LA CUARESMA EN ABC

El patero del sábado: El primo, por Álvaro Rodríguez del Moral

No iba a permitir que aquel pariente norteño le aguara la jornada prevista

Una niña atiende a la salida de la Santa Faz VALERIO MERINO

Álvaro Rodríguez del Moral

El día comenzaba con nubarrones . Y no eran precisamente meteorológicos. El niño, que ya no era tal, había sido despertado temprano con la noticia de la llegada de un casi desconocido primo norteño que creía tener ganas de Semana Santa . No sabía mucho de él, más allá del recuerdo remoto de una comunión en la que compartieron juegos y culillos de Marie Brizard. No tardaría en llegar en un AVE abarrotado al filo del mediodía. Al joven cofrade atribulado se le había juntado el trabajo: tenía que combinar el agasajo del enigmático pariente con el pastoreo de otras primas y deudos que acababan de aterrizar en la ciudad al reclamo del incienso, los tambores y ¿por qué no? las ganas de marcha . Hechas las presentaciones y después de intentar buscar algunos lugares comunes -aquella lejana tía del pueblo de besos inevitables- se dispuso el operativo para tomar las calles con distintos baremos de entusiasmo . La cosa no tardaría en torcerse…

Al jovenzuelo enterado que había llegado de tierras brumosas se le atragantó el primer parón. Cuando había contado veinte pasos, mil capirotes y aguantado doce bullas comenzó a pensar que aquello no era lo suyo. «¿ Cuántas quedan ? Esta ya la hemos visto…». La cantinela ya era conocida y nuestro protagonista, que ya se había visto en alguna similar, se sabía de memoria esa letanía de preguntas que prometían aguar el día. El muchacho, que había diseñado la jornada no estaba dispuesto a que el mozo, que había escogido unos pantalones rojos y unas impecables alpargatas blancas para mimetizarse con el entorno, le diera la tarde de Semana Sant a .

Con dos o tres excusas le dejaron plantado en un bar. Ya iba calentito y con ganas de jota. Las estaciones de penitencia a la Cruz del Campo habían hecho mella en su compostura y dos golpes de escocés terminaron de dejarlo con media estocada en todo lo alto, dispuesto a cantarle una saeta a la primera gachí que se pusiera a tiro. Unos se reían de los otros mientras el visitante quedaba varado. Lo que no sabía nuestro cofrade burlador es que el famoso primo norteño de alpargatas blancas se iba a vengar, esa misma noche, con otra pariente de irreductible ardor guerrero que le había cogido las vueltas. Cosas de la fiesta…

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