UNA RAYA EN EL AGUA

LA TIROLINA

IGNACIO CAMACHO

Frente al discurso ideológico y político de Iglesias, Sánchez se publicita colgado de un molino como un saltimbanqui

MITTERRAND alcanzó la Presidencia de Francia cuando, tras varios intentos fallidos, contrató a un publicista para que le limase –literalmente– los colmillos. El publicista, Jacques Séguéla, le diseñó la campaña, le inventó un eslogan y le afinó la imagen; lo que el viejo socialista nunca hubiera permitido es que le manejase el programa. Desde entonces, incluso desde que Salinger colaboró con Kennedy, la política electoral está asociada a los gurús, asesores y estrategas; pero la publicidad vende productos, no los fabrica. El producto de la política lo fabrican los políticos, y sólo cierta levedad posmoderna tiende a confundir los laboratorios de marketing con los de ideas.

Eso es lo que le está ocurriendo a Pedro Sánchez. Agobiado por el protagonismo mediático de Podemos, el líder socialista quiere publicitarse antes como marca que como producto. No tiene aún mercancía que vender y ha contratado a equipos y agencias para que le vendan a él mismo, colocándolo en los programas de televisión como si fuese un artículo de emplacement. Lo mismo sale en «Sálvame» que se descuelga en una tirolina con un aventurero de moda; cualquier día lo vemos concursando en «Pasapalabra» o encerrado en la casa del «Gran Hermano». El problema es que en tantísima aparición sólo tiene que ofrecer su presencia: no comunica conceptos, ni expone medidas, ni sugiere soluciones. Está ocupando escaparates para anunciarse en ellos como una carcasa vacía.

Pablo Iglesias, cuya abrumadora teleexposición pretende contrarrestar, le lleva una ventaja inconmensurable: él sí vende ideas. Demagógicas, oportunistas, simples, capaces de arruinar el país si las aplica, pero ideas. Su participación televisiva es profundamente política e ideológica; tiene un proyecto de poder, un discurso reconocible y una estrategia de liderazgo, y eso se comunica en espacios de debate, no colgado de un molinillo eólico. La tirolina sólo puede ser el programa de un saltimbanqui. Cuando Iglesias sale en un programa habla de lo que quiere hacer y a veces incluso de cómo piensa hacerlo; en Sánchez no hay modo de saber todavía qué está ofreciendo más allá de su deslumbrante sonrisa. Zapatero logró triunfar con una sonrisa porque la enfrentaba al ceño fruncido de Aznar; no tenía que competir con la seducción populista de un tribuno que ha sabido encontrar un mercado.

Empeñado en darse a conocer, Sánchez desperdicia una tras otra sus oportunidades de aclarar para qué quiere que le conozcamos. Se le ha olvidado vender partido, propuestas, modelo de sociedad y de Estado. Ya ni siquiera ideas: contenidos concretos. En su gymkana televisiva está librando una carrera de superficialidad hacia ninguna parte; una sucesión de piruetas en la que ha llegado, no sabe con qué objeto, a alterar su nombre desprendiéndose de las vocales. Y en ese batiburrillo de consonantes saltarinas no se escucha ningún mensaje.

LA TIROLINA

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