La Cuaresma en ABC
El patero del sábado | 'Ilusiones', por Álvaro R. del Moral
Volveremos a vivir la vida en siete días, a gozar de ese tiempo estirado, de la ciudad abierta como un libro, de las calles tomadas por las cofradías, de las túnicas planchadas
El niño que fue se sorprendió a sí mismo, saliendo a la calle con prisas en una tarde fresca de Cuaresma en la que amenazaban altos nubarrones cárdenos. Buscaba canceles abiertos, pasos alzados, señales de que todo había vuelto a su lugar. El azahar ya se había convertido en un percutor de la memoria que, en estos días, escoge el camino más corto para herirnos.
Habían pasado tres años y dos semanas santas pero aquel caminante desandaba el calendario rumiando la misma ilusión de la primera papeleta , de la túnica menuda tantas veces probada, del añejo boletín de multicopista, de casas y manos recobradas, de la primera salida que quedó incompleta…
La Cuaresma del reencuentro ha servido para fortalecer confianzas y anudar fidelidades. La Semana Santa sigue siendo esa meta lejana que querríamos demorar para seguir disfrutando de este hermoso camino. Crecen los pasos en la penumbra de los templos; descienden las imágenes de sus camarines; se alzan los palios sobre las parihuelas y el alma de aquel niño vuelve a cubrirse de una extraña inocencia que se sobresalta a la vez que crece la luz y se acercan los días santos.
Sí, dentro de una semana será Semana Santa. Volveremos a vivir la vida en siete días , a gozar de ese tiempo estirado, de la ciudad abierta como un libro, de las calles tomadas por las cofradías, de las túnicas planchadas, los nervios infantiles, las mañanas luminosas, los ritos recuperados.
Volveremos a vestirnos de lo que somos sabiendo que ese hábito nos cubrirá un día para la estación definitiva. Ese juego de certezas otorga una profundidad insondable a la liturgia del nazareno .
El año empieza y termina bajo el antifaz, poniendo al pie de las imágenes –de lo que realmente representan- todo lo que nos dio y nos quitó la vida; nuestras esperanzas y desengaños. Pero esta espera –cruce de tantos reencuentros- vuelve a ser una antesala de la ilusión que no se ha marchitado a pesar de tantos años. En realidad la Semana Santa es el último vano abierto a la niñez remota .
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