LA CUARESMA EN ABC
El patero del sábado: Un cuento de nazarenos, por Álvaro Rodríguez del Moral
Se recordó a sí mismo repeinado y chorreando colonia por calles olvidadas y estalladas de primavera
La añoranza -y la ayuda de internet- le habían llevado a curiosear en las cosas de las cofradías a pesar de la distancia. Volvía a bucear en ese mundillo que fue tan suyo en otro tiempo, en otro lugar, en el tacto de otras manos y al abrigo de aquella casa que ya sólo era un escombro de la memoria. Todo había cambiado tanto... Ni siquiera sabía si, a esas alturas, seguía siendo hermano de la cofradía que ahora rebrotaba en la memoria entre las brumas de lo irrecuperable. Aquel viaje a su interior le reveló un tiempo hermoso que aún no tenía orillas, en el que todo estaba por hacer. Se recordó a sí mismo, repeinado y chorreando colonia; vestido con una breve esclavina; caminando presuroso de la mano de su padre por calles olvidadas y estalladas de primavera; camino del templo por el camino más corto ... El nombre de aquel nazareno de altísimo capirote blanco le seguía quemando el alma...
Sin saber cómo se dejó llevar. Una Semana Santa se había marchado a la nieve con unos amigos que no lo eran; la siguiente, a la playa con un ligue efímero. Un otoño, las obligaciones laborales contraídas con una gran empresa le obligaron a hacer las maletas a un país sin azahar. Nunca volvió en Semana Santa . Habían pasado los años y no había vuelto a ver lo que tanto quiso; tampoco volvió a recorrer la ciudad en la tarde de los ramos y las palmas con las ansias del niño que fue. A pesar de la distancia y el tiempo transcurrido sentía un escalofrío conocido cuando descubría ciertas fechas en el «planning» del despacho. Pero un día, sin saber por qué, comenzó a barruntar aquel tiempo irrecuperable que pasaba tan despacio y empezó a evocar ayeres. Ya había cumplido los 40 pero se quitó 30 de golpe…
Pasaron los meses sin que cesara el frío y por fin dobló febrero. Las redes sociales le habían permitido reconstruir nombres y apellidos que tenía casi olvidados. A primeros de marzo, en la consulta diaria de su correo electrónico, apareció un regalo inesperado que le hizo reír y llorar. Un amigo recobrado -rostro querido de otro tiempo- le había enviado la papeleta de sitio de la hermandad de los suyos. Sin saberlo, se estaba devolviendo su propia vida. Los billetes de avión volvían a tener la fecha del gozo.
Fuera, aún nevaba...