Córdoba recuerda a José Rebollo, firma silenciosa en su trazado urbano
Una placa recuerda en el Teatro de la Axerquía al arquitecto que dirigió el urbanismo desde 1955 hasta 1984
De todas las artes clásicas, la arquitectura es aquella que ha sido noticia más por faltar el respeto a sus normas clásicas que por la verdadera calidad del trabajo. Se habla más de un edificio discordante o de un trabajo polémico que de aquellos proyectos que mejoran la ciudad o hacen la vida más cómoda a quienes la habitan. A este grupo perteneció, según quienes ayer le rindieron homenaje, José Rebollo Dicenta, quien desde su puesto de arquitecto municipal (entre 1955 y 1984) fue autor de un buen número de obras y proyectos que todavía se pueden admirar en las calles, y de obras que sin ser edificios sirvieron para configurar en parte la Córdoba del siglo XX.
El alcalde de Córdoba, José Antonio Nieto, presidió el acto de descubrimiento de una placa que se ha colocado en el Teatro de la Axerquía, que en su primer aspecto fue obra de José Rebollo en 1969, y aseguró que a lo largo de su carrera «mostró mucho sentido común» y «entendió las necesidades de la ciudad» en cada momento.
La placa que recuerda a José Rebollo llega en el primer centenario de su nacimiento, que fue en Madrid en el año 1914, aunque la mitad de su vida la pasó en Córdoba. Gabriel Rebollo, el mayor de sus hijos, arquitecto conservador de la Mezquita-Catedral, fue el encargado de glosar sus obras y su concepción de la profesión que, según él, hizo con tanta sabiduría y conocimiento de lo que tenía entre manos.
«El futuro debe tener un corazón antiguo», era una de las frases que decía José Rebollo sobre su trabajo, y no pocas veces tuvo que aplicarla en su carrera. No en vano, tras sus palabras en público, Gabriel Rebollo recordaba cómo una parte del trabajo de su padre tuvo que ver con el trabajo de actuar en la Córdoba antigua para integrarla en la del futuro. Cuando tomó posesión de su puesto como arquitecto municipal, en 1955, Córdoba vivía la que se dio en llamar luego «La década prodigiosa», en que el impulso del alcalde Antonio Cruz Conde supuso un gran crecimiento físico y cultural para la ciudad.
Fruto de aquella época son las actuaciones en el entorno de la muralla y la Puerta de Almodóvar. En aquellos años se abrió la que hoy se conoce como calle Cairuán, que discurre hasta la Puerta de la Luna. Toda la actuación lleva su firma. También en aquella época se hizo la restauración y apertura del Alcázar de los Reyes Cristianos, que acababa de llegar a manos del Ayuntamiento tras un amplio abanico de usos.
José Rebollo es el autor de, entre otros elementos, los jardines que todavía admiran los visitantes de uno de los monumentos más conocidos de la ciudad, y que encabeza unas actuaciones que supusieron que el Alcázar se pudiera visitar y que fuese sede de algunos de los actos municipales más modernos. La plaza de Séneca tuvo también sus huellas en pleno Casco histórico, igual que el Museo Taurino, abierto en la década de 1950, y cuya reconstrucción ha terminado en este año 2014.
Corredor verde
Gabriel Rebollo Puig explicó cómo su padre tenía en mente haber hecho un «corazón verde» que tenía que partir de la Ribera y el Alcázar para recorrer una buena parte del sector occidental de la ciudad. Culminaba en otra obra que todos los cordobeses conocen, pero que no siempre se asocia a su figura. Es el Parque Cruz Conde, concebido en los años 60 como uno de los pulmones de la ciudad y una de las nuevas zonas de esparcimiento. Todavía es hoy el mayor espacio verde de Córdoba y en él están los restos de otra de sus obras, el Teatro de la Axerquía, inaugurado en el año 1969 y abandonado en los 90, aunque después de una larga trayectoria como recinto para la cultura al aire libre.
Antes, en 1958 había redactado el Plan General de Ordenación Urbana que permitió el nacimiento de varios barrios extramuros de la ciudad antigua, desde la avenida del Conde de Vallellano hasta Carlos III y todo su entorno. José Rebollo firmó además el proyecto del Coso de los Califas, que en 1965 consiguió fusionar el aire de cualquier plaza de toros clásica con las comodidades que se iban imponiendo en la época.
Antes de jubilarse como arquitecto municipal tuvo tiempo de firmar el proyecto del nuevo Ayuntamiento de Córdoba, que se inauguró en 1985. Murió en 2012, al friso del centenario, con el reconocimiento de toda su profesión y con la huella de su trabajo en una ciudad que ahora recordará con su nombre en una placa lo que está en la perpetuidad de las calles, los monumentos y el planeamiento urbanístico de la Córdoba de hoy, tanto en la zona histórica como en los barrios que en aquellos años eran nuevos.