La Cuaresma en ABC

El patero del sábado | 'Azahar', por Álvaro R. del Moral

La flor del naranjo es la frontera del retablo de recuerdos instalados en torno a la Semana Santa

Azahar en un naranjo de Córdoba Valerio Merino

Álvaro R. del Moral

Dicen que el olor es la espoleta más rápida de la memoria , que vuela buscando esas semanas santas que ya no pertenecen a ningún tiempo y seguramente a ningún lugar. Aquella familia nazarena había hecho una merienda tardía -la clásica tortilla para tomar fuerzas- antes de tomar el bizarro R-8 que conduciría al comando blanco de las faldas de la sierra al corazón de la ciudad para ocupar su sitio en la cofradía. El azahar enhebra esos recuerdos: son fotos fijas de distintos años que se encadenan formando una sola película. Hay un sol rotundo que lo inunda todo pero más allá de la luz está el olor: el de una escueta y fragante huerta de naranjos que amparaba esos Miércoles Santos que ahora rebotan en la memoria.

No, no habrá cofradías en la calle en esta prueba de confianzas. Pero la ausencia de tantos ritos y preparativos conocidos no deja de ser una invitación a la introspección. Ha concluido una cuaresma distinta que iniciamos con las heridas abiertas, sabiendo que significaba la ceniza. En 2020 fue el mazazo y el silencio de aquellos días que pasaron, uno tras otro, en la intimidad de las casas y la lejanía de los templos y las imágenes; con los pasos que se quedaron por montar…

En 2021 ya sabíamos que la meta, por más que la cubramos de hechos extraordinarios , sólo sería una puerta abierta a la esperanza pero también una invitación a la melancolía. Y es el azahar, solamente el azahar, la definitiva frontera de ese retablo de recuerdos instalados en torno a la Semana Santa . Es el que percibíamos desde aquel balcón familiar que ahora se levanta entre las brumas de lo irrecuperable. Sabemos que no veremos bambolearse las palmas en el domingo del júbilo. Tampoco contemplaremos las túnicas colgadas, el brillo de los escudos, los nervios de última hora y, definitivamente, la ilusión de los más pequeños erigida en el último motor de tantos empeños.

El plumilla pensaba éstas y otras cosas lejos de la que fue su casa en una noche tibia, perfumada de primavera, que le hizo descender sin paracaídas por el calendario. Recordó aquella breve tropilla de nazarenos, con su padre al frente, regresando al hogar en la alta madrugada con la satisfacción del deber cumplido. Olía a tierra húmeda y a ese azahar que hoy escoge el camino más corto para herirme.

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