Semana Santa de Córdoba 2023 | Viernes Santo, la cruz se ha quedado vacía
Crónica
La Pasión va diciendo adiós con una tarde solemne presidida por la Virgen de los Dolores y de estética única
Así te hemos contado en directo el Viernes Santo de Córdoba

Estuvo en la calle desde el primer día. Alta y arbórea para elevar el cuerpo exánime de los Cristos muertos y hacer que se cumpliera la escritura. Refinada y teológica en los hombros del Señor de los Reyes y de Jesús Nazareno. Penitencial y anónima en los hombros de los penitentes cubiertos y sin capirote.
Como puerta ambulante de madera o plata para que llegasen los nazarenos y llenasen la calle, como joya y confesión de fe en el pecho y el remate de corona de las Dolorosas. La cruz, rotunda, icónica como sólo puede serlo lo simple, está en todas partes en la Semana Santa de Córdoba, pero el Viernes Santo es distinta como distinta es la tarde.
El alma se ha echado en la calle con la alegría del hábito del gozo. Se ha acostumbrado a encontrar cofradías, a apurar con ellas las tardes y las noches y a pensar que dormir no es tan importante después de todo.
El azul impecable del cielo hizo creer al que buscaba en las calles que su fiesta era inmortal y en la tarde del Viernes Santo encuentra la señal en el árbol de la cruz. Se acaba. Se marcha. La cruz ya no es la que ha visto venir, marcharse y volver a venir todas las veces que quería.
La había dejado encima de un paso cuando se preguntaba por un amanecer que todavía estaba lejos. Arbórea, nudosa, sin adornos, en ella estaba el Cristo de la Buena Muerte como flor de la redención. Puede ser una cofradía íntima, pero nunca sola. Sus horas son de poco público, pero de gente que pone los cinco sentidos y jamás la indiferencia de echar la tarde con lo primero que pase.
A cierta hora, y cuando parecía que nadie iba a detener esta vida en la calle entre imágenes, aparece la cruz distinta. Había avisado, pero muchas veces la cabeza es caprichosa y niega lo que tiene delante. Pero al subir ya no hay dudas.
La cruz que está detrás de la Virgen de la Soledad tiene encima un sudario y no era cruz de antes, sino de después. La cruz de la despedida, la cruz que se había vacíado después de que en ella se consumasen la redención y el sentido de la fiesta, según se quiera mirar a lo teológico o a lo antropológico, a la pulpa o a lo que la rodea. Dice la verdad.

El que busca piensa en las Semanas Santas de cuando era niño y recuerda aquella cruz diferente en la que habían quedado los lienzos con los que se había bajado al Señor y cae entonces en la cuenta de que en Córdoba no habrá ninguna otra tarde de cofradías.
Y lo recuerda y se pone vivir otra vez, ya que amaneció bien pronto. En el rato en que en la calle no está más que Ella hay que prenderse del perfil izquierdo de la Virgen de la Soledad, mirar los ojos grandes y todo lo pondrá. Nadie querrá despegarse en bastante tiempo.
Sale otra vez la cofradía con música desde la cruz de guía, también con el sudario que ya anticipa la diferencia, y la Virgen se pone en la calle sin el himno, con la música de la marcha 'Dolor y Soledad'.
Ahora es una cofradía seria que quiere arraigarse en un barrio moderno y no demasiado cerca de la carrera oficial, y por eso tiene el rigor de siempre y el cariño de alguna petalada que parece querer decir que cala entre su gente. En su paso de caoba y bronce hay flores del morado al malva, con algo de silvestres, y busca enseguida Jesús Rescatado camino de la ciudad vieja.
El palio del Rosario sufrió un problema al rozar un varal al salir, que luego provocó una rotura
A esa misma hora, bastante lejos, se levantaban tres cruces. Llenas, todavía, y con algo que contar. La Conversión empieza el largo camino a Córdoba en busca de su segundo Viernes Santo en la Catedral y a esa hora no se le tiene miedo a la lluvia, pero sí respeto al sol. Se ha llegado a los 30 grados y la hermandad atraviesa el viaducto de la carretera de Palma del Río sin un metro cuadrado de sombra posible a las seis de la tarde.
Avanza para buscar pronto Poniente y el observador repara que entre sus especies silvestres hay flores del paraíso, la especie anaranjada que simboliza el Reino que el Cristo de la Oración y Caridad promete a San Dimas después del arrepentimiento. Catequesis para una catequesis, símbolo para representación.
En extraña paradoja, a veces los Cristos vivos avanzan más el final que los muertos. Estos últimos son omnipresentes, porque la redención no termina. Ciertos momentos son siempre postreros, pero a esas alturas sigue sin pensarse. 'Cerca de Ti, Señor', es la propuesta de la Redención cuando el paso va dejando atrás el puente y busca estar algo más abrigada, y hay que escucharla mirando el rostro de Cristo que perdona e invita.
Poco después el Viernes Santo de siempre por fin se despereza en las iglesias y la Virgen de los Dolores está a punto de salir a la calle. Son las siete y hay mucha gente que la espera en esos lugares que siempre anticipan su presencia cuando se le espera o cuando se va en su busca cualquier día del año en el santuario.

Otra cruz distinta, porque cuando se mira la que abre el camino a la hermandad de los Dolores también sabe quien la ve y repara en su riqueza fastuosa que la fiesta se le va de entre las manos. Ya no son tiempos de tantos nazarenos, pero la impaciencia y la expectación se mantienen.
Tiene el Cristo de la Clemencia, en su eterna estampa despojada, la novedad de llevar la sencilla corona de espinas que le había hecho Javier Cumplido, y que se nota sin alterar la percepción del Crucificado. No faltan las rosas rojas a sus pies y al pasar empieza la cuenta atrás para la Virgen.
Es la misma y es distinta de la del Viernes de Dolores. Es la de todos los días y llega diferente según el ángulo. Majestuosa siempre, doliente, dulce, a la vez fina y plena de unción. Cada ir y venir tiene un poco de descubrimiento, porque la Virgen de los Dolores hace nuevo cada día que se vive al lado. La espera tanta gente en todas las calles que la Policía Local tiene que cortar aforos.
La saya morada de la cruz de soledad se ha asociado muchas veces a Viernes Santos marcados la lluvia, pero ha salido en este año de sol impecable y de hasta calor que a ciertas horas se va aliviando con un poco de brisa y de fresco.
Lleva en las jarras flores blancas, calas, tan cordobesas, sobre todo, y la cofradía sigue buscando en la combinación de cirios y candelabros delante, en las cornucopias de las que salen flores, para entornar la que tiene que ser estampa tan inmortal como el rostrillo, el manto con las vueltas blancas y la mano que escucha a quienes le rezan a las plantas.

Hay corbatas negras en la calle y ya todo parece decidido. Al salir la Expiración vuelve la certeza de que su mirada arriba y su boca que busca aire para tomar por última vez tienen final y consumación que la llaga del costado. En esta Semana Santa de Córdoba de capas hay que reparar en los nazarenos de cinturón de esparto que llevan todavía el cirio abajo hasta que el Crucificado sale de San Pablo y lo pueden subir.
Impresiona el Cristo de la Expiración cuando camina a un ritmo muy pausado, mecido por un compás tranquilo que avanza por las calles hasta que el capataz pide un poco más, aunque tampoco mucho. Si llevase marchas se diría que es a su compás, pero es que hasta la música de capilla le hace de canción de cuna.
Viene también bastante recogida a sus pies la Virgen del Silencio y a sus pies hay este año más iris morados que especies silvestres y pitas, aunque no faltan cardos de la pasión.
La nota más triste de la tarde llega al salir la Virgen del Rosario. Las puertas de San Pablo son grandes, pero en la media altura uno de los varales del lado derecho se engancha en el arco barroco. Hay un momento difícil, el paso queda muy inclinado, pero tras unos segundos largos se soluciona y la Virgen sale.
Los que lo han visto lo olvidan y no les queda más que disfrutar con Ella. Va por las calles escuchando piropos merecidos, porque la belleza le resplandece en el palio serio. Amueci, en su ya único día en Córdoba, intepreta 'El héroe muerto' y hay que pelear con la bulla para seguirla, para mirarle el perfil, reparar en que lleva grandes rosas blancas y sentir que es Semana Santa.
No es definitivo el triunfo: en la Catedral el varal maestro del lado derecho se rompe, probablemente como consecuencia del golpe, y la cofradía regresa por la calle San Fernando y no por el Compás de San Francisco, como estaba previsto.

En la cima de la calle de la Feria se ve la Campiña y el corazón intuye que bajan al Señor. La cruz se sigue vaciando en el Puente Romano. Con cornetas y con aires de barrio el atardecer tiene la tristeza ya de la despedida y en la mano desclavada.
Si acaba la Pasión es lógico que acabe en sol que se marcha sobre el Guadalquivir, en una luz imprevisible que se va filtrando y que le hace paisaje al momento en que el Crucificado baja exánime hasta la sábana. Otra vez la sábana.
El palio alegre de la Virgen del Buen Fin ya es anticipo de Resurrección a la espera de renovarse, pero también es despedida de la emoción de la candelería que se enciende y que ilumina la noche y que tendrá que esperar ya bastante tiempo.
En la Compañía, la cruz se ha vaciado del todo y llega alzada y con manguilla, anunciada por la matraca. No queda en los pasos del Santo Sepulcro nada de ella más que el recuerdo de que todo ha sucedido en el árbol ya ausente. A la hora en que se abren las puertas el que se ha pasado la semana entre cofradías es consciente de que se le está yendo y tiene que apurar para disfrutar.
Decían los suyos que el nuevo trono del Yacente era un paso para ver detenido, pero emociona verlo venir a su compás preciso, proponer todo su mensaje de salvación y de arte, invitar a leer y a comprender o simplemente a dejarse enamorar por la belleza, que es reflejo de Dios.

La Virgen del Desconsuelo llega brillante de luz en la candelería perfecta y con algo de suerte también se detiene cerca. Viene con la corona que le diseñó el recordado Manuel Palomino y va vencida por el dolor como va vencido por la añoranza anticipada quien la mira.
Suenan las voces de Cantabile y hay que buscar los sitios en que su propuesta diferente tiene la complicidad de la gente que sabe lo que tiene delante. Lleva piñas impecables de claveles blancos, muy verticales, porque alto y hermoso es su palio.
Con suerte se deja acompañar y quien mira sigue encontrando cruces, las cruces distintas del Viernes Santo, que se vacían a la espera de poder llenarse de gloria y que dejan una esperanza y una nostalgia inevitable.