EL TACÓN DE SÓCRATES
Plan: a verlas venir
Bueno, señores. Pues hasta aquí hemos llegado. El Córdoba ya no jugará más en el año 2014, que quedará en la historia como el curso del retorno a Primera División y aquel en el que sólo se celebraron tres victorias en El Arcángel. ¿Que cómo se explica eso? Pueden intentarlo, pero no es aconsejable darle demasiadas vueltas. Así fue y punto. Mejor empezar desde cero antes que los demás, porque en este caso la prisa sí es buena consejera. Vienen curvas en la Liga y la situación exige reformas inmediatas. El tópico que invita a los blanquiverdes a abrazar una nueva vida con el cambio del calendario es, en su caso, algo más que un simple ritual navideño. El 2015 debe alumbrar un nuevo Córdoba. O, al menos, un Córdoba más eficiente. En ello están metidos los constructores de un proyecto que, con los resultados en la mano, ha resultado fallido. Podía ocurrir lo que está pasando, aunque hubo un tiempo veraniego de efervescencia emocional posterior al increíble ascenso en Las Palmas en el que todos nos sentimos depositarios de un destino glorioso. Por alguna extraña razón. Porque eran varias décadas sin alcanzar la elite. Porque alguna vez la suerte tenía que soplar a favor. Porque todo el mundo lo lograba alguna vez o, al menos, se quedaba cerca. Por lo que fuera, todos nos creímos invencibles y nos convencimos de que era el momento del Córdoba. Que lo más grande estaba por llegar.
En en esa coyuntura, alguien decidió que lo mejor que se podía hacer era abrir la puerta para que salieran, por su propio pie o a empujones, la mayor parte de los que que contribuyeron al año histórico. Y se hizo un equipo pinturero, cargado de cedidos y apuestas sin experiencia, con un potencial latente que podía explotar… o no. El Córdoba puede ser especial en muchos aspectos, pero no en ése. Necesita hacer exactamente lo mismo que cualquiera para conseguir la permanencia en una máxima categoría a la que se accede después de tanto tiempo y, para qué engañarnos, de una forma inesperada. Se ascendió sin un plan de ascenso y alguien pensó que se podía conseguir la permanencia del mismo modo. Saliendo a verlas venir.
La agria comparecencia de Djukic en la sala de prensa del Camp Nou será el episodio bisagra entre dos modos de ver al Córdoba. No tiene sentido seguir jugando a la ruleta rusa que viene siendo el campeonato desde finales de agosto, cuando todo comenzó con la fiesta del Bernabéu. Era la jornada uno y había tres puntos en juego. Pero nadie pensaba en ganar. Sólo en disfrutar del regalo, en sentirse partícipe de la fiesta. El Madrid fue bueno y no se ensañó demasiado. Derrota digna y a casa. El último partido del año fue distinto. En el Nou Camp, los azulgranas despacharon al Córdoba con un 5-0 medio andando y limitándose a hacer servicios mínimos ante la inoperancia de unos futbolistas que, más preocupados por trincar una camiseta o hacerse una foto, dejaron al final una sensación ridícula. «Tengo vergüenza de mí mismo», llegó a decir Djukic, para quien está resultando una tortura cotidiana exprimir las virtudes —en ciertos casos, encontrarlas— de un grupo que sigue saliendo cada día de partido como si no pasara nada. El dramatismo creciente de la situación clasificatoria no concuerda con el nivel de entrega —no hablamos de calidad ni brillantez, sino de otros asuntos más prosaicos— que muestran sobre el campo. «Si me voy a Segunda, me voy con guerreros», declaró pesaroso el entrenador balcánico. Y ahí está el punto de apoyo para mover el mundo en el Córdoba.
La transición va a cámara rápida. Los emblemas de la afición reflejan con fidelidad el cambio de tendencia: de Fede Cartabia a Nabil Ghilas. El argentino, figura referencial en el arranque del campeonato, veía cómo la grada celebraba con alborozo cada una de sus acciones. Era un genio, ahora un chupón. El argelino fue reclutado en el último minuto del último día del mercado, tras quedarse en el limbo después de que el Oporto le dejara apartado del grupo. Llegó pasado de peso. Las costuras la camiseta Acerbis le iban a estallar el día de la presentación. Le llamaban Paquirrín. Ahora, aquel barrilete es el príncipe del área. Se pelea con todo el mundo, mira a puerta y no se entretiene en filigranas: lo bonito es lo que sirve. Viva el resultadismo. Nadie quiere acordarse ya de aquel «Córdoba de los jugones» que proponía —sin que nadie se lo exigiera—, por educación futbolística y ética profesional, el defenestrado Albert Ferrer. Llegaron Fidel, Ryder, Borja, Cartabia, Vico… que con Silva y Caballero iban a fabricar un estilo de fantasía. Hasta Havenaar parecía un buen fichaje. Y Xisco, un recurso de lujo. Pero ya lo ven. El fútbol vuelve a dar una lección al Córdoba. De jugones a guerreros. A veces uno tiene que hacer lo que no le gusta para conseguir lo que es necesario.