CRÓNICA
Martes Santo: Treinta años en un instante
ABC Córdoba recupera las crónicas en papel de Luis Miranda sobre la pasada Semana Santa
Treinta años habían pasado de un momento a otro. Del Año Mariano de San Juan Pablo II al eco de los de la Fe y la Misericordia. De los sueños que parecían lejanos a los que se cumplen, de los proyectos muy primarios a los que se definen, de los horizontes que parecen lejanos hasta las metas que se alcanzan. Del barrio lejano hasta el momento en que se acerca a Córdoba, del Lunes Santo para los suyos al Martes Santo para todos, de Fuente de la Salud como una pared insalvable a la casi costumbre de superarla, del Cristo solo al misterio, de las cofradías que apenas tenían guion a las que lo llenan, de los palios lisos a los que se bordan. De Las Tendillas hasta la carrera oficial en la Catedral.
Como pasan todos los acontecimientos importantes de una vida en un solo parpadeo, así cruzaron treinta años de vida en unos cuantos instantes, los que tardó Nuestra Señora de la Salud en acercarse a la Puerta de las Palmas, presentarse ante los suyos, que no se lo creían, y delante de quienes la habían conocido poco, y dejarse querer mucho, que no era difícil en absoluto.
Poco después de las seis de la tarde salió a la calle la Virgen de la Salud y en el sueño cumplido de los suyos no sólo estaba el momento en que sonaba el Himno de Andalucía , ni el cimbrearse del palio, sino también todo lo que ha pasado por la hermandad y por la Semana Santa de Córdoba en los 30 años desde que se bendijo.
Pasó el momento en que su cofradía llegó a la carrera oficial y también aquel en que, como ayer, empezó a salir de la Catedral, y la muy buena conjunción de sus nazarenos, el nuevo paso muy bien terminado y la pujanza de su banda. Llevaba este año un friso de flores en tonos malvas , muy suaves, y al son de la música la fuerza del misterio parecía cobrar vida.
Se reparaba mucho en el Señor, pero se esperaba sobre todo a la Virgen, y por más que se le hubiera visto a Ella, y se hubieran apreciado la bambalina frontal , las jarras y todos los elementos, no se hacía la idea hasta que el conjunto no andaba de frente. Le cayeron muchos «vivas» de su barrio en aquel primer momento, y que quizá llevaran esperando muchos años en que se prendaron del rostro juvenil y dulce, y todo era mimo y refinamiento, desde la conjunción de flores rosas hasta los bordados y el tocado.
Había esperado mucho tiempo y mientras Ella se ponía en las calles el Martes Santo había nacido, tan distinto del que tenía predestinado, en San Andrés . En aquel 1988 todavía no estaban los altos nazarenos rojos, los primeros de cola que salen todos los años a las calles, y el misterio era muy distinto. Nunca dejó de ser sobrio, pero las recobradas cornetas le acentuaron el tono recogido que tan bien le sienta al misterio, y en esta época de flores muy sutiles y de paletas cromáticas allí mandaba, como en los años 80 que se recordaban, el clavel rojo, con algunos cardos, símbolo pasionista, y los statice morados.
De este color llevaba otra vez la túnica el Nazareno, con la Virgen mirándolo dirigirse al Calvario y parecía que la hermandad de San Andrés había cogido el punto justo de su misterio, que ahora es un camino hacia la cruz donde todos parecen andar detrás del Señor, una imagen que merece una mirada honda, como la Córdoba castiza y medida de Gutiérrez de los Ríos por la que se enmarcaba el ancho paso.
Cuando la Virgen de la Salud esperaba en su barrio, Miguel Ángel González hizo a la Caridad , la primera de las suyas que salió a la calle, y de alguna forma moldeó poco a poco a su cofradía para que se le pareciera. De ahí llegó el palio que no puede ser más que de cajón, la candelería de líneas rectas, la música que tiene que ser solemne para no distraer de tanta belleza y ese ancho rostro que parece el mismo pero que cambia sin dejar de ofrecer matices según el ángulo y los perfiles, sea en la luz de la tarde bajo su palio o ya de vuelta con la candelería gastada y la intimidad del encuentro.
Por otro rincón de la Ajerquía había salido la Hermandad Universitaria , que se gestó al mismo tiempo que la Dolorosa del Naranjo a la que ayer miraba todo el mundo, que después pasó por dificultades y que renació cuando la Agonía ya visitaba la carrera oficial todos los años. Su cortejo es breve y muy austero, su Cristo está hecho para que no termine nunca el impacto espiritual que comienza la primera vez que se tiene delante.
En aquellos primeros metros no tenía que imponerse el silencio de las bullas incontroladas : los que estaban, que no eran pocos, sabían lo que tenían que hacer ante la imagen que se hace de carne para revivir el hecho que estos días conmemoran los cristianos, y entre tantos detalles de marchas, de flores, de guiños, de levantás que se dedican y cosas que se expresan a flor de piel, la austeridad extrema que envolvía al Crucificado no dejaba de agradecerse como si fuese una llamada a centrarse en aquello que no tiene otra vía que la de la conmoción. También iba sin cambios la Virgen de la Presentación , en su paso con los fanales doctorales, y también con unos pocos lirios morados, y ya de vuelta, por la noche, la intimidad recalcaba el símbolo del dolor que sostenía en las manos en recuerdo de la profecía de Simeón .
El Martes Santo que ayer recibía a una nueva imagen fue siempre la casa de la cofradía del Císter y su estética tan cuidada una cita ineludible todos los años. Tampoco ha sucumbido a las modas, por otra parte tan finas, de las nuevas flores. Salvo algún año con iris, el misterio del Señor de la Sangre siempre ha ido con claveles rojo sangre. La ancha disposición de las figuras hacía lucir esa emoción interior con la que siempre llama la atención y al salir a Capitulares, siempre ancha y tantas veces llena, muchos caían en la cuenta de que ya era la primavera, de que el sol seguía tan alto como las tardes anteriores, pero calentaba bastante más y sobraban las prendas de abrigo, al menos hasta la noche. La Virgen de los Ángeles , de clásicos claveles blancos, llegaba en su fina distinción de cada año, y el caminar que parece severo de las borlas de su palio, con marchas que al menos por esa zona eran fúnebres, era también la ocasión de reparar en muchos detalles, de ver cómo San Juan le iba ayudando a caminar camino de la carrera oficial.
Pero todavía quedaban cofradías que salir a la calle, y la calle Lope de Hoces, mirando hacia el oeste, se había llenado de luz primaveral, y también de gente, que recordaba cómo la Santa Faz salió muchos años a primera hora mientras la Virgen de la Salud se quedaba en el umbral de su templo.
El Nazareno que tiende la mano a la Verónica volvió a conmover, porque aquellos dedos que se extendían ante la que estaba arrodillada con más intución que comprensión eran como una explicación de cierta religiosidad popular, a la vez cotidiana y elevada, al mismo tiempo sencilla y certera. De entre los exornos más originales eran las flores en tonos entre el naranja y el ocre que llevaba el misterio cuando ganaba metros por la Victoria hacia Fleming , bañado en luz.
En los años 90 que se resumían en ese instante había ido saliendo la Virgen de la Trinidad , pero ayer estrenó el palio que soñaba su cofradía, y que no pudo dejar mejor impresión. Se conocía la bambalina frontal, bordada por ambos lados por Jesús Rosado, pero no la buena conjunción con el rojo y con el faldón, y sobre todo el muy original respiradero concebido por Rafael de Rueda y ejecutado por José Manuel Bernet .
Y poco después, también el Prendimiento salió y convocó a las bullas salesianas en un cortejo muy compacto y bien nutrido y también a su alrededor. Avanzó con majestad el paso de misterio, este año con un nuevo avance de talla y con variedad floral en torno al morado y al malva.
Era el palio de la Virgen de la Piedad el decano del día, siempre de bulla y siempre popular. La dulce imagen salesiana brillaba entre rosas pálidas, y su palio iba pidiendo a sus hermanos ligereza en los bordados que le están preparando, como pasa cada año en más cofradías. Todo era alegría con ella.
En esa presencia siempre permanente en la jornada terminaba, a su hora en punto, la carrera oficial del Martes Santo en que se incorporó la Virgen de la Salud, que a esas horas buscaba el regreso a su barrio, quizá en el recuerdo de cómo habían cambiado su cofradía y las demás.