Semana Santa de Córdoba 2020

Crónica | Jueves Santo de una Córdoba desolada sin puertas abiertas

Ni cofradías ni sagrarios ni oficios: el desierto se apodera de una ciudad en su día grande

El Señor de la Caridad, por la calle San Fernando un Jueves Santo de Córdoba Roldán Serrano
Luis Miranda

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Ni nazarenos apesadumbrados, porque nadie se ha puesto una túnica, ni costaleros cabizbajos , porque apenas hubo ensayos, ni tampoco multitudes haciendo cola ante las iglesias. La Semana Santa de Córdoba 2020 es sobre todo unay una puerta cerrada sin esperanza, una hoja de madera que no se va a abrir hasta dentro de bastantes días.

No sólo de iglesias en las que hay cofradías, sino de cualquiera. El Jueves Santo es un día de puertas abiertas que ahora estaban cerradas. Las puertas de las parroquias a las que se acudía para los oficios del Jueves Santo, con el traje que se reserva para el día y para pisar las calles cuando ha terminado la celebración y están las cofradías en la calle. De puertas abiertas durante muchas horas en los conventos de clausura para adorar al Señor en el monumento.

Qué secreta y qué fiel es esa hermandad sin estatutos de personas que buscan al Señor en Santa Marta , en las Capuchinas, en las Hermanas de la Cruz , en Santa Ana, en el Císter cuando se podía o en la plata de Damián de Castro de San Nicolás o de la Trinidad. Esas puertas que antes se ofrecían a la entrada ahora estaban cerradas y el alma no hacía más que pensar en lo que había dentro de ellas y dentro de las iglesias con cofradías.

Por eso quisiste contar primero eso, y hasta el día quería acompañar a la tristeza. No era la primera ni la segunda vez que entrabas a San Agustín de mañana. Como la Virgen mira al sur y el sol suele colarse por la ventana de enfrente había días en que no hacía falta la luz artificial. No ayer, con el cielo cubierto y el día tan triste en que más parecía una penumbra de un día cualquiera. Eso es, era un día cualquiera, sin cofrades que van y que vienen, sin preparativos de última hora, sin trajes y con iglesias cerradas.

Calle San Fernando este Jueves Santo Álvaro Carmona

Porque la Virgen de las Angustias estaba allí, con la misma honda pena de siempre, mostrando sin parar al Hijo al que acaban de bajar de la cruz. Conoció muchos años sin salir a la calle y los suyos mantuvieron siempre encendida la llama, aunque hubiera años mejores que otros para mantenerla. Por eso tal vez quería esa luz triste y esa penumbra, porque no cabía la alegría en este momento en que no sólo se queda en su camarín, sino también separada de los suyos.

Por Torres Cabrera, por la calle San Pablo, por Deanes, por Amador de los Ríos, por la Corredera y por la calle de la Feria no había cera . A estas horas, en cualquier otro año los pies rechinaban al caminar y las bicicletas y las motos debían tener cuidado cuando vieran mucha. El rastro no era sólo físico: también quedaba en las calles una impresión espiritual , la de que algo había pasado por allí tan intenso que aunque el lugar pareciese vacío todavía quedaba flotando en el ambiente. En San Lorenzo, en la Espartería, en Colón, en San Andrés se podía notar.

Pero era Jueves Santo y todo el mundo estaba en casa, y las cofradías ya sabían que no podían aspirar a otra cosa que a dirigir oraciones a través de internet y a invitar a asistir a los oficios. Tuvo que haber empezado el día con dos aldabonazos diferentes.

Más cerradas que nunca estaban las puertas de Jesús Nazareno , allí donde el Jueves Santo es silencioso e íntimo, cordobés y de miradas a un pasado que se puede reconstruir en los repliegues de la plata y en los bordados de la túnica del Señor, al menos intuido. Jesús Nazareno y María Santísima Nazarena no salieron a la tarde silenciosa, sino que quedaron velando por sus ancianos , aislados en estos días y con el buen resultado de que todavía no se han dado contagios en cuerpos en los que pueden ser más letales que en niguna parte.

No había más oficios que los que las parroquias enseñaban por la televisión de las redes sociales de las cofradías y se echaban en falta a esa hora de luz alta en que todo se desencadena y el mundo está por estrenarse, delante de los mismos ojos. Sí, es a la misma hora en que la Caridad empieza a salir cuando el Jueves Santo se revela tal y como siempre fue: sin tiempo, sin paso entre un año y otro y sin embargo recreado ante los ojos.

El recuerdo mediaba entre la plaza del Potro o la subida de la calle de la Feria en estos últimos años de la nueva carrera oficial, con el sol en todo lo alto. El Crucificado y la Dolorosa seguían en el sagrario de San Francisco, como si fuesen el mejor monumento posible de este Jueves Santo en que ni siquiera se ha podido adorar a Jesús Sacramentado . Hasta las cornetas inconfundibles de la Legión , que este año no se iban a escuchar por acompañar el Tercio Gran Capitán al Cristo de la Buena Muerte de Málaga, parecían sonar en la memoria al acercarse hasta la calle de la Feria.

Llovió a media tarde, lo que podría haber sido suficiente para suprimir toda la jornada

Tiene ya el Jueves Santo momentos en que parece que lo que ocurre tiene que ocurrir porque es Jueves Santo, y en este día con puertas que no se van a abrir hay una hora de Cuesta de San Cayetano llena, de tonos morados viejos y de otros nuevos, de un paso que es capaz de convocar todos los años pasados porque para eso es el más antiguo de la ciudad. A media tarde llovió, y ya fue más que el año pasado, cuando todo el mundo se quedó en casa, pero en la memoria, que siempre tiende puentes con lo mejor, estaba el palio majestuoso de la Virgen de la Soledad , con todo su sabor antiguo llegando por la calle Mayor de Santa Marina cuando parecía que no había marcha atrás.

El Cristo de Gracia, durante su estación de penitencia un Jueves Santo de Córdoba Rafael Carmona

En la puerta de la Sagrada Cena te imaginaste de nuevo los faroles que se colocan allí cuando la cofradía está a punto de salir, o tiene que hacerlo. Era el momento para pensar en la Virgen de la Esperanza del Valle , que no estaría envuelta en verde y oro, en ese paso de palio que todavía tiene que esperar un año más aunque esté listo desde hace tiempo para pisar las calles, sino en el luto austero de una Cuaresma que nunca pasa vestida de hebrea. Había colgaduras en la avenida de Guerrita y de algún balcón debía de venir la marcha de la cofradía, que siempre hace recordar al misterio caminando con anchura y paso largo camino de la carrera oficial. Allí estarían las imágenes, en su templo, a la espera de otro reencuentro.

El Cristo de Gracia no se había movido esta vez de la capilla en que vela el sueño de San Juan Bautista de la Concepción , enterrado a sus pies. No había saetas que se esperasen en el local de donde no se mueve cuando llueve, ni cruces trinitarias descalzas en las túnicas que esperasen, y las puertas seguían haciéndose duras para quien tuviera la esperanza de que les entrase un poco de luz. Esa plaza que tanto sabe a cofradías no tenía más que el recuerdo desde las ventanas.

Caía la noche y la tarde estaba con llovizna pequeña e intermitente. Faltaba la Buena Muerte , que el año pasado también se quedó en casa. Otros años a algunos les ha compensado encontrar a las imágenes iluminadas sólo con la cera. Ahora el Cristo esperaba en el soberbio altar de cultos que no se pudo desmontar, como si preguntase en silencio, lo mismo que quienes lo echaron de menos, qué había pasado para que el tiempo se congelase tan mal aquellos días de marzo.

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