Semana Santa de Córdoba 2020

Viernes de Dolores de Córdoba: un prólogo de puertas cerradas, soledad y oraciones virtuales

La imposibilidad de visitar a la Señora marca una jornada inédita

Plaza de Capuchinos desierta con las iglesias cerradas el Viernes de Dolores de 2020 Álvaro Carmona
Luis Miranda

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Si hay una estampa de la desolación es la de esta mañana. Si la impotencia tiene una imagen es la de la puerta de los Dolores cerrada. Si contar noticias es relatar historias insólitas ninguna lo es más que la de la plaza devastada y silenciosa y sin embargo latente de la esencia en el día que tiene el ritual marcado incluso sin mucha necesidad de mirar el calendario. Ni una tarde entera sin pasos en las calles ni la ausencia de una cofradía en una radiante son tan noticiosos y tan crueles como la estampa de la plaza de Capuchinos vacía y la Virgen presentida después de dos hojas de madera que no se van a abrir en muchos días.

El silencio es el de una calma tensa y eterna, como si se supiese que se puede romper de un momento a otro y que sin embargo tendrá que continuar así muchos días más. Si el Cristo de los Faroles es el paso perpetuo de la Semana Santa de Córdoba , con la luz que en la noche hace soñar con que va de vuelta a casa y regresa con los relojes parados y para disfrutar de los últimos minutos, este año es además el único. Y ni estando fijo en la calle se puede disfrutar por el confinamiento.

La cabeza necesita poco para recordar. Apenas unos cuantos trozos sueltos y la memoria los argamasa para construir el edificio efímero y perfecto que se ha conservado un año detrás de otro. Y en ese recuerdo el Cristo de los Faroles no es el actor solitario de un teatro en el que no hay nadie. Es la presencia permanente ante quienes rezan, aunque sea con una simple mirada, todos los que pisan la plaza, que son miles. Cuando van, cuando vuelve, cuando salen, cuando entran, cuando hacen todo lo que hacen todos los años y les gusta hacer.

Y por eso cuando has podido ir ha sido la única oración presencial y lo único que se ha parecido a lo de todos los años. La plaza tiene el aspecto de una hermosa ruina , como si el pueblo se hubiese cansado de rezar ante lo que antes fueron sus devociones y las hubiera abandonado. La cal, ajada y descuidada, como pasó muchas veces poco antes de Semana Santa, y entre el bolo de la plaza, que esta vez es como una piel imprescindible, ha crecido la hierba tanto que en ciertos planos parece un campo de fútbol.

Colas en las puertas de los templos el Viernes de Dolores de 2019 Álvaro Carmona

Una especie de Pompeya justo un año después del Vesubio, como si el esplendor se hubiera quedado congelado en el tiempo, porque es Viernes de Dolores y nada recuerda al ir y venir, a las colas de las personas que entienden que las piedras son bonitas, pero prefieren caminar por la acera de granito. La ausencia de la Virgen de los Dolores marca la presencia de toda la plaza. No, no está ausente en realidad, sino en el mismo sitio de siempre en este día. Pero esta donde no se puedad entrar, porque es Madre, y como Madre tiene que proteger a sus hijos más débiles, a los ancianos.

Por eso te has conformado, como quizás hayan hecho otros, con cruzar la calle Bailío, asomarte a la cuesta también vacía, como toda la ciudad, y mirar al azulejo. El retablo cerámico que hizo Jaime R. Ritton es tan clásico que ya forma parte de la misma estética de una imagen en la que la fidelidad a los cánones es mucho más un dogma que una tradición.

Y si tantas veces tantos rezaron ante ese azulejo como si lo hiceran ante la imagen, justo es que el Viernes de Dolores se pueda dejar una salve y un avemaría y se piense en lo que ha cambiado la vida entre un año y otro. Como si se hubieran querido detener por la tristeza de la ciudad metida en casa que no puede salir ni en uno de sus días más grandes, las buganvillas todavía no habían hecho de marco cárdeno a la Virgen, pero daba igual.

La iglesia del Santo Ángel sí estuvo abierta, pero María Santísima de la Paz y Esperanza no esperaba en el umbral, como tantas veces, y apenas podía pasar gente. En su camarín era todavía Cuaeresma, porque estaba vestida de hebrea, y el Señor de la Humildad y Paciencia llevaba la túnica roja bordada en oro que estrenó en la procesión extraordinaria de 2018. Es la que llevaba en el quinario que terminó cuando empezaba el confinamiento . Allí casi terminaba el paseo del Viernes de Dolores, porque ni estaba el presentimiento de los misterios y pasos de palio preparados en el local. Ni mucho menos el Señor de la Sangre , al que en este día te acercabas cuando ni siquiera salía el Martes Santo. Su Vía Crucis era el primero que salía a las calles y luego siguieron muchos más.

Hacía frío en esa noche en que hubieran tenido que venir por las esquinas las cruces que presagian las que tienen que venir en los días siguientes. En las casas se preparaban las torrijas, ya que al menos no forman parte de aquello que se puede prohibir en este tiempo. Si el Viernes de Dolores es el prólogo de lo que tiene que venir al doblar el cabo de muy pocas horas, también esta vez lo ha sido. Recuerdos, puertas cerradas y mucha oración virtual.

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