Semana Santa de Córdoba 2021
Nazarenos y adoquines: el Cristo de las Penas de Córdoba a finales de los años 50
La cofradía se fundó sobre la acendrada devoción que despertaba el antiguo Cristo de la Sangre en la feligresía de Santiago
La cofradía avanza abrigada por la noche de un remoto Domingo de Ramos . Las luces de los cirios rebotan en el adoquinado de la calle ¿Lineros? mientras el público, reducido, contempla el paso de los nazarenos que preceden al antiquísimo crucificado de la parroquia de Santiago . El Cristo ya gozaba de una gran devoción antes de contar con su propia hermandad en aquella recoleta feligresía que había dejado de asomarse al campo.
Las viejas crónicas dicen que el Señor -al que algunas voces fantasiosas quieren ubicar en la mismísima Reconquista - contó con el fervor de los freires santiaguistas que lo advocaron de la Sangre. La marquesa de Benamejí , que habitaba ese palacio vecino retratado por Baroja en ‘La feria de los discretos’ -la actual escuela de Artes y Oficios- consiguió bulas de Roma para subrayar su devoción.
Después de la Guerra Civil , algunos feligreses quisieron rodearle de una cofradía que pretendía alumbrar un nuevo misterio pasionista para la Semana Santa de Córdoba, el de la Lanzada. Pero el empeño no pasó del conato. Hubo que esperar a la yema de los 50 para que la idea germinara gracias al empeño de unos jóvenes de Acción Católica capitaneados por Antonio Jiménez García. Corría el año 1956. Había nacido la cofradía de Las Penas.
La fotografía esconde algunas claves maestras del tiempo en el que fue tomada. Los cirios eran meros codales de cera fijados sobre aquellos palo s pintados de marfil, tan comunes en nuestra ciudad hasta las orillas de la década de los 80. No eran años de demasiado jolgorio para las tesorerías , que tenían que apañarse con lo que había. La corporación realizó su primera salida en 1957 y la imagen publicada, con toda seguridad, no debe ser muy posterior. Podría gravitar en torno a 1960 atendiendo al atavío de los espectadores y hasta a la atmósfera que destila.
En cualquier caso sí es anterior al Domingo de Ramos de 1973, año en el que se incorporó la imagen mariana de N uestra Señora de los Desamparados , obra de Antonio Eslava Rubio que tendría que esperar hasta 1979 para salir bajo palio. Fue un año que marcaría un antes y un después en la historia de la hermandad.
En los nazarenos se adivinan los codales de cera sobre palos pintados de color marfil, entonces frecuentes
Pero hay que volver al instante congelado en el tiempo: el Cristo de las Penas avanza precedido de su cofradía de nazarenos, que llevan una túnica idéntica a la que siguen usando en la actualidad. Eso sí, los tramos de luz prescinden de esa capa -costumbre cordobesa en regresión- que sí se adivina en el diputado que centra la imagen.
Pero la añeja fotografía sigue alumbrando otras parámetros de la época, como el exiguo concurso del público que, posiblemente, revela las horas tardías en la que fue tomada. La Semana Santa de Córdoba fue territorio mayoritario de la noche hasta no hace demasiado tiempo. La imagen del Señor, más allá de la nitidez de la instantánea, presenta una policromía mucho más clara que la han conocido esas jóvenes generaciones de cofrades que, rendidos a la cursilería imperante, llaman al Cristo de las Penas el ‘ Moreno’ de Santiago .
Convendría explicar ese presunto bronceado. Tiene su origen en las técnicas empleadas por Francisco Peláez del Espino , un restaurador ya fallecido, que ha pasado a la historia por las desafortunadas intervenciones realizadas en imágenes como el Señor del Gran Poder . Peláez, convertido en una breve celebridad, intervino el Cristo en 1984. Es la fecha que hay que marcar como punto de arranque del inapropiado oscurecimiento de la imagen -parecido al del sevillano Cristo del Museo, también tocado por Peláez- que nada tiene que ver con la clara policromía que se advierte en las fotografías anteriores a 1984 .
El Señor de las Penas aparece orlado de las potencias que acabaría perdiendo, definitivamente, a comienzos de los ochenta. Los más viejos también podrán recordar al Cristo revestido con un sudario de damasco , superpuesto al de talla. Se eleva, alumbrado de cuatro hachones de cera blanca, sobre el paso que le talló Ricardo Castillo Gutiérrez que también había labrado la cruz de madera de ukola que sigue sirviéndole de patíbulo en su capilla.
Es el mismo material que Castillo empleó para la cruz de guía y los faroles que sigue sacando la cofradía. Eran unas andas de factura sencilla que aún prescindían del modelo hispalense , plenamente consolidado desde hace años en la Semana Santa de Córdoba, que diferencia entre los respiraderos adosados a la parihuela y el canasto. En su primera salida, la de 1957, el Señor de las Penas había salido sobre un paso casi improvisado , forrado de flores y orlado de unos esbeltos faroles que trepaban por las esquinas.
Pero el trono de Castillo, estrenado pocos años después, acabó forjando la impronta más reconocible del antiquísimo Crucificado de Santiago hasta el fatídico incendio de diciembre de 1979 que, además de destruir prácticamente la parroquia, redujo a cenizas el paso de Cristo y los respiraderos del palio que había estrenado la cofradía ese mismo año. Se habían quebrado un montón de ilusiones. La cofradía inició una nueva etapa en la parroquia de San Pedro -que absorbió la feligresía vecina esos años- simbolizada en el nuevo paso de Cristo después de sacarlos dos años seguidos en unas sencillas andas que había cedido la cofradía sevillana del Museo. Pero ésa ya es otra historia…
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