Perdonen las molestias

Fantasmas

No es conveniente despertar a los muertos si no sabe qué hacer con ellos: el caso del anfiteatro

Veinte años del hallazgo del anfiteatro de Córdoba con la investigación parada

Arranca el viaje en el tiempo del retablo de San Rafael

Aristóteles Moreno

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Hay unas cuantas ciudades dormidas bajo nuestros pies. Cada una de ellas se asienta sobre la anterior al modo en que un pastel de berenjenas gratinadas se organiza en una bandeja de horno. Los arqueólogos determinan con precisión cuál es el estrato romano, el visigodo y el musulmán, en función de la profundidad y los materiales de qué esté compuesta cada urbe subterránea. Para los ignorantes como yo, sigue siendo un misterio la forma en que las ciudades se amontonan unas encima de otras como un pastel de galletas y chocolate.

De vez en cuando, se despierta alguna de las ciudades enterradas. Resucitan sus calles y emergen sus palacios como muertos vivientes del pasado. Los arqueólogos dan saltos de alegría y los concejales del ramo convocan ruedas de prensa para anunciar la buena nueva. Pero todo el mundo sabe que acaba de llegar una visita incómoda. Los fantasmas pueden llegar a resultar excitantes. Es probable. Aunque llega un momento en que nadie sabe dónde diablos colocarlos.

Hace exactamente 20 años se nos apareció el anfiteatro romano de Córdoba. 150 metros de longitud. Capacidad para más de 30.000 espectadores. El más grande del mundo en su momento. Casi dos milenios bajo tierra. La hostia en verso. La UCO firmó un convenio con el Ayuntamiento para investigar el yacimiento y ponerlo en valor. Y se fijó una fecha para su apertura como parque arqueológico: el año 2009.

Todo el mundo sabe que las fechas las carga el diablo. Se establecen fechas como señales de compromiso y, en menos que canta un gallo, se te disparan en el pie y te dejan el juanete hecho un cisco. Hoy el anfiteatro romano es un conjunto de piedras incomprensibles cubiertas por la maleza. Las ciudades regresan a la tierra como la nieve de alta montaña busca las vaguadas en primavera. Es la ley inexorable de la arqueología.

No es conveniente despertar a los fantasmas si luego no sabes qué hacer con ellos. Se te atrincheran en el desván de la conciencia ciudadana y acaban persiguiéndote como una pesadilla a lo largo de los años. Así que rescaten el anfiteatro o entiérrenlo de una vez para que duerma en paz. Hagan el favor.

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