Semana Santa de Córdoba 2020
Crónica | Miércoles Santo de Córdoba, cuando los corazones confinados saltan los muros
La Semana Santa llega al punto de no retorno de las horas más intensas
Faltan ellos. Todos los días y en casi todas las cofradías tienes a gente que en este año no están donde los ves todos los años. O donde los intuyes, más bien, porque los cofrades que piensas mejores, aquellos de los que aprenden porque te sirven de modelo, son precisamente esos que el día en que está su cofradía en la calle están tapados. A esta edad ni siquiera buscas entre los ojales de los cubrerrostros y en las presidencias o en los sitios en que sabes que están. Pueden ser cualquiera de ellos, y se han puesto la túnica precisamente para no distinguirse de nadie. Unos días después los verás por la calle descubiertos y recordarás el día en que su cofradía estaba en la calle y ellos llenos de gozo.
Casi en cada cofradía tienes historias parecidas, pero en todas las reflexiones de esta Semana Santa que apenas quiere serlo el Miércoles Santo te has acordado de ellos, quizá porque tienen cara de personas queridas en muchos y porque cuando buscabas a las hermandades en la calle pensabas que cualquier nazareno te reconocía. De ese material sensible está hecho el mundo de la Semana Santa; con esos mimbres de carne, de huesos y de sangre se teje la historia de las cofradías y por eso es tan sutil y a la vez tan sólida que costará romperla.
Así que al mediodía del Miércoles Santo has pensado no ya en la calle, sino en las iglesias prestas y en la feliz mañana de visitas y de abrazos para desear buenas estaciones de penitencia , y has visto que era un día que no sería de ir y venir como el de 2019, que fue de suspensiones y de procesiones que se daban la vuelta antes de llegar a la carrera oficial , con una única excepción, y el interior te ha dado un vuelco de alegría que apenas ha durado unos pocos segundos.
No, este Miércoles Santo no habrá que recordarlo por nada feliz, aunque haga un poco de ese calor dulce y primaveral que invita a enseñar los brazos y aunque parezca que vives en esa tarde en que los días festivos suspenden las horas y nada importa de la hora a la que haya que regresar a casa. Porque no hay tampoco despertador.
Este año las cofradías no son cortejos llenos de nazarenos y de símbolos, ni por supuesto la estampa impactante de sus imágenes encima de pasos que tienden a lo perfecto, sino perfiles de redes sociales y rezos que intentan el milagro de reunir a los que no pueden verse. Así estaban las que tenían que haber salido ayer. Rezando como cuando llueve, pero sin poder verse; compartiendo recuerdo s, pero cada uno en su casa; con las imágenes quietas, pero sin que nadie pudiese entrar a verlas. Y por las redes se buscaba que los cofrades recordasen que al fin y al cabo era su día.
Hacía falta algo más de concentración para convertir un día confinado en Miércoles Santo. Ya no estaba el hábito para aislar del mundo, sino una casa con la televisión encendida en que posiblemente hubiera procesiones redifundidas, pero no era lo mismo. Los c orazones querían saltar por encima de los muros que los separaban.
Y sin embargo, pensaste que habría gente en Las Palmeras recordando que este año no se abrirían las puertas de su parroquia para dar un mensaje de nuevos horizontes a su barrio, y que el cortejo de nazarenos que precedía al Cristo de la Piedad y a la Virgen de la Esperanza no avanzaría por inhóspitas avenidas camino de una Catedral en la que luego se quedarían.
A las cinco de la tarde buscarías por la plaza de la Magdalena , rincón entre los más exquisitos de la ciudad, por casi intacto y sobre todo por menos conocido, y allí sabrías muchas historias detrás del Nazareno del Calvario que calga con la cruz pese a parecer más desvalido que ningún otro, de la túnica que hubiese llevado este año y de sus bordados o su ausencia, y desde luego de esas flores que últimamente van a tono con el morado.
Recordarías que la Virgen del Mayor Dolor cumple 75 años y te sabrías cómo se había heredado el cuidado de ese palio que funciona como un órgano barroco o un compendio de arquitectura de luz para la mirada elevada.
Otros años a esas horas sentías que la Semana Santa se iba terminando, que se escapaba entre los dedos porque la mitad de los pasos ya estaban quietos, con las tulipas manchadas por la cera consumida y las flores en trance de sacarse para siempre. Por eso caminabas con intensidad y buscabas por la Judería a la cofradía del Perdón , para descifrar acaso la tonalidad de la sinfonía de colores con que se habían adornado sus pasos y otra vez escuchar el golpe y no el lamento del Señor que comparece ante Anás .
Cuando estás ante la Virgen de la Paz , y la buscas por un camino ancho que sin embargo parece recogerse para contener su delicada belleza, sabes bien a quién se deben ciertos detalles que te llaman la atención, cuál es el motivo de que suene cierta música y qué buscan los pocos cambios que ajustan, y sabrás que después, cuando lo hables sin cubrerrostros, te drán la razón de que lo has intuido.
Cuando ves a la Misericordia , lo que últimamente haces al caer la tarde en la estética Espartería , poco después del Arco Alto, intuyes la firma que hay detrás de todas las decisiones, los corazones que nunca faltan debajo de las túnicas blancas, las oraciones depositadas a los pies del alto Crucificado. Te suenan las borlas contra los varales de la Virgen de las Lágrimas y de tanta fidelidad de la cofradía a sus raíces y de los suyos a su cofradía sientas que el tiempo se para. Tantas veces los has escuchado que no hay más que abrir los ojos y no explicar nada.
Se hace noche y buscarás a la Pasión , quizá en su barrio o tal vez de regreso, y en la cruz barroca y quizá en esa túnica que todavía no has visto están también las ilusiones de quienes ayer no estaban juntos, sino separados por la epidemia. Lo pensaste cuando evocabas el palio de la Virgen del Amor encendido y, como todos los Miércoles Santos que has conocido, dudabas de dónde ir por la noche, de tanto como te gusta lo que tienes delante y de tanta vida conocida como sabes qué late bajo los cubrerrostros .
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