LA CUARESMA EN ABC
El patero del sábado | Ceniza, por Álvaro R. del Moral
La fiesta es la última y única puerta abierta al paraíso de la infancia que rebrota
El rito es hermoso, pendular, repetido… El « polvo eres y en polvo te convertirás» es hoy dulcificado por ese pastoral y edulcorado «conviértete y cree en el Evangelio» que no oculta nuestro propio cuadro de vánitas. Con la Cuaresma arranca ese tiempo -siempre el tiempo- que nos invita a ahondar en las esquinas de nuestra propia vida cuando ya tememos la certeza de haber rebasado su ecuador. Nos dejamos llevar con cualquier excusa abrazando una soledad buscada. Nos perdemos por rincones de la ciudad que nos esperan de año a año. Las imágenes, con la meta demorada de la Semana Santa , se convierten en el refugio de una desazón conocida mientras soñamos con aquella edad de oro perfumada de azahar en la que aprendimos a amar la Semana Santa.
Pero la fiesta tiene otras lecturas. En realidad no deja de ser la última y única puerta abierta al lejano paraíso de esa infancia que rebrota entre las brumas de la memoria mientras avanza el calendario. Esa dictadura inapelable del tiempo es la misma que acorta nuestro número en las listas de la cofradía y nos hace remontar el puesto en los tramos de nazarenos . No deja de ser una hermosa parábola de la vida, pero también de la muerte, del paso de ese tiempo inexorable que nos adentra en la tarde de nuestra vida.
Pasará la Semana Santa y pisarás la cera sucia y negruzca escuchando el chirrido de los neumáticos en las calles del centro. La túnica volverá a ocupar su rincón del altillo y el capirote aguardará su definitiva jubilación, convertido en trasto absurdo en medio del trajinar recuperado de la casa. La rutina de siempre volverá a los horarios, a las costumbres y los quehaceres, aunque el armario seguirá desprendiendo ese olor a incienso frío impregnado en los trajes oscuros. Seguramente habrá concluido una Semana Santa vivida con intensidad , apurada en todos sus capítulos, exprimida en sus días y sus horas.
A pesar de todo, sentirás una extraña certeza, un dolor pequeño y amortiguado nostalgia indisimulada- de aquel tiempo en el que la ciudad se abría a la tropa menuda y la salida de cada cofradía era un milagro. Quizá no habrás encontrado esa Semana Santa interior, ésa que se nos clavó en otro tiempo en el alma, que buscamos cada año con desazón en un viaje a los recovecos de los recuerdos, a los dobleces del alma .
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