Semana Santa Córdoba 2022
Viernes Santo de Córdoba, lo que debe morir se despide
El estreno de la Soledad en Guadalupe y de la Conversión en la carrera oficial marcan un día de estampas clásicas
Itinerarios y horarios del Viernes Santo en Córdoba
Semana Santa de Córdoba 2022: ABC te trae la guía más completa
El río que llega al mar; la flor que un día fue una fiesta de belleza y olor; el amanecer, mediodía, tarde y ocaso del día como metáfora de la vida que tiende a terminarse. El hombre lo es por saber que las cosas se terminan, incluido su mismo aliento.
A veces no nota que han empezado, porque el mundo es ancho y no puede poner los ojos en todas partes. Otras veces hay hábitos, rostros y manos que forman parte de su vida desde los primeros recuerdos y no quiere asomarse al abismo de saber que tendrá que despedirse de ellos en cierto momento.
Por mucho que sepa que las cosas terminan, y aunque sea capaz de ver los discretos signos que lo cuentan, los hombres y mujeres tienen cierta vocación de eternidad no para sí mismos, sino hacia todo aquello que quieren y que les ayuda a levantarse todos los días. Para lo que les hace felices.
La Semana Santa de Córdoba, como todas, es una fiesta que se termina desde el mismo momento que empieza . Los que el Domingo de Ramos se veían entre nazarenos sabían que caminaban en último término hasta sus iglesias.
Los que estaban felices por haberse encontrado con imágenes que a lo mejor no podrán ver el resto del año no querían creer que cuando se les marchasen en el remolino de la bulla no tendrían, otra vez, nada más que el recuerdo.
Los que aguantaron hasta alguna de las últimas entradas eran conscientes de que el resto de los pasos ya estaban otra vez q uietos en sus iglesias , que las candelerías gastadas no se encenderían otra vez, que había nazarenos que ya se habían despojado de la túnica para por lo menos un año.
Les quedaba todavía el consuelo de que faltaban días, porque había empezado una vida nueva y dichosa. Efímera también, sí, aunque todavía sin horizonte de final en el gozo de planear los días mirando los horarios, en el paladeo de los recuerdos que habría que revivir. Con las curvas de la lluvia o de la amenaza se seguía avanzando, pero siempre hay un momento en que suena el golpe del final.
Como una gran cofradía que alcanza la Catedral y busca el templo del que salió, la Semana Santa deja caer en cierto momento que está hecha para pasar . Por el camino deja recuerdos, se cuela en la conciencia, hace preguntas, cuestiona ausencias y deja la dosis justa de un veneno dulce para repetir al año siguiente sin falta.
La Conversión completó un camino de diez horas que se inició por los espacios de Electromecánicas
Un día parece que es eterna, como lo era la Virgen de la Soledad avanzando por las calles de su nuevo barrio, y al poco se sabe que hay que dejarla para buscar nuevos horizontes y se cae en la cuenta de que uno no se puede ir del lado de una cofradía sin el dolor de pensar que deberá permanecer 364 días enteros con lo que se ha vivido en apenas unos minutos, que eso que se lleva al marcharse es el néctar de una flor que apenas permanece abierta un tiempo.
Qué corto lo que se puede ver a la Virgen de los Dolores al caer la tarde de su ciudad, qué rápido pasan los nazarenos del Santo Sepulcro, la música que va llenando las calles estrechas de la Expiración.
El alma vive tan feliz pensando en esos rasgos de las cofradías del Viernes Santo de Córdoba que las hacen distintas que no se dan cuenta de que son las de la última tarde, las de un capítulo final que tendrá al cabo de unas horas un epílogo de gloria.
Algo se podía notar ya cuando el Jueves Santo se había desangrado feliz y la Buena Muerte volvía de la Catedral en una noche que no es tan solitaria como dicen. El rito, como el que contó Rafael Montesinos, es heredado y no aprendido , y tiene un ritmo al andar, al comportarse y al disponer las túnicas y las esclavinas.
Los que todos los años lo repiten conocen bien el caminar pausado del Cristo, con un más tapiz que monte de claveles rojos entre cera tiniebla, y sin querer despedirse van mirando al horizonte hasta el momento en que después de los nazarenos severos y de los atributos va apareciendo el palio deslumbrante de la Reina de los Mártires .
Cambió esta vez por claveles blancos e imperecederos sus rosas de los últimos años, y su candelería, con original cera rizada , le cantaba sin alzar la voz como los flecos pegando en los varales todos los años.
Los que la siguieron se durmieron felices, pero tal vez hasta la primera de la tarde no eran conscientes de que tardarían mucho en volver a encontrarla. Debieron de caer en la cuenta cuando la Virgen de la Soledad caminaba estrenando barrio y música .
Unos minutos antes todo era tan nuevo como la noticia de verla salir . Al cabo de unos cuantos más, quizá bastantes, hubo que decirle adiós. Nadie lo pensaba cuando la cruz de guía y los nazarenos marrones atravesaban por primera vez la puerta de la iglesia de Guadalupe, ya con la banda interpretando ‘Ione’.
Pronto apareció la Virgen en su paso y se notó que la cofradía quiere con la banda la misma relación que una cofradía de silencio con la música de capilla: debe recalcar lo solemne y lo serio. No salió el paso con la Marcha Real, sino directamente con una marcha y sin tambor: ‘Dolor y Soledad’ .
Por la calle Cronista Maraver abundaban las colgaduras con la estampa de la Virgen, que parece que ha conseguido arraigar en muchos lugares de su nueva casa, y los que podían ir por los costeros cayeron pronto en la cuenta de que era Viernes Santo.
Eso era bueno por poder admirar su dolor callado , sus ojos expresivos, las manos en las que parece temblar todavía la sangre de Cristo en la corona de espinas. Era malo por saber que había que dejarla y que así la fiesta estaba más cerca de terminar.
Cuando se marchó por Jesús Rescatado, el Cristo de la Oración y Caridad ya estaba cruzando por el puente de la carretera de Palma del Río en busca de calles que le son nuevas. Había dejado su barrio de Electromecánicas para empezar un camino de diez horas que no daba miedo.
La Virgen de la Soledad optó por la seriedad y evitó la Marcha Real en el estreno de su nueva casa
Al acercarse a Poniente, el eco de las zonas abiertas repetía los golpes de los tambores . Los anales contarán que el primer año iba con un cortejo sencillo y compacto, y que el paso se había resuelto con ornamentación y cartelas, aunque todo el mundo miraba la novedad de la estampa de las tres cruces.
Impactaba el perfil del Cristo de la Oración y Caridad en el momento de anunciar a San Dimas, crucificado esta vez a su izquierda, que su fe en el trance del patíbulo le había salvado, y por ese lado muchos le buscaban la mirada.
Había un sol blanco que anunciaba lo más fuerte de la primavera cuando la cofradía caminaba prefigurándose la torre de la Catedral , a la que llegó pasadas las diez de la noche, cuando todas las demás, ya veteranas en el día y en la Semana Santa, la rodeaban por unas calles y por otras.
A partir de entonces, muchos de los que habían buscado las novedades se marcharon rumbo al Centro. Allí estaba el Viernes Santo solemne y algo tardío que se había quedado con los horarios de la nueva carrera oficial.
Con tanto gusto por la capa, la cera rizada y las marchas brillantes, las cofradías severas se venden siempre caras y cuando lo hacen es casi demasiado tarde. Pero allí estaba la Expiración, aunque con su presencia muchos siguieran cayendo en la cuenta de que la fiesta se marchaba.
En ese momento el Viernes Santo ya era de multitudes como la que sabía que verla pasar por Tundidores, Fernando Colón , Huerto de San Pedro el Real y San Francisco es una delicia en un a Córdoba casi clandestina y silenciosa como la propia cofradía.
Una espera de nazarenos severos y de atributos con sentido se hace siempre leve, y más cuando la música de capilla anticipa lo que está a punto de girar la esquina. En el Cristo de la Expiración el fuerte grito del que habla San Juan se escucha, pero está sublimado por su presencia y por la forma en que su cofradía lo resuelve en dulzura.
No faltaban a sus plantas iris morados y las pitas que evocan la dureza del Calvario, pero eso era para quienes fueran capaces de quitar los ojos de su presencia y del cielo al que señalaba con la mirada.
La calle Fernando Colón ya estaba invadida por la cofradía y cuando el Cristo giró en busca de su antigua casa de San Francisco los ciriales anunciaban a la Virgen del Rosario. Los chicos jóvenes que habían pasado dos años sin Semana Santa en sus todavía cortas vidas aprendían que en ciertas cofradías los nazarenos llevan los cirios bajos hasta que han salido los titulares, y que sólo cuando las imágenes están fuera de sus iglesias se los suben al cuadril . Pudieron fijarse en varios lugares.
En un año en que las candelerías demostraron que pueden ser creativas y arquitectónicas también en los pasos de palio de cofradías serias, la Virgen del Rosario era como una invitación a buscarla también en las horas de la noche en que su belleza romántica resplandecía sin que la electricidad le quitara dulzura. No habría muchas oportunidades más en la tarde fugaz que se iba con la elegancia de la música de Amueci .
La multitud buscó por Capitulares a la hermandad de los Dolores, que había puesto a sus nazarenos por primera vez en la calle desde 2017. Llegaba tras el tramo de silencio en torno a la plaza del Cardenal Toledo para personas con autismo . Venía envuelto en música fúnebre el sereno Cristo de la Clemencia, aunque era inevitable recordar la personalidad que se había perdido desde este año con la Redención. Iba ligera la cofradía en busca de la calle de la Feria y se agradeció al tener encima todo lo inmutable de la Virgen de los Dolores.
Desde 2017 no se encontraba Córdoba con la Virgen de los Dolores un Viernes Santo, y su estampa siempre es inmutable
Cuando llega por el perfil, antes de girar, muchos se daban cuenta de que se conocían de memoria la peana y los pliegues del manto negro , de que no había pasado el tiempo para ver el rostro sobrecogedor que sólo puede llamarse de los Dolores.
Hacía cinco años que la ciudad no podía encontrarse con la Virgen en las calles el Viernes Santo y quedaba el aire de que había conseguido borrar la ausencia y apuntarse a los años incontables que no cambió nada. Las calas populares y las flores blancas hacían presagiar ya una primavera en el mes que llegará pronto, y de lo que tanto sabe Ella.
Por el Puente Romano , abierto al Guadalquivir y a los vientos, soplaba el aire de la fiesta que marcha cuando caía la tarde y venía el Descendimiento . Incluso en su justa alegría de barrio hay siempre un acorde que cuenta que es Viernes Santo y que la Resurrección es tan alegre como cierto el final definitivo de lo que se ha esperado.
Desde luego en el misterio trágico y también en Nuestra Señora del Buen Fin , que con las flores rosas parecía solo alegre al cruzar de vuelta por encima de un Guadalquivir que no volverá a ver cofradías pasar en todo un año.
Con la última luz pasó el cuerpo enterrado de Cristo en el Santo Sepulcro y el cortejo fúnebre de la misma Semana Santa. Tantos días se había evocado la perfección de sus formas y de su criterio y al final dolía saber que al tenerlo encima había que despedirse.
Hace tiempo que entró en el selecto lugar de las hermandades que no tienen que sumar cambios, porque son como las sinfonías que empiezan con una nota , la de la matraca junto a la cruz de guía, y se sabe cómo terminan.
Se había marchado el calor, pero la Compañía y las calles cercanas estaban del todo llenas mientras los nazarenos pasaban con la seguridad de que todo el mundo sabía lo que tenía que hacer para la coral no desentonase.
El mundo era perecedero y la Semana Santa se marchaba, pero quedaba la promesa de eternidad en la urna del Santo Sepulcro: «Ego sum resurrectio et vita». Si la vida era un río que iba a dar al mar de la muerte, también en el océano habría sitio para respirar sin tener que llegar a ningún final.
Pensaron en ella los que miraron a los ojos y a las luces de la Virgen del Desconsuelo y los que pensaron en lo que echan de menos las voces que cantan pegadas a su manto.
Y mientras se esforzaban por encontrar los azahares entre los claveles blancos de las piñas se lanzaron a creer en la eternidad prometida para no caer en la cuenta del sinsentido de despedirse alguna vez de todo lo que se quiere, aunque se sepa que t iene que morir .
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