SEMANA SANTA

Viernes Santo: presos del cielo y la nostalgia

La ausencia de la Virgen de los Dolores marca una tarde de viento y una noche en que las cofradías tuvieron que acelerar para evitar la lluvia

Dos mujeres que acompañan con mantilla en la procesión del Descendimiento miran al Cristo RAFAEL CARMONA

Al llegar la tarde del Viernes Santo, quizá incluso antes, la fisonomía de la ciudad ha cambiado, o por lo menos es cuando se nota. Las calles de todos los días han dejado de ser un trasiego de afanes , comercios y bares para convertirse en cartografía sagrada, en los lugares por los que en cualquier momento aparecerá el moroso paso de una cruz de guía con sus nazarenos. Como todo en la Semana Santa encierra una paradoja : justo cuando ha dejado de ser una novedad, en el momento en que se ha interiorizado casi como un hábito, desaparece y el alma comprende que cuando al fin había integrado a la fiesta, siempre escurridiza y difícil, en su vida, esta se está marchando en unos tambores roncos o en un manto negro.

Mucho más en una tarde de Viernes Santo que se había prometido difícil y fugaz desde el principio, que en una parte se echó a la calle pero con la sensación de que se podía evaporar o alterar en cualquier momento por ese viento frío o esas nubes que de vez en cuando inquietaban para estallar.

Sí, conforme termina el Jueves Santo la Semana Santa siempre se va terminando, pero esta vez había acelerado el paso. Lo había hecho desde luego la hermandad de la Buena Muerte , a la que le habían anunciado riesgo de lluvia hacia las cinco o seis de la madrugada, justo cuando debía estar entrando a San Hipólito.

La cofradía aceleró el paso y se presentó en la carrera oficial, este año por la Victoria y Doctor Fleming, media hora antes de lo previsto, pero también quiso acortar y planeó recortar la carrera oficial, a esas horas casi vacía. Tras pasar por el interior de la Mezquita-Catedral saldría por la Puerta del Perdón, no por Santa Catalina, y reduciría una hora su camino para subir por Deanes directamente, sin pasar otra vez por Torrijos. Lo hizo informando al Cabildo y a la Policía Local, pero sin contar con la Agrupación de Cofradías , que mostró su malestar retirando a sus representantes del palco de autoridades cuando la cofradía llegó, a las dos de la madrugada.

Nuestra Señora Reina de Los Mártires procesionando en la madrugada RAFAEL CARMONA

De vuelta no llevaba multitudes, pero sí un nutrido grupo de cofrades ensimismados con sus dos pasos, muchos con la admiración escrita en la cara, pero también con esa voluntad de aprovechar aquello que ya está marchándose sin remedio. Los nuevos hachones, más finos y verticales, acentuaban la silueta del Cristo de la Buena Muerte , como dormido en la cruz y acunado con toda suavidad en cada momento en que su paso se movía. Llevaba claveles rojos oscuros como la noche de la que es indisociable y al paso por Blanco Belmonte la luna llena acompañaba como en los mejores sueños.

Por allí subió con su son de fleco de bellota de siempre, y dicen quienes lo conocen que fue casi el único momento del camino en que se escuchó, la Reina de los Mártires , también inmutable desde hace algunos años en las rosas blancas y en un paso que aunque salga de noche refulge con luz propia y no sólo por la candelería. Como todos los años, había quien se despedía de Ella varias veces, porque después tenía ganas de volver otra vez y no quería dejar atrás el manto rojo.

Las primeras horas del Viernes Santo son siempre largas hasta que llega la hora de esperar a las cofradías, y esta vez había que mirar al cielo. El Vía Crucis del Señor de la Caridad no llegó a la Catedral por riesgo de lluvia que sólo fue de chispeo. A las seis y media de la tarde se supo que la Virgen de los Dolores no saldría. A la misma hora se pusieron en la calle la Soledad y la Expiración , ambas con la voluntad de acortar y acelerar cuando pudieran. Parecía que habría Viernes Santo, pero nadie sabía cuánto habría que sufrir todavía.

Era una tarde desapacible y fría, pero aunque el viento enredase el sudario de la cruz de la Virgen de la Soledad parecía que se olvidaba sólo con dejarse atrapar por el austero y hermoso cortejo de la cofradía, con su orfebrería en bronce y sus nazarenos marrones. Todo en el paso, con sus originales candelabros y respiraderos, está pensado para admirar el hondo dolor de la Virgen , que parecía animarse a cada paso y a la que había que mirar por los dos perfiles y verla cruzar el Potro. Lucía la saya de aplicación de tantos Viernes Santos y un friso con flores rojas y moradas y su belleza obligaba a seguirla porque se sabía que podía ser efímero.

Salida de la hermandad de la Expiración de la iglesia de San Pablo ÁLVARO CARMONA

Por la calle San Fernando chispeó un poco, pero nadie pensó en eso cuando apareció la cofradía de la Expiración después de callejear por Tundidores, Fernando Colón y San Francisco. Era tarde de pitas y de yedras, símbolo de muerte, delante del Cristo de la Expiración , alto sobre la cruz en un grito que parecía escucharse más en el silencio que ilustraba a cada paso la música de capilla.

Como pasa en ese día, la admiración por lo que se tenía delante tenía que convivir con la nostalgia anticipada, con la certeza de que si la Semana Santa empieza a terminarse desde el mismo momento de comenzar , más que nunca se sabía en ese día, cuando el Cristo avanzaba con la cadencia íntima de los pasos de silencio que eran mayoría en aquellas horas. Los iris morados, que tanto se han visto este año, estaban, con espinos, en el friso de un paso al que se echará de menos.

Tras el nutrido cuerpo de acólitos llegaba la Virgen del Rosario y a la luz de la tarde se notaba menos que el viento y el frío no permitían que se encendiese la candelería. Algo decía que la Semana Santa de la tarde se terminaba y por eso había muchos que no se querían separar de Ella en aquel camino en que Amueci, otra vez impecable, iba sumando «Amarguras», «Margot» y «La música del Silencio» , y no se le dejaba, y se apreciaba el candor de la mirada, el pañuelo, los claveles blancos y todos los detalles de su delicadeza y de la de su conjunto.

Casi a esas mismas horas parecía que el Viernes Santo remontaría, porque el Descendimiento se pondría en la calle y el aire de fiesta en el Campo de la Verdad lo confirmaba. Entre saetas y entusiasmo se alzó el misterio en que el Señor baja de la cruz y sólo a partir del Puente Romano, ya con la tarde caída, se iba impregando de la solemnidad general.

Detalle de Ntra. Señora del Buen Fin, de la Hermandad del Descendimiento RAFAEL CARMONA

La Virgen del Buen Fin anticipaba, en la advocación, en las flores y en la música, la certeza de lo que estaba a punto de pasar, y el ambiente de los suyos ayudaba a esta sensación cuando caminaba en sus primeros metros y el viento del día ni siquiera estropeaba la sensación de día grande.

El Santo Sepulcro se puso a la calle también en hora y sin variar nada de la catequesis estética con la que impresiona todos los Viernes Santos, y al estar la urna en la plaza de la Compañía existía el aire de la consumación de la fiesta a la espera de la Resurrección . No había allí dos pasos que se suman, sino un todo que comenzaba en la cruz y terminaba detrás del palio, y que se admiraba empezando por la matraca y siguiendo por los nazarenos y por los atributos.

Con majestad bajaba, con música interior, la urna, siempre sorprendente en todo lo que enseña de la salvación, y dejaba en el aire un ambiente de vigilia. No dejaba el aire admirar la candelería encendida de la Virgen del Desconsuelo , pero sí las altas piñas cónicas de claveles, todos los detalles, su dolor hondo y el cuadro infinito de todo el patrimonio de bordados y de cincelados.

Poco después muchos recordaron Quien faltaba y buscaron un hueco hacia la plaza que se seguía llamando de los Dolores. Allí estaba la Virgen y había colas para visitarla. En su estética no cambia cada año más que la saya, que esta vez era la morada de soledad, y algún detalle mínimo.

Un momento en el recorrido del Santo Sepulcro en la tarde del viernes Santo ROLDÁN SERRANO

Con la noche caída su presencia era cercana y sobrecogedora , su pena más profunda, su belleza más impactante, y algunos ni echaban de pena verla andar si la podían tener así de cerca y rezarle, en la tarde del Viernes Santo y en todas las tardes y mañanas.

Y no se había equivocado su hermandad. Las nubes aceleraban. La Soledad no cruzó por el Potro , sino que llegó por Lucano para acortar hacia su templo y entró antes de lo previsto. Lo mismo hizo la Expiración, que hacia las once ya estaba refugiada en San Pablo, con menos miedo que satisfacción por haber cumplido del todo la estación de penitencia.

El Descendimiento había anunciado que acortaría por Corregidor Luis de la Cerda y otra vez el Triunfo y así lo hizo, pero poco después de las once llovía con cierta fuerza . Le sorprendió en el Puente Romano y al Sepulcro en el Patio de los Naranjos. La de la Compañía salió por el Perdón para volver cuanto antes. Poco tiempo después escampó y algunos se acercaron a ver entrar a la cofradía con la certeza de que todo terminaba a la espera del estallido triunfal de la Resurrección de hoy. Y, presos de nostalgia, no la dejaron en la noche fría hasta que entró.

Viernes Santo: presos del cielo y la nostalgia

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