Semana Santa Córdoba 2022
Tribuna libre | 'Los ojos de la Virgen'
Juan José Jurado, ex hermano mayor de la Virgen de los Dolores, realiza una evocación literaria y religiosa de la 'Señora de Córdoba'
Semana Santa de Córdoba 2022: ABC te trae la guía más completa
Siempre que entro en San Jacinto, Madre bendita , lo primero que miro son tus ojos. Allí veo reflejada mi infancia, mi juventud , el día que me casé, el nacimiento de mis hijos, la muerte de mis padres, mis momentos de alegría y de zozobra, mis preocupaciones y mis logros.... Allí está, sencillamente, toda mi vida, que no la entiendo sin ti, sin tu mirada de Madre tierna y buena. Y también veo en ellos la aflicción del mundo...
Y es que todo el pesar de la humanidad lo veo condensado en tu cara, en tu augusto dolor, en tu sufrimiento contenido, en tu sublime majestad. Si hay un dolor soberano y único, como fiel modelo para hacer frente a la adversidad que nos turba y atenaza, ese es el tuyo, Madre. No hay dolor -tan maternal, tan acogedor-, comparable al tuyo.
Sí, Madre. Tú lo sabes bien. Los años pasan, pero no el anhelo que inunda el altar de mi corazón desbordado cuando especialmente te miro a los ojos cada Viernes de Dolores ; cuando beso tu estampa al comenzar mi jornada de trabajo; cuando cada día contemplo y beso tu foto antes de dormirme...
Ese anhelo esperanzado, Madre, ese intento -por desgracia, no siempre logrado- de ser mejor hijo tuyo permanece intacto, y se ve claramente acrecentado por la emoción propia de la edad, porque se agolpan los recuerdos y las vivencias que salen del desván de mi memoria en torno a tu bendita y carismática imagen.
Sí, es mirarte y siento como tus ojos me llevan ineludiblemente al aleteo de tus labios, a tus delicadas manos, a la corona de tu hijo sostenida en evangélica y catequética expresión, al triángulo simbólico y acogedor de tu manto protector y maternal. Es contemplarte y pensar en la corona que nos aflige, es sentir el dolor punzante de nuestra propia corona de espinas ; mas toda esa pena queda ahogada y desvanecida al ser enjugada con tu pañuelo en maternal ofrenda.
Y es que tú, Madre nuestra, me haces gozoso en la esperanza, disipas las tinieblas de mis dudas, me fortaleces en la fe, me das serena respuesta a la pregunta «dónde se encuentra Dios» mientras aquí nos abatimos en injusticias manifiestas, en cruentas y criminales guerras, en persecuciones sinsentido , en continuos atropellos a la dignidad de la persona...Al mirar la suprema belleza de tus ojos me doy cuenta que nada de tus hijos te es ajeno porque, sencillamente, nada de nosotros es ajeno y extraño para nuestro Padre Dios.
Somos nosotros los que, sobre la base de una libertad mal entendida, lo vamos desterrando de nuestras vidas en holocaustos fratricidas, en egoísmos permanentes, en incitaciones a la violencia , en soberbias vanidades, en resentimientos mezquinos, en continuas conductas reprobables donde la mentira, la ignominia y la avidez tratan de desterrar torticeramente a la verdad, intentando adueñarse de la sensatez y de la cordura.
Hemos relegado osadamente de nuestras vidas, Madre Bendita, a tu Hijo, y soberbia, altanera e insensatamente hemos colocado por delante de él los poderes e intereses de este mundo, en mezquino y torpe desagradecimiento de Quien dio su vida en holocausto de amor inigualable.
Madre, en estos momentos de universal fragilidad, de abrumadora zozobra, de tantos hijos tuyos que padecen el dolor inesperado de la guerra y el grito desgarrador de la injusticia más tremenda; en estos momentos donde la fractura social emerge, desgraciadamente, poderosa; en esta periodo de la historia en el que muchos alardean neciamente de la quiebra de los valores predicados amorosamente y sin violencia por quien murió en una cruz para que no estuviéramos solos en los momentos de abatimiento y angustia, de tristeza y desamparo, de soledad y agonía, tú nos reconduces a horizontes de belleza y bondad, de ilusión y esperanza, gracia y ternura...
Sí: nos miras con inmenso amor de Madre y delicadamente nos guías con tus gloriosos ojos a la caridad fraterna, a la serenidad de espíritu, al compromiso sincero con los demás que emana de tu inigualable carisma , del aurea que de ti brota en manantial fecundo, del mensaje permanente que irradia maravilloso y único, potente y generoso, de ti: «Haced lo que él os diga».
Señora: es inútil condensar en palabras todo lo que le dices a mi corazón. Tu indefinible dolor esperanzado , sublime y majestuoso; tus ojos llenos de delicada bondad, el elegante equilibrio de tus manos, alientan mi corazón en besos de ternura, en suspiros sinceros de plegarias sin susurro.
He llegado a comprender, Madre, que el mejor rezo que te puedo ofrecer es mirarte a los ojos, inundarme de ellos, porque para mí son fuente de vida y de esperanza en un mundo mejor, más bello, más fraterno, en un continuo y filial deseo, sincero y sin contención, de seguir a tu Hijo.
¡Benditos sean tus ojos, Madre!, porque como dijo Francisco Carrasco, un poeta muy querido para mí: «Alguien miró a los ojos de la Virgen buscando las orillas de su infancia» . Esa infancia corporal que ya pasó y pertenece a la nebulosa de los tiempos que se fueron, pero que renuevo espiritualmente cada vez que te veo entre plegarias de amor reverdecido y remembranzas redivivas, en un sincero compromiso enaltecido, ferviente y emocionado, que lucha por salir atropelladamente de mi corazón desbordado, de estar siempre a tu lado.
Esa orilla de mi infancia está siempre ahí, mientras Dios clemente y misericordioso así lo quiera, y se encuentra hoy, como cada Viernes de Dolores , como cualquier día del año en que acudo a visitarte, en San Jacinto .
¡Felicidades, Madre! ¡Bendita seas!