Antonio Gil, sacerdote y periodista
Esta sucinta carta, recreada en la templanza de la inspiración y en la tibieza del último rayo de serenidad que inspira la lectura de estos magníficos rescoldos de grandeza, va dirigida a don Antonio, como muestra de respeto e inmensa admiración.
Le quiero confesar que nos transmite una sabiduría, una calidez y un manto de protección que tras su lenta y profunda comprensión me deja abstraído y en un lento meditar, que perdura en mi mente e intento aplicar al duro y dificultoso caminar.
Se nota su arte periodístico y el sentir religioso. La mayoría de ellos están estructurados como decálogos y sus paisajes y enseñanzas, cuando desmenuza el evangelio de cada semana, nos induce a la reflexión de cada tiempo, de cada pasaje. Su cuidada, elegante y pulcra escritura nos transmite e impregna un mensaje pleno, con un denominador que usted utiliza, que usa con total naturalidad y que deja una indeleble huella en el cristiano.
Además de sus colaboraciones periodísticas, el libro titulado «El perfume de la fe» lo uso como guía consultora, busco en él explicación e indicación de cabecera. Le confieso que la fragancia que desprende embriaga y llega a traspasar barreras de difícil penetración.
Espero que el año venidero le siga inspirando y fortaleciendo. Decirle también que le seguimos muchas más de las personas que imagina, pues le aseguro que es usted un denominador común entre muchos ciudadanos.