REPORTAJE

La Institución Teresiana de Córdoba | La enseñanza que unió la transformación social y el cristianismo

La entidad celebra el primer centenario de su presencia en Córdoba como una de las primeras que promovió la educación y autonomía de la mujer

El cristianismo más antiguo vuelve a emerger con 'Cambio de era'

Victoria Díez, con sus alumnas en la Escuela de Hornachuelos ABC
Luis Miranda

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Autonomía, espíritu crítico, solidaridad, sinceridad, respeto, justicia, tolerancia, cultura, interioridad, humanismo. Cuando la Institución Teresiana habla de sus valores y de los del colegio Bética-Mudarra, seguramente su institución con más presencia en la ciudad, salen estas palabras que buscan que sean parte de lo que sus alumnos aprendan. Lo son desde hace un siglo, cuando esta entidad de la Iglesia Católica llegó a Córdoba para realizar una labor que comenzó con la instrucción de la mujer, entonces con muchas necesidades.

Al cumplirse el centenario de su presencia en Córdoba, Ana Córdoba Alfaro, una de sus componentes, recuerda que la Institución Teresiana es una asociación internacional de profesionales laicos de la Iglesia católica, hombre y mujeres, que fundó en 1911 el sacerdote San Pedro Poveda.

«Sus miembros son personas corrientes, sin distintivos exteriores pero inconfundibles por su modo de estar presentes en la sociedad, de unir fe y ciencia, oración y estudio, formación y acción», explica. Para eso procuran «una seria preparación y realizan la misión de la Institución Teresiana en entidades públicas y privadas a través del ejercicio de sus profesiones», dice. Su vocación es la misma, pero lo hacen integrados en asociaciones con diferentes compromisos. En torno a la institución hay movimientos socioeducativos y juveniles y también asociaciones de antiguos alumnos.

San Pedro Poveda tomó el nombre de Santa Teresa de Jesús, ya que en ella encontró que vivió «una vida plenamente humana y toda de Dios» y en su carisma tuvo que ver la «encrucijada social y religiosa de la España de principios del siglo XX». Era un mundo en continuo cambio, muy agitado, y la Institución Teresiana debía insistir en «un cristianismo de presencia y transformación».

Necesidades

El fundador llegó a Córdoba para tratar de dar respuesta algo que le parecía «una de las necesidades más apremiantes de su época»: la instrucción y formación de la mujer a través de la preparación del profesorado «para la enseñanza y en la irradiación en la ciudad de un pensamiento pedagógico propio, con un claro sentido evangelizador». San Pedro Poveda llegó a Córdoba en el verano de 1921 y en 1922 comenzó a funcionar la Academia Santa Teresa de Jesús, un centro de enseñanza que ofrecía Bachillerato, preparación al Magisterio y a las oposiciones a plazas de profesores.

Funcionaba también como centro cultural y contaba con un internado para facilitar las alumnas que vivían en los pueblos. Estaba en la plaza de la Concha, a pocos metros de la puerta de Santa Catalina de la Mezquita-Catedral, donde hoy continúa la sede.

La Academia-Internado de Enseñanzas Generales y Artísticas para la mujer, como era denominada, ofrecía un plan de estudios estructurado en tres áreas: los Estudios Generales (Magisterio, Comercio y Bachillerato, los Estudios Epeciales, dedicados en gran parte a la adquisición de habilidades para el trabajo (Religión, Moral, Contabilidad, Francés, Caligrafía, Correspondencia Mercantil, Mecanografía, Taquigrafía, Corte y Confección y Dibujo) y los Estudios Artísticos, que comprendía Música y Canto, Dibujo de Adorno y Figuras, Pintura, Bordados, Labores Artísticas, Encajes de Bolillos y Aguja, Flores Artificiales y Repujado en cuero y metal.

En la ciudad de entonces, precisa Ana Córdoba, una mujer sólo podía formarse en el Instituto de Enseñanzas Medias, la Escuela de Artes y Oficios y la Escuela Normal de Magisterio. Profesoras de este último centro, y miembros también de la Institución Teresiana, fueron la primera directora de la academia, María Josefa Grosso, y su mano derecha, Carmen Fernández Ortega, aunque hubo muchos colaboradores y bienhechores que ayudaron a que el proyecto naciera.

Pedagogía del amor

«Vuestro primer cuidado será poner a Dios en el corazón de vuestras alumnas», decía San Pedro Poveda, que, como recuerda Ana Córdoba, quería el clima educativo fuese semejante a la convivencia familiar: «La alegría, la sencillez, la participación eran notas inconfundibles para hacer atractivos los aprendizajes». Su pedagogía y sus métodos se basaban en el amor.

Una de las profesoras que mejor encarnó aquel espíritu en su primeros años fue Victoria Díez, una maestra sevillana que se unió en 1926 a la Institución Teresiana y que en 1928 llegó destinada a Hornachuelos, donde realizó una inquieta labor pedagógica y evangelizadora, tanto en el colegio como en la catequesis.

Alumnas de Magisterio en Clase de Labores en la Academia en 1923 ABC

Como afirma Ana Córdoba, «Victoria es nuestro tesoro. Es el carisma de la Institución Teresiana llevado a la práctica en el vivir cotidiano, la fuerza transformadora del creyente a través de su profesión. Es prueba elocuente de que la santidad es posible a quienes abrazan la vocación teresiana con audacia y entrega al Evangelio».

El testimonio de Victoria Díez llega, más que de sus escritos, de su persona, ya que «la alegría que transmitía a todos era fiel reflejo de aquella entrega incondicional a Jesús que la llevó al testimonio supremo de martirio». Por eso recuerda una de sus frases: «Sabe Él muy bien que, con risa o con llanto le llevo siempre en el corazón y en primera fila».

Dio testimonio primero con su trabajo y su alegría y después también con su vida, porque la arrestaron y asesinaron el 12 de agosto de 1936, al comienzo de la Guerra Civil. Para la Institución Teresiana de Córdoba «es un regalo que sus restos descansen en la cripta que construyó el arquitecto Rafael de La-Hoz Arderius en la sede de la plaza de la Concha, imitando las catacumbas de los primeros cristianos».

«Este es un lugar de veneración al que acuden muchos cordobeses, que la consideran amiga y compañera, para buscar su favor o agradecer lo concedido», explica Ana Córdoba. San Juan Pablo II la beatificó en 1993 y la diócesis dio su nombre al Instituto de Ciencias Religiosas.

Nuevos grados

 

Entre tanto, la Institución Teresiana continuó creciendo, incorporó nuevos grados que se impartían tanto en el edificio de la plaza de la Concha como en otros puntos de Córdoba, hasta que se decidió la construcción de un nuevo centro educativo en la sierra de Córdoba, proyectado también por Rafael de La-Hoz. En el curso 1961-1962 se trasladó allí el que ya se llamaba Colegio Privado Institución Teresiana, que tras varios cambios hoy se llama Bética-Mudarra al unir las dos etapas: el colegio Bética para educación primaria y el instituto Mudarra para la Secundaria.

Alumnas de Magisterio y Bachillerato con sus profesoras en 1922-1923 ABC

Como cuenta Ana Córdoba, este centro educativo, ahora concertado, es «quizá lo más visible de la Institución Teresiana en la ciudad» e imparte enseñanzas de Educación Infantil desde cero años, Educación Primaria, Educación Secundaria y Bachillerato, además de contar con dos aulas de apoyo a la integración.

El colegio, que comparte la misión con los demás centros de la institución en España, persigue «la atención personalizada para el desarrollo integral de los alumnos» y el fomento sus valores. Busca conseguirlo mediante «un clima familiar que favorezca el diálogo y la colaboración entre la familia y la escuela», pero también con la innovación educativa como en todos los centros de la red».

El Bética-Mudarra «busca una escuela inclusiva, democrática y participativa, comprometida con la sociedad, innovadora y crítica, una escuela cristiana donde el profesorado es clave». Ana Córdoba resume su identidad y misión en que se busca «educar en clave cristiana abarcando la pedagogía de San Pedro Poveda y sus valores propios». Hoy es un centro con unos 1.100 estudiantes y muchos más que han pasado por sus aulas y que se agrupan en una Asociación de Antiguos Alumnos, que tienen en común el reconocer las huellas en su vida del estilo que ideó San Pedro Poveda y encarnó la Beata Victoria Díez.

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