Semana Santa Córdoba 2020

Crónica | Domingo de Ramos en Córdoba, la ausencia después de esperar nada

Las misas en la televisión fueron el magro consuelo para quienes se quedaron con ganas de salir a la calle

El Rescatado avanza poco después de su salida del Domingo de Ramos en una imagen de archivo Valerio Merino

Luis Miranda

La luz no engaña. Podrá camuflarse de frío, envolverse en lluvia cuando quiera aparecer o pintar el cielo de nubes que recuerden al otoño . Faltaban en el paseo los trajes nuevos y las colgaduras puestas, las palmas en las chaquetas más refinadas y el aire nervioso del estreno, los programas en el bolsillo y las prisas por llegar antes que nadie. Faltaban las calles llenas y las gafas de sol, y los niños preparados porque era su día, pero no faltaba la luz.

Para Einstein era el gran misterio del Universo y por eso dedicó una parte de su tiempo a estudiarla. Quien escriba de ella tiene que hacerlo con unas cuantas sensaciones, porque hablar de grados de inclinación de los rayos y de la posición en el cielo es más prosaico que hablar de que también las mañanas se parecen a las de la Semana Santa , de que la textura con que amanece puede ser la de la mañana ilusionada en que hay que disponer la túnica sobre la cama y contar las horas para revestirse de ella.

Y lo cierto es que ya se dejaba querer desde hacía días. En la Cuaresma que fue y que tuvo cuenta atrás real, con sus cultos, con sus besapiés, con sus ensayos y con sus preparativos en la distancia, y en el resto de este tiempo doloroso que ha tenido el título de una canción de Antonio Vega: «Esperando nada» . Porque hasta los oficios, que para muchos cofrades son un consuelo en estos días y todavía en aquellos momentos en que una cortina de lluvia echa a perder los días, tendrán que hacerse con la mediación de una pantalla. Ni todavía quedará el consuelo de los monumentos ni la adoración de la cruz en presencia.

Pero aunque se esperaba nada, o se esperaba un recuerdo doloroso, el día amaneció de Domingo de Ramos , con esa luz que todavía bendice y aún no castiga, con ese sol que corta el tiempo y más que para iluminar parece hecho para sumarse a la fiesta. A la fiesta que no podía ser, porque ni las iglesias se podían visitar ni en ellas estaban más que las imágenes quietas en sus altares. Cuánto vacío.

El templo trinitario, vacío el Domingo de Ramos de ayer durante la cuarentena Valerio Merino

No fue a la medianoche anterior la banda de la Esperanz a a ofrecer su tradicional serenata a la Virgen , ya radiante en su palio cuajado de flores y de cera. No durmió casi nadie con la ilusión de un niño ni se levantó buscando el barrio de San Lorenzo. La calle Torrijos estaba desierta de palcos y de chaquetas y quien hubiera pasado por la Mezquita-Catedral no hubiera podido ver el Patio de los Naranjos más que por alguna ventana. En el interior de la Catedral había sólo unas pocas casullas rojas y se leía la Pasión y nadie esperaba que un clamor de tambores, de esos que se oyen desde la distancia amplificados menos por el eco que por la costumbre el corazón, anunciase que llegaba la Entrada Triunfal. Y nadie había acudido, tras madrugar en el día gozoso en que nadie echa de menos dormir demasiado, a San Lorenzo, a ver nacer por allí la Semana Santa que un día antes tampoco había tenido un prólogo en los barrios de extramuros.

Si habías esperado nada, nada habías recibido, más que el recuerdo, que no es poco. Con él se vive el resto del año , porque incluso en tiempos en que una procesión en la calle puede suceder en cualquier momento del año, la Semana Santa siempre es distinta. Y esta vez se había marchado, había dejado el hueco. 2020 es el vacío.

Cuando era el mediodía había quien recordaba la Ribera y las filas de niños con palmas y ramas de olivo, y hasta el sol, que pugnaba entre las nubes , quería como dibujarlo y proyectarlo como un holograma para aliviar el recuerdo.

Cuando los festivos son un día de chándal y de calles vacías, que ya bastante trajín y afanes tienen las jornadas laborables, el Domingo de Ramos tiene todavía ese aire de lo excepcional, del día que hay que pasar en las calles. No es sólo vestirse para estrenar, sino también empezar a patearse la ciudad propia que muchas veces se tiene olvidada. Por eso era día, y ayerte acordaste, de comer fuera y al sol, cerca de los lugares en que luego se ve a las cofradías, y disfrutar de una breve sobremesa antes de buscar a las hermandades.

La primera de la tarde

¿ Cuál hubiera sido la primera de la tarde, el primer momento en que se veía una calle o una plaza bien llena de nazarenos ? ¿Cómo habría sido la luz sobre un paso dorado o sobre los apliques de plata de uno barnizado en caoba? Quien estuviera en las calles, y pocos tendrían permiso para conseguirlo, notarían cómo el sol era el mismo que otros Domingos de Ramos y no les habría extrañado encontrar una fila de nazarenos en la calle Agustín Moreno y al final, como siempre, con el fondo del cielo abierto y del convento de Madre de Dios , ver venir una vez más al Crucificado, y hasta que cayeran las petaladas bajo los balcones engalanados. Se podía escuchar la música y el golpe de las bellotas del palio en los varales.

Desde ahí todo se desbordaba y las cofradías eran ríos incontenibles . Había quien prefería remontar Alfonso XII y encontrar allí la ausencia del Rescatado, todavía con la sopresa, aunque hubiera sido el tercer año, de que el Señor fuese delante de la Virgen de la Amargura . Casi había que contenerse para no desandar el camino y buscar su plaza y soñar con el momento en que se miran los ojos resignados y las manos atadas y poderosas. A muchos les pareció exagerado que el primer viernes de marzo no se le pudiera besar el pie, como sí pasó en otros lugares, pero qué premonitorio y simbólico fue aquel día para lo que vino después.

Una corredera vacía

La Corredera impresiona mucho más vacía que llena, porque es como un decorado magnífico de una obra que no se tiene que representar. Desde que cambió la carrera oficial era el sitio por el que muchos buscaban a la Esperanza , aunque alguno pasase algún momento feliz en la calle Juan de Mesa . Parecía que esa parte del barrio de San Pedro se había vestido de verde en la memoria de quien la recorriera con la cabeza o tuviera la oportunidad de patearla en un día en que querría haberse encontrado con las bullas que no dejan pasar. Qué distinto es todo en estos días en que hasta lo que antes te molestaba ahora lo echas de menos, porque entiendes más que nunca que forma parte de la fiesta.

A poco que mirabas al sur sobresalía, blanca y albero, la parroquia de Jesús Divino Obrero y buscabas cruzar el río, que ahora es más fácil por el puente de Miraflores. Y si otra vez fue la primera que viste por la tarde, ahora era el momento para que se te echase la noche encima y disfrutar con tranquilidad del camino de ida o de vuelta por esos barrios de casitas bajas. De nuevo pensaste que en una esquina estaría dando la vuelta la cruz de plata y evocaste más que nunca la mirada introvertida del Señor del Silencio , el aire de barrio volcado como ninguno con su Cristo del Amor.

Y no, no pasó más que en la cabeza, porque era un día donde se había recibido nada por haber esperado nada también . Los que ese día tendrían que haber llevado una túnica puesta se acostaron pronto para que el sueño al menos les quitara el sabor de la pesadilla de este año.

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