Semana Santa de Córdoba 2020
Domingo de Ramos, viaje a la memoria sin hoja de ruta
La jornada inaugural de la Semana Santa sólo se entiende en torno al atrio de San Lorenzo
Habrá un extraño silencio en las calles desoladas , sin algarabía de palmas ni turbantes; con la ojiva de San Lorenzo cerrada a una Semana Santa que sólo será un íntimo sentimiento interior; una puerta desbocada a la memoria. Pero esa invitación para abrir la incierta espita de los recuerdos no tiene hoja de ruta. La llegada de cada nuevo Domingo de Ramos es una definitiva prueba de nostalgias que, este año y más que nunca, se erige en un ejercicio de inevitable melancolía. No, no podremos sentir esa alegría presentida en la noche tibia del Sábado de Pasión cuando la ciudad se prepara para el milagro…
Hay que soñar con las palmas rizadas que debían saludar al Señor de los Reyes ; que el jardín de su canasto sigue siendo el Edén de un tiempo sin tiempo. Es el día de estreno y familia endomingada; el redescubrimiento apresurado de la ciudad que se abría entera para los niños; el repaso del programa de las cofradías con un amigo que nunca falló… Porque la Semana Santa sigue naciendo a la ciudad en el arco gótico de la parroquia fernandina. Es la puerta que aún tendría que haber visto recortarse al crucificado de los Remedios y la delicadeza dieciochesca del Nazareno del Calvario. Las palmas tiemblan en la memoria. Ya cae cera sobre la que aún caerá otra cera. Se están esbozando las primeras letras de una Semana Santa por escribir. Todo tenía que empezar bajo ese atrio, a la sombra de la torre de Hernán Ruiz, en la algarabía de las túnicas de color hueso y en esa emoción conocida que los padres redescubren en los ojos de hijos.
Y la memoria vuela: La ciudad se abre, hermosa, para el niño que vuelve a serlo, recorriendo sus calles en pos de las imágenes. Es el mismo niño que aprendió a amar la Semana Santa en brazos primero; de la mano después. Se abren las puertas de San Lorenzo y, con ellas, una ventana de par en par a la mañana de nuestra vida. Pero el viaje continúa, buscando por los rincones ese tiempo perdido en el que la urbe se nos antojaba un mundo inmenso, casi inabarcable. Es el momento de evocar olores, sabores, rincones a los que hace años no asomábamos; las caras de los que se fueron; casas que son escombros…
Iremos en busca de ese Domingo de Ramos idealizado por la calle Alfonso XII después de escuchar la Pasión y bendecir las palmas. Iba a ser el mejor momento de abrazar los primeros tramos infantiles de la Borriquita en las cercanías de San Pedro , dejando llegar la cofradía. Los mayores se ponen a la altura de la mirada de sus hijos mientras el Señor de los Reyes surca las calles a lomos de un borrico camino de la Catedral. Ha empezado la Semana Santa…
No hay que marcharse demasiado lejos. Hay calles que no se pueden entender sin sus cofradías. La de Santiago -por la antigua puerta de Baeza entra el primer sol a la ciudad- está incompleta sin la silueta antigua del crucificado de las Penas , primer calvario que busca el corazón de la ciudad para adentrarse en el bosque de columnas de la Catedral. Siempre fue cofradía de luz de Poniente, que convertía la silueta de ese Gólgota de caoba en un contraluz que aún guiña la vista y apuntala el recuerdo. La Esperanza ya ha cruzado la plaza de la Corredera, la Almagra… Pero el viaje de la memoria sitúa a la delicada dolorosa de Martínez Cerrillo, con la noche echada, en la puerta de su antigua casa de Santa Marina. Las puertas de San Andrés permanecerán cerradas, sí, pero la silueta del poderoso canasto del Señor de las Penas trasciende del recuerdo, que sigue su propio guión.
La cofradía del Cerro hunde sus raíces en una antiquísima hermandad sin la que no se puede entender la Semana Santa del ayer. Fue el obispo Fray Albino -que decretó el traslado de las primitivas imágenes desde la ermita de San José en la Magdalena hasta la emergente parroquia del Sector Sur- el que daría vida nueva a la devoción del antiguo crucifijo con la advocación del Amor. Decir Amor es decir Cerro y los nazarenos de hábitos dominicos encuentran su envoltura más auténtica recortados sobre los bloques desarrollistas y las casitas del obispo.
No hay demasiados huecos en el compás de San Pedro el Real. Ya sale El Huerto . Este caprichoso viaje de recuerdos evoca la bajada por la Cuesta de Luján; los cofrades de hoy la buscarán cerca de San Pedro a la ida y por Cardenal González a la vuelta. Es cofradía de contrastes que ha sabido encontrar el preciso molde estético de cada paso, desde el naturalismo barroco de Jesús orando en el Huerto ; pasando por la delicadeza manierista del Amarrado hasta llegar al joyel rococó de la Candelaria.
Pero la geografía de la Semana Santa de Córdoba estaría incompleta sin el Alpargate, bendecido por dos manos amarradas que surcan la tarde del Domingo de Ramos cerrando su propia cofradía: el palio de la Amargura delante; el Señor detrás, seguido aún de la larga fila de promesas. Ahora ha cambiado el orden. Para entender la dimensión real de esa devoción hay que acudir el primer viernes de marzo a rendirse a las plantas del Rescatado. Son c onfianzas antiguas que no se marchitan. Hay una Semana Santa íntima que dura todo el año: empieza y termina en el camarín de los trinitarios. A la vuelta, por San Juan de Letrán y la calle de los Frailes, la cofradía recupera ese sabor. Se ha terminado el Domingo de Ramos.
Noticias relacionadas