Boletín Oficial del Estado. Nostradamus no hubiera escrito una profecía tan perfecta ni habría empujado a miles de seres humanos hasta el borde de una fecha mítica a partir de la cual la vida se transformaría para siempre.
Ustedes quizás no se acuerdan, pero una multitud coloreó de azul el Puente Romano para invocar el nuevo milenio que estaba a punto de revelarse. Los balcones estaban llenos de esperanza y la cultura alumbraría, por fin, la penumbra de la administración pública. Una ronda aligeraría el flujo incesante de vehículos mientras los orfebres se instalarían en la gran ciudad de los plateros. Agrópolis, la Arcadia feliz, regaría de hortalizas y valor añadido nuestra tierra.
No se topa uno con un 2016 todos los años. Ni siquiera todas las décadas. Hay años que se convierten en alimento espiritual para una generación. 2016 era el año. Cualquier contratiempo, por mayúsculo que sea, se disipa como la niebla ante el futuro de incienso y mirra que estaba a punto de llegar. Algún día, más pronto que tarde, nos adentraríamos en la fecha mágica y nos bañaríamos en sus aguas cristalinas.
Pues bien. Hoy hace justo 15 días que acabamos de atravesar el año prometido. El avión de 2016 no acaba de despegar. De hecho, permanece en el promontorio del Balcón del Guadalquivir carcomido por el desdén y víctima del ataque rutinario de los vándalos. Sobre su fuselaje aún figura estampada la frase que hechizó a media generación. Córdoba 2016, Capital Europea de la Cultura. A su izquierda, sobrevive el logo de la estrella de seis puntas sobre fondo azul.
Parece que fue ayer cuando el DC7 se convirtió en estandarte del futuro. Con el boato propio de las efemérides solemnes, la vieja aeronave de fabricación estadounidense cruzó la ciudad desmontada en cinco camiones de gran tracción. Fue una operación colosal. A la altura del momento histórico que estábamos cerca de inaugurar. Con un costo superior a los 80.000 euros. Quizás 90.000. Tal vez algunos miles de euros más. Que los presupuestos los carga el diablo y pueden acabar por las nubes.
A lo que íbamos. El avión apuntaba muy alto. No en vano llevábamos muchos años preparándonos para ese momento. El advenimiento de la nueva era. Se ancló sobre el montículo y se determinó que el DC7 se iba a convertir en un contenedor cultural. Otro más. La Arcadia feliz, ya saben, se baña con agua de piña y mucha cultura. Pero no un contenedor cultural cualquiera. Por favor. Sino uno dedicado a creadores emergentes. Como lo oyen. Fíjense qué cosa más premonitoria. Era marzo de 2011 y ya rendíamos culto a los emergentes.
Hoy no sabemos qué diablos hacer con aquel tótem que aún se asoma al río. Seguramente porque no tenemos ni idea de cómo administrar este espejismo que ya se nos ha echado encima.