Las comunidades pródigas
Casi todo el mundo conoce la parábola del Hijo Pródigo. En ella Jesús quiere demostrarnos que el amor del Padre no tiene límites y perdona todas las tropelías que cometan sus hijos. Siempre dispuesto al perdón.
Es que existe una gran similitud entre esta fábula y lo que está ocurriendo en España. Esta fue, quizá por la necesidad del momento y de aquello de «café para todos», dividida en diecisiete autonomías a las que se les otorgaron poderes, competencias y dineros para que pudiesen hacer frente a sus necesidades.
¿Quién dio y ha seguido suministrándoles el dinero suficiente? El padre Estado que, a través de los impuestos, lo recibe de nosotros, o sea, que el dinero público que les proporciona no es de nadie, como alguien dijo, nos corresponde a todos, que con grandes esfuerzos y sacrificios nos privamos de él para que los servicios que han de prestar las autonomías y el Estado afronten las necesidades que los ciudadanos tenemos.
En el relato, además del hijo despilfarrador, hay otro, trabajador, cumplidor con su deber y que nunca ha desobedecido las normas de su padre, y no recibe ningún premio.
Igual ocurre con las autonomías. Unas cumplen con sus obligaciones, no despilfarran lo que reciben, incluso algunas tienen hasta superávit. Sin embargo, otras actúan como el que se fue de su casa a dilapidar su fortuna; derrochan en obras innecesarias, sin ninguna utilidad pública, abren embajadas en el extranjero, costean medios de comunicación ruinosos, gastan en francachelas, derrochan por el agujero de la corrupción el patrimonio de todos los contribuyentes y mil cosas más.
Pero, ¿qué ocurre? ¿Acaso se las sanciona? ¿Se les exige que no gasten más de lo que reciben? Al contrario, se les premia con el suministro de más dinero en detrimento de las demás y perjuicio del resto de los españoles.
Hoy a los cargos públicos que desempeñan desastrosamente su oficio se les premia con puestos en los que reciben unos sueldos opulentos, viven con todo tipo de comodidades, disfrutando a costa de nosotros de coches oficiales, secretarios y despachos.
El Juez Castro acaba de recordar aquello de que «Hacienda somos todos». Habrá que responderle que unos se benefician de ella más que otros.