Pablo García Baena, o el poeta de los claustros

Pasó muchas horas de su vida en el convento de San Cayetano

Pablo García Baena, en la interpretación de Cántico Espiritual ABC

JUAN DOBADO

Cuando acaba de dormirse el querido Don Pablo, su recuerdo entre nosotros permanece indeleble. Todos queremos atraparlo, porque Don Pablo era y es de todos .

Cuando llegaba al convento de San Cayetano , sentía algo especial. «¡Cuántas veces he subido esta Cuesta, Dios mío!», decía cuando llegaba a la entrada de la Iglesia de San Cayetano y al entrar exclamaba «es el mejor relicario barroco de Córdoba ».

Así hablaba Don Pablo, aunque él insistiera en tutearle, era imposible hacerlo. Entraba en el convento como en su casa. Cuando más disfrutaba era, al abrir la Puerta Reglar, que comunica con el claustro. Se asomaba y comentaba con entusiasmo «todo me lo conozco a la perfección. El claustro, los pasillos, las terrazas, la biblioteca … ¡Cuántos recuerdos!».

Escucharle era ver en sus ojos vivos cómo pasaba la historia de su vida. Comentaba que el convento de San Cayetano era un hervidero de frailes descalzos, con grandes predicadores y pensadores, que contagiaban a todos en la lectura de los grandes místicos del Carmelo. Allí empezó a leer a su poeta preferido, al fundador del convento: San Juan de la Cruz .

«Me acuerdo de las charlas en la capilla del Caído, estábamos todos,  la hermandad de Ánimas , veníamos aquí a escuchar al padre Daniel de la Virgen del Carmen . Él impuso los escapularios en Ánimas a los primeros hermanos y nos confesaba». Ese ambiente carmelitano, místico, nació desde este convento y a la luz de aquellos frailes y así lo evocaba Don Pablo.

En San Cayetano empezó a leer a su poeta preferido, San Juan de la Cruz

«Aquí nos sentábamos con el padre Daniel de la Virgen del Carmen o el padre Pablo o Ángel . Cada momento era para comentar a San Juan de la Cruz», decía con emoción en un ángulo del claustro.

«¿Podemos subir a la terraza?», pedía. «Claro, Don Pablo, vamos arriba», le decíamos. Desde la terraza se ve el claustro, la iglesia y también Las Ermitas. « ¡Cómo han cambiado las vistas! Antes no había nada, ni el colegio, ni nada, todo era campo hasta la Sierra. Aquí ensayamos la obra del Cántico, alguna foto tengo, yo hice del Entendimiento, era 1942 , en el quinto centenario del nacimiento del Santo», recordaba el escritor.

Todo era ir comentando cada vivencia en cada lugar del convento: «En el edificio del Teresiano veníamos Ginés Liébana y yo a dar clases a los futuros frailes, ilustramos los dos un libro homenaje al Santo, donde los teresianos también participaron. La biblioteca es de las mejores de la ciudad», aseguraba Don Pablo. Ese libro se conserva como una joya en el archivo conventual.

Cada día importante de la Orden, Don Pablo allí estaba. La fiesta del Carmen, en la misa de 9, subía temprano, a ver a la Virgen. «Es de una belleza eternamente pura», decía, y vivió todos los actos de su Coronación con entusiasmo. No faltaba a verla salir en su procesión. Y el día de Santa Teresa o el de San Juan de la Cruz , su sencilla silueta se dibujaba en los bancos de la iglesia, sin llamar la atención.

Así fue, como un poeta nacido en los claustros , como un fraile rodeado de fanales y de talcos en su casa, prendado del aire amoroso de San Juan de la Cruz.

Cuando os veáis los dos en el cielo, ¿cómo será el encuentro entre los dos? ¡No puede caber ya más poesía!

Gracias, Don Pablo.

Pablo García Baena, o el poeta de los claustros

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