La Cuaresma en ABC
El patero del sábado | 'Empanadas litúrgicas y ceremoniales', por Álvaro R. del Moral
Convendría rechazar, de una vez por todas, ciertas puestas en escena que se amparan en un pretendido cordobesismo que es de antes de ayer
Los avances son evidentes pero las lagunas –y las libres interpretaciones- siguen latiendo en el debe de la Semana Santa cordobesa. No hay que olvidar que el boom ochentero de las incipientes cuadrillas de hermanos costaleros dejó en la orilla la figura del nazareno y con él, el cuidado de los cortejos, de sus insignias y detalles, del correcto protocolo y ceremonial del que es, no se olvide, el verdadero centro de la celebración: el penitente anónimo que alumbra con su luz siguiendo la Cruz de Guía...
Aún seguimos viendo ciertas insignias inadecuadas que, en algún caso, recuerdan privilegios que ni siquiera gozan ciertas cofradías. Pero ésa es otra historia. Omitiremos casos concretos. El meollo del asunto se desarrolla en torno a los pasos. Convendría rechazar, de una vez por todas, ciertas puestas en escena que se amparan en un pretendido cordobesismo que es de antes de ayer. Es el caso de los llamados 'galápagos' que continúan paseándose sin apoyo histórico ni rigor ceremonial.
La combinación de la dalmática con la túnica penitencial es una empanada litúrgica y piadosa de difícil digestión. Una cosa es un acólito –la dalmática, admitida en la tradición hispana para el acólito, sólo puede vestirse sobre el alba- y otra muy distinta el nazareno .
El primero cumple una función que las cofradías penitenciales, en su momento, tomaron más o menos prestada de la liturgia sacramental: se alumbra y se inciensa a las imágenes como se hace a la cruz, al Evangelio o al Santísimo . El segundo hace penitencia bajo el anonimato del capirote portando su cirio o su insignia, llevando su propia cruz. Vale…
Y aunque los cuerpos de acólitos se toman licencias más o menos asumibles, no se puede tolerar la mezcla de churras con merinas. El hábito penitencial es una cosa; las vestiduras litúrgicas otras bien distintas.
A los defensores más numantinos de estas supuestas tradiciones les sorprendería encontrar viejas fotografías de los pasos de Ánima s o los Dolores precedidos de verdaderos acólitos antes de que el divorcio entre el clero y las propias hermandades alentara estos ejercicios de creatividad que, afortunadamente, empiezan a remitir.
El germen del asunto hay que encontrarlo en el divorcio del clero posconciliar con la propiedad ceremonial. Prestes, monaguillos , cruces parroquiales, cortejos litúrgicos… Todo pasó a peor vida. Sin faro que alumbrara cualquier cosa era válida. A pesar de todo, Córdoba cuenta con cortejos cada vez más cuidados –no hace falta señalar- que da gusto contemplar de cruz a palio. Ése es el camino.
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