La Cuaresma en ABC

El patero del sábado | 'Cofradías, arte, sociedad', por Álvaro R. del Moral

A la Semana Santa de Córdoba le han faltado pensadores y ha vivido de demasiadas inercias

La Virgen de los Dolores, en su última salida a la calle en junio de 2019 Valerio Merino

Álvaro R. del Moral

Este tiempo de lejanías y pequeños exilios da para mucho. También es una oportunidad para repensar nuestras cofradías y hermandades. Es correcto el verbo: repensar . Siempre he pensado que a la Semana Santa de Córdoba le han faltado pensadores y ha vivido de demasiadas inercias , cuando no instalada en ese conformismo indolente, tan cordobés, que algunos quieren identificar con el traído y llevado senequismo. En esa tesitura, la evolución de nuestras corporaciones penitenciales siempre ha estado sujeta a voluntades individualistas o impulsos concretos y puntuales que han durado el mismo tiempo que el empeño o el entusiasmo de sus protagonistas.

Ya lo hemos escrito en alguna ocasión: a la Semana Santa de Córdoba, por encima de todo, más allá de la accidentada mímesis de ciertos modelos poderosos, brilla por la ausencia de algo fundamental: la identificación de la desapegada sociedad local. A partir de ahí, pueden anotar los males que deseen. Una vez más hay que bajar el río para buscar respuestas a algunos interrogantes. La resurrección cofradiera de Sevilla en la segunda mitad del siglo XIX fue posible gracias al empeño puntual de ciertas personas providenciales, con José Bermejo a la cabeza. Rebuscaron reglas, pusieron en pie corporaciones dormidas que no habían sido extinguidas canónicamente y, ojo a esto, supieron implicar a la nueva burguesía local -hija de la desamortización- y a aquella breve corte de los Montpensier que convirtió la Semana Santa en uno de los actos de su propia opereta. El resto llegó por añadidura.

El Romanticismo -con la creación de una nueva sociedad- fue el primer impulso de una fiesta que terminó de encontrar su lenguaje propio a lomos del Regionalismo, focalizado en la maravillosa carrera creativa que condujo a la exposición iberoamericana de 1929. Hay que recalcar que esa efervescencia artística fue paralela al auge de una sociedad que abría nuevas ventanas al mundo, encontrando su propio espejo en aquellos moldes. Si remontamos el río, sólo encontramos tímidos rescoldos de ese maridaje entre arte, cofradías y sociedad que nos privó de un lenguaje propio. La implicación de todos los estamentos de la ciudad de la Giralda en la fiesta que mejor la vertebra había sido la clave. ¿O no?

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