Lunes Santo
En la memoria de Córdoba: el secreto de las primeras veces
El descubrimiento de la lejanía del hogar familiar, las deshoras permitidas de calle en calle y de plaza en plaza
Era la primera vez que el niño abandonaba el balcón familiar durante la Semana Santa . A sus padres les atraía el eco de los poetas de Cántico y la particular atmósfera del cortejo de Ánimas. A ese imán se unía el candor posconciliar que, a comienzos de los ochenta, aún ofrecía esa hermandad a la que algunos seguían llamando la cofradía de Cirarda. Era el mejor reclamo para dejar por un día el tacto de los barrotes, la tropa que pululaba tras ellos y tomar las calles a ras de tierra. La Semana Santa se vivía entonces -échenle ya casi cuatro décadas- a horas muy tardías. Aquel matrimonio, todavía muy joven, tenía tiempo de concluir su jornada laboral y recoger a los mayores de la casa. Les esperaba el Lunes Santo y con él, el descubrimiento de la ciudad a deshoras.
La memoria rescata la cascada de saetas -con toque y cante- en la Puerta de Almodóvar ; el megáfono chillón de don Antonio Gómez Aguilar abrigado con su inconfundible «dulleta» negra; el crucificado de los Remedios remontando la calle Nueva entre dos filas exiguas de sillas; el antiguo y destartalado paso de la Sentencia en la vuelta a su templo y la dolorosa del Zumbacón alcanzando la Puerta Osario con el palio sin bordar y antes de llegar al atrio verde del Campo de la Merced derrotada por un largo camino que ya pesaba...
También fue un Lunes Santo la primera vez que aquel niño tuvo permiso para buscar las cofradías sin la protección paterna. La memoria -siempre la memoria- evoca una tarde arrasada de sol y a un amigo irrepetible. Los debutantes habían preparado su itinerario desmenuzando el programa de la jornada. Comenzó encaramándose a las rejas de un antiguo caserón cerrado, junto a las puertas de San Nicolás , para contemplar la salida de una cofradía que no se parecía en nada a la de ahora. Ha pasado mucho tiempo desde entonces pero el Lunes Santo sigue encerrando el secreto de aquellas primeras veces…
Corporaciones antiguas
Sí, el tiempo es inexorable y este año no habrá Semana Santa en la calle. El Lunes Santo se completa hoy con otras corporaciones y algunas de las antiguas -podemos hablar de las clásicas- han mudado por completo su piel sin dejar de ser fieles a sí mismas. La ilusión de contemplar a la Sentencia en la compleja salida del breve atrio de San Nicolás es idéntica. Pero el camino del cuidado, nutrido y exquisito cortejo de nazarenos es distinto de aquellas estaciones -que rebrotan entre las nubes del tiempo- basadas en las calles del centro en torno al viejo taquillón de purpurina y las imágenes de Martínez Cerrillo. La Sentencia , de alguna manera, ha asumido el papel de otras hermandades señeras de la antigua Villa y su alta e inconfundible cruz de guía -«non invenio in eo causam- muestra algunos caminos a seguir…
Pero el Lunes Santo ha ampliado sus fronteras y sus costuras. A punto de cumplir cuarenta años de vida, la cofradía de la Vera Cruz ya hace tiempo que dejó atrás su propia juventud. Este año iba a cumplir 30 salidas desde la primera estación desde el colegio de las Mercedarias -con el Nazareno de Dubé y en incipiente apogeo de las túnicas juanmanuelinas- cuando el preciosista palio bordado de la Virgen del Dulce Nombre aún era un sueño casi inalcanzable…
Pero hay un Lunes Santo para el día y otro para la noche. Los hábitos mercedarios resplandecen al sol idealizado de una jornada que empezaría a parecerse a sí misma en el jardín del Alpargate. Es el punto donde la corporación de San Antonio de Padua abraza la ciudad interior. Pero aún queda un largo tranco para alcanzar la Catedral, tantos años después de aquella efímera Madrugada que acabó convirtiéndose en batalla contra los elementos. El Señor Humilde y la dolorosa de la Merced de Antonio Buiza son sal de su barrio y cuando el palio azul de las cadenas remonta el Realejo la Semana Santa ya es una carrera desbocada.
La Córdoba real
Es la Córdoba real , la que trasciende de su antiguo callejero. La Estrella encontró en la Huerta de la Reina la savia que ya no podía fluir en el centro. Pero llegó a un barrio que ya es otro, espejo de la radical transformación del Norte de la ciudad . La cofradía también es reflejo de los nuevos caminos de una Semana Santa entendida como cuerpo vivo y el Lunes Santo ya no se puede entender sin el tremendo barco -volutas de oro como llamas- del Señor de la Redención ni la belleza delicada de la dolorosa de Juan Ventura.
Eso sí: la jornada es territorio definitivo de la penumbra. Hay quién sólo entiende el cortejo intransferible del Remedio de Ánimas en la noche plena, de vuelta para su barrio, pero vayan a buscarla a la hora del crepúsculo mientras alcanza el ábside de San Pedro desde Alfonso XII . Aún hay tiempo de encontrar a los nazarenos trinitarios de altísimo capirote negro que anteceden al Cristo de la Salud -envueltos en nubes de incienso puro- en las callejas de la Judería, abrigados de saetas, cal y sombras. Son los pivotes indiscutibles de la jornada más personal de la Semana Santa de Córdoba, contrapunto de sus tres cofradías de capa. Ánimas creó su propia atmósfera partiendo de modelos barrocos y la estela pictórica de Juan Valdés Leal, de sus «vanitas» y postrimerías. Los pintores y los poetas que alentaron aquel empeño artístico y religioso tenían claro el camino. La cofradía de San Lorenzo fue un sueño más de esos artistas que interpretaron la ciudad símbolo y la convirtieron en un territorio de belleza. Queda menos de un año para disfrutarlo.
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