La Cuarsema en ABC
El patero del viernes | Eso, por Antonio Varo
La hermandad es lo que queda cuando desaparece o se mete en el congelador la hojarasca
«Deshaced ese verso . / Quitadle los caireles de la rima, / el metro, la cadencia / y hasta la idea misma. / Aventad las palabras, / y si después queda algo todavía, / eso / será la poesía ».
Siempre viene bien la poesía de León Felipe , y este conocido poema entra como anillo al dedo para definir en la situación actual lo que realmente son o deben ser las cofradías. Si, como dice el escritor, la poesía es «eso» que queda cuando se quita de en medio lo que la mayoría inculta piensa que es la poesía, análogamente una hermandad es «eso» que queda cuando no hay izquierdazos , marchas del «pepinazo», intrigas por un martillo ni codazos por una vara de presidencia. Porque, no nos engañemos, para mucha gente que se dice cofrade ¿cómo va a haber cofradía sin ensayos, marchas , saetas, túnicas ni capirotes? Pues, vaya por Dios, la hermandad es precisamente lo que queda cuando, por las razones que sea -una pandemia, por ejemplo- ha desaparecido o se ha metido en el congelador esa hojarasca , todo lo hermosa que se quiera, que cubre, rodea y a veces ahoga la enorme belleza del «eso», un «eso» cuyo aroma y sabor sólo unos pocos, lamentablemente, están en condiciones de apreciar.
A cualquier hermano de una cofradía, naturalmente, le estremece una marcha bien compuesta, le saca brillo en los ojos el cimbreo pausado de un varal y le da la vida ver el mundo a través de los ojos del cubrerrostro. Pero esas cosas son sólo la guinda del pastel o, con palabras de monseñor Cirarda, «la punta del iceberg». El 90 por ciento del hielo es invisible.
«Eso» es el 90 por ciento de la vida de una hermandad: la misa semanal en día laborable, la labor caritativa y asistencial, la convivencia -aunque sea telemática- con los más allegados de los hermanos. Y, sobre todo, por encima de cualquier cosa, la mirada y la oración a Ellos, que son o deben ser el único referente, los que le dan sentido, volumen, color y luz a todo. Ellos, con mayúscula, son los que hacen que, incluso sin izquierdazos ni presidencias, uno se llene el alma sintiéndose cofrade.
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