LA FERIA DE LAS VANIDADES

EL LINCE Y LA MEZQUITA

FRANCISCO ROBLES

El quid del quo vadis de la Junta está en controlar hasta el último resquicio de la sociedad andaluza

CUANDO les da por algo, no paran. Los barandas de este Régimen que confunde a Andalucía con el partido de la rosa y su muleta roja, y al partido con el pueblo, y al pueblo con la Junta, y a la Junta con el Régimen, son los más jartibles del hemisferio norte aunque su canal de propaganda lleve el nombre del sur. Durante un tiempo les dio por el lince. Sólo les faltó colocar en la barroquísima fachada de San Telmo, obra maestra de Leonardo de Figueroa, un cartel como el que luce en las casas cuarteleras de la Benemérita: Todo por el lince. Estudios, gabinetes, congresos, comités científicos. Hasta pasos elevados y subterráneos les construyeron a los linces para que no tuvieran que cruzar la carretera de Matalascañas. Si hubieran hecho lo mismo con los niños de los barrios marginados de Andalucía...

Luego les dio por la Segunda Modernización. ¿Recuerdan? No había anuncio propagandístico de la Junta en las emisoras de radio que no terminara con la cantinela de otro eslogan jartibe: Andalucía, imparable. Tan imparable fuimos que el paro llegó hasta el 36%. Y por eso mismo, porque no hay problemas que resolver en esta Finlandia del sur de Europa, el Régimen ha puesto los ojos en la Mezquita de Córdoba. ¿Para qué? ¿Para ayudar a su mantenimiento como símbolo de las culturas que se superponen en el crisol andaluz? Si lo de crisol les suena rancio, cámbienlo por síntesis multiculturalista, o por mestizaje arquitectónico: se trata de hablar en camelo progre mientras se ejerce el control propio de los regímenes con vocación totalitaria sobre la sociedad.

Ahí está el quid del quo vadis de la Junta. Todo esto nos lleva a su afán por controlar hasta el último resquicio de la sociedad andaluza. Ya lo dijo Susana en Madrid, y se les escapó a esos periodistas de la Villa y Corte que andan abducidos con la presidenta de la región que más puede presumir de paro. Afirmó la señora Díaz que había que controlar las subvenciones al último club de petanca, y se quedó tan pancha. ¿También hay que subvencionar la petanca para que el caciquismo no desaparezca de esta tierra? Pues sí. Y ahí siguen. Persiguiendo a los que oran y laboran al margen del control que ejerce la Gran Hermana desde San Telmo.

Y como son tan desahogados, un día cogen la vara dorada para presidir una procesión y al día siguiente reclaman la Mezquita como si los califas que la construyeron fueran de Izquierda Unida o del PSOE. A estos progres de diseño les ha dado por la morería sin que nadie pueda explicarlo. Pretenden que la Iglesia comparta el templo con los devotos de Alá y que les ceda una parte de la pasta y del control al Régimen. Una Iglesia, por cierto, que no derribó la Mezquita para construir su Catedral de nueva planta, sino que conservó la construcción islámica para que podamos disfrutarla en este siglo de las posmodernidades líquidas y gaseosas. Del lince a la mezquita. En lugar de defender y practicar la separación de la Iglesia y del Estado, estos controladores están por la labor de mezclar lo sagrado con lo profano. Todo sea por luchar contra la Iglesia en plural, porque aquí se trata de anular a ese Iglesias que se llama Pablo y que puede quitarles la Alcaldía de Córdoba. ¿O no estamos ante un asunto de poder, ese verbo que están aprendiendo a conjugar los de Podemos?

EL LINCE Y LA MEZQUITA

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