HACIENDO AMIGOS

APALEANDO A PLATERO

IÑAKI EZKERRA

Éste es un país muy duro que mata el idealismo y la sensibilidad, y donde cualquier buena causa termina pronto envenenada

NO. No somos un pueblo sensible pese a los emails y whatsapps de paz y armonía que nos intercambiamos en estas fechas, a menudo poblados de tiernos animalitos. Prueba de ello es nuestra actitud con Platero, ese burro que ha cumplido cien años hace unos días y que corretea por el libro español más traducido del mundo después del Quijote. Mentar «Platero y yo» es imposible en este país sin desatar un comentario irónico o agresivo con ese pobre burro. Citar a Platero es oír recitar automáticamente con un tono burlesco lo de «Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón…». Algún psicoanalista debería escribir un sesudo ensayo que nos explicase por qué los españoles desdeñamos tanto, satirizamos tanto, apaleamos tanto a ese infeliz animal. Quizá se deba a un machismo atávico que reprime lo sentimental o a una escuela que hacía primar la memorieta sobre otros valores educativos y nos metía con embudo, sin pedagogía, esas páginas que pintaban con un dramatismo naïf toda la melancolía de los atardeceres rurales, la muda y atónita congoja que propagan las luces del campo cuando se apagan.

A mí es que Platero me ponía triste como los payasos del circo; como los arlequines de Picasso, eternamente instalados en una tarde misérrima y aciaga. Yo es que nunca me choteé de Platero ni lo odié ni lo desprecié. Simplemente, me encogía el ánimo con esa finura enfermiza que presagiaba una desgracia en el tiempo lúgubre de la España postcolonial; en medio de ese paisaje neorrealista; rodeado de gitanos y niños pobres. Un bicho así tenía que morirse pronto. No era apto para la supervivencia y menos en esta tierra. Éste es un país muy duro que siempre ha matado el idealismo, la delicadeza y la sensibilidad; un huerto seco en el que cualquier buena causa termina pronto envenenada. No es casual que nuestras dos obras más traducidas acaben en funeral; que sean las lloradas muertes de dos formas de ser diferentes y luminosas pero no dotadas para la vida; de dos siluetas demasiado originales, sofisticadas y mágicas para una realidad idiosincrática de Aldonzas Lorenzos y Sancho Panzas; de cabreros, mesoneros, comadres alcahuetas y curas intrigantes. No es casual que un país tan brutal como éste dé en su literatura esos dos arquetipos que encarnan la aristocracia del espíritu en versión équida y antropomórfica; unos modelos de fragilidad condenada por el ayer sórdido pero hoy absuelta por la cultura de la corrección política, el ecologismo, la antipsiquiatría, las sociedades protectoras de animales… El destino ha querido que el loco de la Mancha y el burro de Moguer sean en esta época dos valores en alza. Quizá Platero sea el Don Quijote de los burros y Alonso Quijano el Platero de los locos. Quizá nos cuenten la misma historia.

No. No es casual que en nuestros dos libros más universales mueran los héroes: el hidalgo majara y el asno maricón. Sí. La verdad es que con Platero los españoles hemos sido un poco burros.

APALEANDO A PLATERO

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