Crónicas de pegoland
Seres fantásticos y dónde ponerlos
No hay que ir de lilas cuando se tiene que tomar una decisión sobre una pieza de valor histórico
Las cuatro estatuas íberas proceden de una finca de Montoro
Las claves de la operación Leona, un éxito policial contra el expolio

Creo sinceramente que todo euro que se invierta en el Museo Arqueológico de Córdoba, en los pequeños centros locales que operan con sus colecciones, en los yacimientos abiertos o futuros y en formar a gente en la materia es dinero bien gastado. Genera conocimiento científico, marca de territorio, oportunidades de cualificación laboral, desarrollo económico y conocimiento de nuestra propia historia.
Por eso mismo no hay que ir de lilas cuando aparecen seres fantásticos (eso era un león para un turdetano) y alguien tiene que decidir dónde colocarlos. Que es lo que está pasando con las cuatro estatuas de etapa íbera que algún listo quería poner en el mercado hasta que la Policía Nacional dijo que manos sobre la cabeza, todo el mundo contra la pared. Sería un error mayúsculo dejar las cosas pasar y que vayan donde diga vaya usted a saber quién por inercia, desidia u obediencia de partido. Que es lo que puede ocurrir.
La respuesta correcta es que han de estar aquí, de donde salieron. En las mejores condiciones de conservación y con las mayores garantías de acceso al público aficionado y a los investigadores en la materia. Reclamarlas para tenerlas en un almacén no es un buen negocio. Al contrario, es un gran fracaso. Pero expuestas de forma conveniente, con una generosa política de préstamos a otros museos interesados, hacen una cosa muy buena de algo que iba a ser muy malo. Dedicarlas a decorar la mansión de quien pudiera pagarlas. Solaz privado de ricos que se ponen en manos de anticuarios con los escrúpulos justos. A los que, en esta ocasión, han parado a tiempo.
Esos pedazos de historia son suyos y míos —públicos, según la ley— sin haberlos comprado. Pero tengan una cosa muy clara: una vez que hayan sido colocados en un lugar, allí se quedan. Estas cosas nunca se devuelven apelando a la unidad de la colección. Y luego vienen los lloros y los lamentos. Las recogidas de firmas y los manifiestos. El qué pena, mare mía. Qué pena.