Peñarrubias, en primera persona

Peñarrubias, en primera persona ABC

POR FRANCISCO BELTRÁN

Crónica de una jornada cinegética y de camaradería en la localidad de Villanueva del Rey, dedicada al jabalí

Las seis de la mañana. La alarma suena apenas y, como casi siempre, me pilla despierto. Recuerdo aquellos madrugones, hace cuarenta y muchos años cuando, impaciente, apenas dormía esperando la llamada de mi padre para, por aquello entonces, acompañarlo a más ojeos y menos monterías de las que acudo hoy en día.

El baño, el obligado afeitado y la ducha dan paso al último repaso a los «achipusques» (como diría el maestro Aguayo), antes de despertar a Pilar. La niña, somnolienta, reacciona a la inquisitoria («Pilar, o te levantas o te quedas aquí»).

Vestirla en el salón, con su ropa primorosamente preparada la noche anterior, lleva un momento. Camiseta interior, leotardos (el día se presenta frío), las botas e innumerables capas de jersey, chaleco….

Manolo nos espera en la puerta. Las 7.15 de la mañana. Acondicionamos los arreos y nos encaminamos hacia la gasolinera de la Carrera del Caballo. Punto de reunión de tantas jornadas. Un breve café (colacao para Pilar) y arreando, con la niebla haciendo de las suyas. El viaje, casi en caravana, Se hace corto y la llegada al Parque Periurbano Dehesa Boyal nos soprende. Villanueva del Rey es un pueblo de sierra, típico, a un tiro de rifle de la carretera general; pero con cierto aire aislado.

Allí somos recibidos por una persona que, atenta (pese a las gélidas temperaturas), nos dedica una sonrisa y nos da las indicaciones pertinentes.

Nos espera la carpa de la comida, las mesas del desayuno que, pese a lo temprano de la hora, denotan que llevan ya horas preparadas (señal del mimo y esmero de la órganica). Javier, el anfitrión, nervioso, atento (como siempre), regala un abrazo sincero, cálido, de amigo. Su nerviosismo se palpa. Su intención es agradar a sus invitados, sus amigos. El café, humeante, ayuda a la bienvenida.

Antonio, también compañero del Aula Cinegética y colaborador y auténtico «alma mater» de la organización acompaña a Javier. La jornada promete. No se puede pedir más. Viernes, en el campo y entre amigos.

El desayuno es de los que hacen época: Migas, huevos fritos, lomo de orza, churros, sopaipas (¡qué familiares y agradables recuerdos nos trae esta receta!), con un breve paréntesis para los espirituosos (que se agradecen, dada la temperatura).Todo ello conforma un desayuno pantagruélico que, junto con los pastelitos de rigor nos hace ver doble a los más golosos.

Sin tiempo apenas, el sorteo, la ceremonia montera que comienza… Lo primero, el rezo. Manolo, como montero más veterano, hace los honores. Javier, generoso anfitrión, nos agradece nuestra presencia y el trabajo de sus colaboradores y amigos (¡El verdadero lujo es para nosotros, los invitados!). El detalle del taco es sencillamente genial.

Antonio, experto, da las instrucciones, breves, concisas; pero contundentes… Batida de jabalí. El que tire un venado, la hace y la paga.

Comienza el sorteo, breve, empezando por las rehalas, como antaño. La mancha es corta, cercana, prometedora. Aunque esto es lo de menos. La salida a los puestos, inmediata. Somos veintipocos puestos, y esto se agradece. En breves minutos estamos llegando al paso. Manolo, veterano compañero de tantas jornadas, Pilar y un servidor.

El puesto es sucio, cochinero; pero ¡ay!, en umbría. Estos bichos son imprevisibles y, según vemos en el suelo, el «hechío», abundante, es de hace unos días.

El ronroneo de los furgones de los perros no se hace esperar, acompañado de los ladridos, nerviosos, de los perros. Seis rehalas (Rafael Borland, Raúl Salado, Domínguez, Bartolo, Fuente Zarca y Perico Lillo). Olé por ellas, no tardan en soltar. Las primeras ladras, a los venados que, impunes muestran su señorío entre las armadas. Poco a poco las primeras detonaciones hacen su aparición y así, entre sobresaltos y tiritones (los de la umbría), la mañana pasa en un plis plas.

Llega la hora de retirarse. La «cinegética» ha finalizado y deja su sitio a la «gastronómica». El día ha tornado en cálido abrazo y la cerveza nos espera impaciente.

A partir de ahora todo se convierte en ebullición, amigos, ágape, comentarios divertidos y, sobre todo, un anfitrión que se vuelca con nosotros. No falta un detalle, no hace falta pedir nada, pues todo se nos da. El colmo, la presencia de ¡una UVI móvil! que, atendida por magníficos profesionales, nos garantiza y tranquiliza a todos.

Fotos, sonrisas, invitados nuevos que se incorporan al grupo y, sobre todo, un ambiente inmejorable, muy difícil de conseguir y que fácil de disfrutar. Así da gusto. La tarde va cayendo y cada vianda mejora la anterior, los entremeses dan paso a la mesa, vestida, adornada, con centros confeccionados con monte de cabeza.Un inciso. En el centro de la carpa una mesa reservada, con instrucciones precisas y serias de Javier y Antonio. Es la mesa de los podenqueros, de los perreros, auténticos gladiadores del monte y señores de la sierra. El lugar de honor, como merecen. Por fortuna será ocupada por todos ellos; pero si no hubieran llegado a tiempo (el oficio de perrero es ingrato), hubiera quedado reservada para ellos.

¡Qué más puedo decir! Amigos donde no falta ni sobra nadie. Los comentarios, unánimes, dan fe de una jornada donde solo cabe dar las gracias.

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