DESDE MI RINCÓN

EL VALOR DE LA FELICIDAD

Podríamos ahorrar las campañas y que los políticos dediquen ese tiempo a trabajar por nuestra felicidad, que para eso cobran

JOSÉ LUQUE VELASCO

PUEDE creerme el lector que cada vez me cuesta más trabajo digerir las campañas electorales. No son fáciles de aceptar y mucho menos de creer los «regalitos» que envueltos en papel de seda y con fecha de caducidad nos vienen del gobierno o las promesas que hace la oposición. Me da la sensación que creen que los votantes somos tontos y como tales nos tratan. Los españoles, por experiencia desconfiados, sabemos que de los políticos hay que fiarse lo justo. Las precampañas y campañas electorales cada vez nos importan menos. A cambio, por más que los partidos no se den por enterados, cada vez valoramos más el trabajo hecho por el gobierno o la oposición durante toda la legislatura. Podríamos ahorrar los presupuestos de las muchas campañas y que los políticos dedicaran ese tiempo a trabajar por nuestra felicidad, que para eso cobran.

Cuando leo o escucho lo que los políticos dicen en estas fechas, siempre me viene a la cabeza algo que parece que ellos no tienen en cuenta. Los españoles, como casi todo el mundo, lo único que queremos es ser felices. Que no nos pongan obstáculos burocráticos en el camino emprendido para conseguir aquello a lo que aspiramos. Los españoles encontramos la felicidad en la charla con un amigo; en la limpieza de nuestras calles; en un trabajo estable; paseando una ciudad segura; oyendo música, estudiando aquello que nos gusta; convencidos de que las leyes están hechas para satisfacer nuestras necesidades no las de quienes legislan; atendidos por una Administración amiga no por una Administración recaudadora; seguros de que seremos atendidos bien y con rapidez cuando estemos enfermos. En esas cosas y en algunas otras tan sencillas como esas descansa la felicidad. Me atrevería a decir que «la felicidad es relativamente fácil de conseguir, salvo que los políticos se empeñen en lo contrario». En ocasiones estos confunden valor y precio. Buscan preferentemente aquellos cargos en los que se maneja mucho dinero, sin saber que las cosas más sencillas y de menor presupuesto son, en la mayoría de los casos, las que más felicidad y votos generan. No se enteran de que un pueblo culto, aunque menos manejable, es un pueblo cercano a la felicidad y consecuentemente pacífico. De todo esto deberíamos hablar en estas fechas en las que se nos promete todo menos la felicidad.

En la búsqueda del modelo de ciudad que queremos para Córdoba, no deberíamos olvidar que por muy rica e histórica que sea, si la política que se realiza no va encaminada a hacer felices a quienes vivimos en ella, mal lo tenemos. En Córdoba, como en otras ricas e históricas ciudades andaluzas, todos estamos obligados, de una u otra manera, a participar activamente en la búsqueda de un modelo de ciudad que nos haga felices.

EL VALOR DE LA FELICIDAD

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