75 Aniversario de la muerte de manolete
La Córdoba del Monstruo
Reportaje
Manolete se forjó en una capital en crecimiento tras la guerra civil y estuvo siempre ligado a una ciudad que llegó a ser muy dura con él pero que se volcó en rendirle tributo tras su muerte
La historia del último día de una leyenda
Manolete, mito vivo
Así contó ABC la crónica de la tragedia

La Córdoba de Manolete es la Córdoba de la Guerra Civil y la posguerra, pero también de unos cordobeses que luchaban por la vida y por seguir adelante tras apagarse los rescoldos del enfrentamiento entre hermanos.
Es la Córdoba del resurgir de la Semana ... Santa con diez nuevas hermandades, de las tardes del coso de los Tejares, de las noches en los cines de verano, de las carreras de motos en el Paseo de la Victoria y de los primeros partidos en el Arcángel.
Del ambiente mundano de la calle de la Plata y del postureo en el Bar Dunia. De hechos espantosos como el crimen de la calle San Pablo o simpáticos como la visita del doctor Fleming. Y de grandes historias como las de la Librería Luque, la obra social del obispo fray Albino o el surgimiento de Cántico. La población pasó de 103.106 habitantes en el año 1930 a 160.347 en 1950.
Treinta años de vida bastaron a Manuel Rodríguez Sánchez, 'Manolete', para convertirse en uno de los mejores toreros de la historia, establecer un antes y un después en el arte del toreo y alcanzar la categoría de mito universal. Su figura escueta y su carácter sobrio se convirtieron en icono de Córdoba. Manolete amaba Córdoba y sabía que su nombre iba unido a ella. Nació en la calle Torres Cabrera, vivió en la plaza de La Lagunilla.

Cuando murió, su madre llevaba cinco años viviendo en el chalet que él le había comprado frente a los Jardines de Agricultura. Pero su última corrida en Córdoba tuvo lugar en 1944 y ningún medio periodístico cordobés se desplazaría a Linares el trágico 28 de agosto de 1947.
No volvió a torear más en su ciudad porque en aquella ocasión el público, además de abuchearle y reprocharle una supuesta cobardía, denigró con zafiedad el nombre de sus dos hermanas, a quienes la rumorología les adjudicaba el ejercer la prostitución, de donde su hermano las habría retirado. Sólo a partir de su muerte en Linares, Córdoba lloró en adiós multitudinario a quien no había ensalzado multitudinariamente en vida y lo reivindicó como cordobés ilustre.
La llegada del cuerpo
Para conocer la reacción de Córdoba en las horas y días siguientes el cronista obligado es José Luis Sánchez Garrido, José Luis de Córdoba como firmaba sus artículos. El cuerpo llegó a Córdoba en una ambulancia con las primeras luces del 29 de agosto, entrando por la avenida Obispo Pérez Muñoz hasta su casa. El público ya se agolpaba en las aceras a pesar de ser temprano. La capilla mortuoria se abrió al público a media tarde, adornada con paños negros festoneados de oro.
El cadáver tenía un crucifijo en las manos y lo escoltaban las banderas de sus hermandades, Jesús Caído y la Virgen de los Dolores. Un gentío incesante desfiló con impresionante respeto y devoción. Sobre las cuatro y cuarto de la tarde llegó doña Angustias, a quien la muerte de su hijo había pillado en San Sebastián. Patética escena de la madre abrazada al cadáver, con un torrente de sollozos y lamentaciones. Por la noche, los escultores Amadeo Ruiz Olmos y José Manuel Rodríguez realizaron la mascarilla del cadáver.

Al día siguiente tuvo lugar el funeral en San Nicolás de la Villa. La gente desbordaba el templo, extendiéndose por las calles Gondomar, Gran Capitán y Concepción.
Luego se produjo el traslado del cadáver, portado a hombros, desde su casa al Cementerio de la Salud. El recorrido fue largo. Manolete debía despedirse de Córdoba por última vez. La primera parada fue frente al coso de los Tejares y la segunda en la plaza de la Lagunilla. Allí se detuvo, ante la casita número 49, el antiguo domicilio del maestro.
Era noche cerrada cuando el cadáver fue depositado en el panteón de la familia Sánchez de Puerta, en espera que se construyera el mausoleo para el cual el Ayuntamiento había cedido los terrenos. Escribió José Luis de Córdoba: «El gentío regresó del cementerio como anonadado. Córdoba quedó muda, como transida de dolor, sumida en un silencio impresionante. Acababa de perder a uno de sus más grandes hijos».
Entierro
«Córdoba quedó muda, como transida de dolor»
José Luis de Córdoba
Cronista
Con las fotos del inolvidable Canito de aquella trágica tarde de Linares y las crónicas periodísticas, la cogida y la muerte de Manolete llegaron a la entraña viva de Córdoba, que desde aquellos momentos trágicos, se volcó en cataratas de afectos, recuerdos, alabanzas, monumentos y cantos encendidos. Esa es Córdoba con sus hijos, a los que contempla desde la orilla del ver pasar y, a veces, criticar, hasta que muestren y demuestren su verdadera grandeza con discreción y silencio o con actos heroicos excepcionales.

Cada 28 de agosto, Córdoba recuerda a Manolete , evoca su semblanza, visita su tumba y le deja el beso de las flores, el abrazo de un afecto que quizás no le tributó en vida. Acaso porque esperaba ese último valor, esa última entrega hasta encontrar la muerte.
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