SEMANA SANTA DE CÓRDOBA 2018

Domingo de Ramos: Feliz aquel que sabe esperar

ABC recupera las crónicas de Luis Miranda sobre la pasada Semana Santa de Córdoba

El Cristo de las Penas a su paso por el Templo Romano de Córdoba ÁLVARO CARMONA

LUIS MIRANDA

FELIZ aquel que había mantenido el tiempo de espera. El que sólo se asoma al Domingo de Ramos de Córdoba en los recuerdos naturales y no en los sucedáneos, el que escucha una marcha cuando tiene a la banda encima y sólo de tarde en tarde, el que sabe identificar ciertas miradas que parecen de madera, pero que él sabe que trascienden a lo Superior. El que al llegar este día todavía tiene intacta la capacidad de sorpresa, sí, feliz aquel que sabe esperar.

Porque tuvo que hacerlo, y no sólo hasta que amaneció el día, sino un poco más. En Córdoba con propiedad, al menos para quien tenía que buscar y mirar con los ojos del alma y la memoria, no se hizo Domingo de Ramos más que a las cuatro y veinte de la tarde, cuando sobre lo que habían sido charcos fríos pisaron los primeros pies de nazarenos, cuando por fin había que dejar de mirar al cielo y de pensar en si las cofradías saldrían o no saldrían.

A pocos metros, en San Lorenzo , no se habían abierto las puertas a las diez de la mañana, sino a las once, y no para dejar pasar la luz de la mañana ni para ver salir a niños vestidos de hebreo, sino para asomarse al interior de una congoja.

Llovió en Córdoba toda la madrugada y lo hacía también a las diez. No tuvo dudas la hermandad, que no se había quedado en San Lorenzo desde el Domingo de Ramos de 2000, aunque ya hace dos años tuvo que refugiarse en el Góngora, en su última visita a Las Tendillas, por un aguacero muy fuerte.

De allí se iban retirando, con el llanto de una ilusión que se desvanecía, los niños que hubieran llevado las palmas en la mañana que tendría que haber sido radiante y quedaban los pasos expuestos para que los conocieran quienes los habían echado de menos. Feliz aquel que se encuentra de un año a otro la mirada de Jesús de los Reyes , feliz quien lo recuerda erguido y majestuoso sobre su cabalgadura, el que sólo de tarde sueña con el momento en que el sol se mete entre las flores de colores vivos que le habían puesto en el paso.

Feliz el que encontró, aunque fuera sin moverse, a la Virgen de la Palma en su paso de palio, y le soñó la luz filtrada por el techo y el momento en que dejaba perderse el manto de brocado blanco.

A esas horas el cielo todavía no había querido un Domingo de Ramos en las calles, aunque sí en las iglesias, y a la hora de comer había un ambiente como de un día cualquiera, como si no se notase la fecha si no se había cumplido con la tradición de ver a la primera cofradía en la calle.

El Rescatado a su salida de los Padres de Gracia VALERIO MERINO

Dejó de llover poco después de la una y las previsiones decían que la tarde sería tranquila. Lo cumplieron a medias, pero no dejaron a nadie en su casa. A las cuatro menos cuarto tenía que salir el Rescatado y llovía. No a cántaros, sino con un cielo a ratos azul, pero no era el momento para ponerse en la calle. Las cofradías dicidieron entonces retrasar la jornada media hora, que fue de más incertidumbres, de sol que salía y de chispeos que aparecían otra vez.

Pero salieron. Y feliz aquel que tras los nazarenos se olvidó de los charcos y se emocionó ante el Señor Rescatado, con la mirada de la resignación que siempre tiene un matiz nuevo que no se ha visto en el besapiés ni en las visitas a la capilla.

Feliz el que encontró otra vez la fuerza de las manos que parecen poder romper las ataduras pero permanecen atadas, feliz el que lo siguió por los rincones de la plaza. Iba este año delante y no hubo problemas con los devotos de paisano: sólo unas decenas siguieron, como se les indicó, al final del cortejo.

Feliz el que vio venir un palio por primera vez y encontró a la Virgen de la Amargura , el que se olvidó de que a ratos seguía chispeando pero no se preguntaba si la hermandad se daría la vuelta porque veía azul esperanza en el cielo.

Feliz, en fin, quien escuchó «Amarguras» al salir como primera marcha del año y no se percató de las que sonaron demás, y reparó en las rosas de varios tonos entre el rosa y el malva.

Esperanza y Penas

Qué aire de fiesta había por la calle María Auxiliadora arriba, con todo el mundo esperando en las aceras. Volvía no a chispear, sino a llover, pero parecía que no había dudas: el Rescatado seguía hacia Arroyo de San Lorenzo y cuando escampó al muy poco tiempo las cofradías que tenían que salir a las cinco y media no tenían dudas de salir.

Feliz el que revivió el momento de la tarde del Domingo de Ramos en que ve venir al Cristo de las Penas , casi siempre desde el mismo lugar de la calle, el que sabe cómo viene andando, el que conoce incluso la música que se repite de un año para otro.

Había quien se sabía el color de los lirios dispuestos sobre el paso y quien sentía el estremecimiento de la memoria cuando tenía ante sí el perfil noble y antiguo del Crucificado y la mirada al cielo de la Virgen, y cuando ambos se bañaban en la luz justa antes de salir a la San Pedro .

Feliz se sintió, desde luego, quien pudo abrirse paso por las aceras para seguir a María Santísima de la Concepción sin meterse en el cortejo, quien reparó en su tocado abierto y limpio y en los bellos ojos al cielo que deberían conocerse y enslazarse más, quien escuchó «La sangre y la gloria» por aquella cal, quien miró a las camelias, las mismas de siempre, pero dispuestas en piñas distintas de las de siempre.

Se había distribuido el público de otra forma y parecía que un Domingo de Ramos menos pletórico que los de otros años, pero iba creciendo.

A la misma hora había salido la Esperanza y venía con todo su empuje por la Espartería y por la Corredera , y por allí se imponía la música de la Pasión de Linares a pesar de la reverberación, y el ancho espacio enmarcaba con naturalidad el extrovertido andar del paso de misterio.

Brillaba el Señor más que otra cosa y eso que lo que lo rodeaba era hermoso.

Allí estaba su túnica bordada como una pieza maestra, el conjunto dispuesto en torno a Él sin quitarle nada, las pequeñas rosas rojas dispuestas en el friso en elegante combinación, pero feliz aquel que no era capaz de quitarle la vista de encima al Señor que después de sufrir en el pretorio tenía que empezar a cargar con la cruz.

Venía el largo río de nazarenos blancos y verdes por la Espartería abajo y había que buscar a la Esperanza todavía en Capitulares, porque su cortejo es largo, y toda era delicadeza.

Su tocado era el más original de una tarde en que todo el mundo estuvo muy atinado; sus flores, de blanco extovertido y el alma se sintió feliz cuando sonó «Virgen de las Aguas», tan de Domingo de Ramos y tan de Ella, cuando se perdía por la cuesta abajo y ya esperaba una multitud en la calle.

Paso del titular de la hermandad del Huerto ROLDÁN SERRANO

Feliz aquel que sueña con el Señor del Huerto a la hora en que se enmarca entre naranjos y feliz también quien agradece el azahar pero sabe que aunque falte, como ayer, no es imprescindible para un día pleno. Quien tanto había esperado el día no dejaba de buscarle la mirada alta, la incertidumbre que no cede a la angustia, y reparaba por supuesto en los nuevos apóstoles durmientes, que cumplen muy bien con su función sin dejar de ser imágenes secundarias. Si otros años iba el paso de misterio más resulto en morado ahora primaba el rojo, como en años algo más lejanos.

Feliz el que recuerda la música recogida y la estética sobria en que viene el Señor Amarrado a la columna en su paso oscuro, el que esperaba una sorpresa y encontró una refinada alfombra de rosas, calas y piezas de colores entre el granate y el malva con un gusto impecable, el que sobre todo se quedó con el sabor devoto de la imagen que sufre y trasciende con la mirada al cielo.

Y tuvo todavía el premio de la Virgen de la Candelaria , la mirada emocionante al caer la tarde, el giro lleno de sutileza en que el oro de las bambalinas bordadas parecía acariciar los varales.

A esas horas empezaba la carrera oficial. La calle de la Feria estaba llena de quienes esperarían a las cofradías de vuelta. No hubo esta vez retrasos, fue todo el mundo en hora y el Patio de los Naranjos se llenó.

Al caer la tarde se había puesto en la calle el Amor y el corazón, feliz otra vez, buscó emocionado al Señor del Silencio , misterioso y lleno de unción, y no se separó de Él durante un buen rato porque era Domingo de Ramos. Miró el cariño de los suyos al viejo Crucificado, expresado en la larga cola de los que lo seguían, en el sabor clásico de los claveles rojos en que estaba resuelto su Calvario.

Y al final, la Virgen de la Encarnación en su fiesta del 25 de marzo, tocada con refinamiento, una curiosa tradición en barrios humildes que enjoyan a sus imágenes. Feliz otra vez se sintió el alma que fue del Cristo antiguo a los ojos verdes de la Virgen, la que disfrutó en la caída de la tarde por el Puente Romano y que sabía que habrá que esperar bastante tiempo, pero la emoción del que sabe esperar volverá a ser tan pura.

Domingo de Ramos: Feliz aquel que sabe esperar

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