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Muere Ginés Liébana: la alegría del arte entre ángeles y la vida entre amigos

El pintor y escritor de Cántico deja entre los suyos la estética de un optimismo irrenunciable

Muere Ginés Liébana, el pintor que llevó el espíritu de Cántico hasta los 101 años

Las estampas de la larga vida creadora de Ginés Liébana

Ginés Liébana, en su casa de Madrid, poco después de cumplir cien años Ignacio Gil
Luis Miranda

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Si existió el artista romántico, pesimista y atormentado que murió joven tras dejar una obra incomprendida, debía tener su antítesis, su contrario: el creador alegre, vital, que pasó la vida riendo y que por su actitud tuvo la recompensa de haber disfrutado, en sentido literal, de unos años y una edad que alcanzan muy pocos.

Los que conocieron a Ginés Liébana, fallecido el 31 de diciembre, recuerdan en este tiempo la alegría, la creatividad y el arte como bandera que tuvo en una vida más cercana a los 102 años, a los que no pudo llegar, que al recuerdo de los 101 con que murió.

Y aunque dejó de respirar en Madrid y había nacido en Torredonjimeno el 2 de marzo de 1921, la ciudad donde más lo recuerdan es en Córdoba, en la que tenía el título de Hijo Adoptivo, si es que le hacía falta a quien fue capaz de plasmar una parte de su imagen atemporal.

Un espíritu como el suyo tuvo que haber explotado en cualquier parte, pero en la ciudad encontró a los espíritus hermanos con los que mostrarlo. El primero de todos, Pablo García Baena, que tenía apenas cuatro meses menos que él y con el que compartió aulas, lecturas e inquietudes. Muchas veces contó cómo ilustraba algunos de los primeros textos que el entonces joven poeta escribía.

Cuando en 1947 estuvieron juntos para crear la revista 'Cántico', la alegría vital de Ginés Liébana ya se había puesto a prueba con el asesinato en la represión de la Guerra Civil, por las tropas nacionales, de su padre y de su hermano.

Como recordó Carlos Clementson, escritor y profesor de la Universidad de Córdoba, aquello no dejó en él «ninguna huella de rencor, resentimiento o amargura». Desde luego que fue triste y trágico, pero tras el lógico dolor, lo superó. En ello, insistió Carlos Clementson, le ayudó su propia creatividad: «No quería vivir en el dolor o en la amargura y optó por la alegría».

Y eso era importante en el grupo Cántico, porque sus compañeros tendían precisamente a lo contrario: a la meditación y a la elegía. Entre los versos de Pablo García Baena, Ricardo Molina, Juan Bernier, Mario López y Julio Aumente, Ginés Liébana y Miguel del Moral lograron que donde estaban la letra y la poesía hubiera también un icono y fue el de los ángeles.

Ángeles en una obra de Ginés Liébana Ignacio Gil

A los dos, sobre todo a Ginés Liébana, los acompañaron hasta el final de sus días, porque el ahora perdido centenario los pintó incluso tomando un cordobés medio de vino.

Nunca dejó de venir a Córdoba, pero después de muchos viajes se instaló en Madrid. No es que en aquella ciudad estuviera su casa, sino que hizo de la capital el escenario de su creatividad. Primero, en el trabajo constante y después, en las relaciones con otros grandes creadores.

Así su arte se enriquecía y a la vez influía en los demás. En su álbum personal está Salvador Dalí, pero también Antonio López, quien poco antes de que Ginés Liébana cumpliera cien años resumió el que para él era el rasgo más sobresaliente de su carácter como artista: «La originalidad».

«Es una persona que puede ser un ejemplo determinado en tu vida, porque ha sido un hombre muy libre. Es de esas personas que tiene un carácter que nos enseña a a todos mucho mucho», contó Antonio López.

Y en ello coincidía Carlos Clementson. El magisterio y la técnica se daban por supuestos, pero también «la creatividad» de sus ángeles, de los retratos en que se rompe el plano de lo real con elementos surrealistas sin perder el sentido de la narración, del ingenio para jamás repetirse a sí mismo aunque fuese reconocible.

Francisco Umbral, César González Ruano y Antonio Gala posaron ante sus pinceles en lienzos que ya son menos retratos particulares que obras de arte que admiran en cada exposición a la que van. También la actriz Lucia Bosé, que con él tiempo fue una de sus amigas más queridas y que la acompañó en público muchas veces. La amistad también la tuvo con sus hijos, y en el álbum familiar es fácil encontrar fotografías de Miguel Bosé y Lucía Dominguín, que decía de él que era «único en su género».

Al hablar de Ginés Liébana hay que recordar siempre los encuentros en su casa, a la que acudían Gloria Fuertes, Camarón de la Isla o Cayetana Guillén Cuervo, cada uno en su propia época. Ginés Liébana pintó y expuso hasta el final de su vida, pero a partir de cierto momento, sobre todo desde la década de 1990, quiso expresarse también a través de la poesía y del teatro, con una serie de libros que no le dieron tanta fama como los lienzos, pero que también tienen interés.

Ginés Liébana, en su estudio de Madrid Francisco Seco

Diego Martínez Torrón, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Córdoba, dice que «su poesía está a medio camino del aforismo de estirpe postista y muestra un hermetismo sugerente que surte un pensamiento, una consecuencia de la vida». Libros como 'Sostenida bajada continua' y 'Donde nunca se hace tarde' quedan ahora como testimonio de una obra en que no falta la ironía.

Volvió a Córdoba muchas veces, fuera para participar en Cosmopoética, para el cartel de la Semana Santa o para reencontrarse con sus amigos. Cuando murió en 2018 Pablo García Baena, Liébana, desde la distancia, envió una rosa envuelta en papel de periódico y recordó que con su amigo no había muerto el último poeta de Cántico, porque él reclamaba para sí esta condición. Todos los que forjaron aquella revista que alumbró a la cultura de la posguerra han vuelto a reunirse.

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