LA CUARESMA EN ABC
El patero del sábado: Se acaba marzo, por Álvaro Rodríguez del Moral
La certeza de la Semana Santa sólo se hacía presente en el perfume que acariciaba las cuaresmas de la infancia
El niño que fue aprendió a espiar la Semana Santa en los botones blancos de la huerta familiar; en el perfume de los naranjos agrios a la vuelta del colegio; en la brisa templada que abría un tiempo nuevo. No había más. Nada de marchas, besamanos , quinarios, ensayos, publicaciones, redes sociales, casa de hermandad… la certeza de la Semana Santa sólo se hacía presente en ese suave perfume que acariciaba las largas cuaresmas de la infancia. Son certezas viejas que reverdecen a la vez que florecen los árboles. Las flores comienzan a abrirse al Sol y el ventarrón incierto del último marzo para terminar de descorrer el cerrojo de la memoria.
Era otro tiempo; también otro lugar. La ciudad sólo era una presencia remota: la promesa lejana de los tambores roncos ; el temblor que producía la visión del primer nazareno andando con prisas camino de su templo; aquellos siete días en los que se pulverizaba la normalidad. Pero es el azahar , siempre y sólo el azahar, el que nos lleva de la mano al inmenso salón cerrado, a la cara encajada entre los barrotes de ese balcón familiar en el que aprendimos a amar la Semana Santa. Sólo el azahar, que evoca aquella luz amarilla, las noches tibias y esos relojes que corrían tan despacio.
Y es que marzo mayea y nos lleva de la mano al corazón de la Semana Santa. Nos transporta a lomos de sus vientos y sus nubarrones lejanos; de sus caricias soleadas y sus mañanas frescas. Regalándonos sorpresas en forma de palios o inmensos canastos desvelados en las iglesias del centro. Prestándonos esa felicidad conocida al sacar la papeleta de sitio que computa el atardecer de nuestra propia vida en los tramos de la cofradía; haciéndonos soñar ayeres en esos crepúsculos dramáticos que parecen viejas películas de tecnicolor; trayéndonos de la mano a todos los que no están, a esos que sonríen en los marcos de plata y al eco absurdo de casas que ya no existen.
Pero sobre todo, este marzo radiante que se acaba nos pone a los pies de las imágenes. A ellas, a Todo lo que representan, rendimos lo que nos dio la vida, también todo lo que nos quitó. Hoy, más que nunca, el mes de marzo nos conduce a la túnica morada del Alpargate y a la inmensa alberca de cal y sombras de San Jacinto .