LO QUE HAY DETRÁS
EN Barcelona vive Ricardo con su mujer, que se llama Marga. Está embarazada por culpa de Uli Dávila. No malinterpreten. A ella le pasó lo que a muchas otras españolas cuando aquel gol de Iniesta en la final del Mundial. El 22 de junio pasado, los dos se lanzaron al vacío. Tenían dudas, pero el ascenso se las quitó. Entraron con fe y marcaron un golazo (con perdón). En tres meses una criatura verá la luz con el Córdoba de coartada.
A Barcelona partió el viernes en autocar por la noche un señor que precisaba la ayuda de una muleta. 800 kilómetros para ir y otros 800 para regresar el domingo. Iba con su hijo. Le vi al término del encuentro y no quise preguntarle qué dolencia o secuela padecía. Me parecía grosero. Mi equipo, que era el suyo también, acababa de ser goleado por un Barcelona que no debió despeinarse para hacerlo. Fue él quien me calmaba. No recuerdo exactamente qué me dijo, pero sus palabras me sirvieron de consuelo. O quizá más la estampa de su muleta dejada en un rincón del autocar y en otro de su mente.
El fútbol no es un deporte. El fútbol es otra cosa. Es una realidad que tamiza pasiones. Que acerca al hombre medio a la inmortalidad que encarnan sus ídolos. Que puede dar vida. Por eso, uno puede salir vapuleado como aficionado de un estadio como el Camp Nou entre miles de turistas que retratan todo y que lo compran todo y, a pesar de todo, sentirse medianamente satisfecho. La gente que quiere a un club cumple con sus obligaciones, con sus menesteres sin exigir casi nada a cambio. Les puedo decir que en el autocar de vuelta hacia el hotel en el que se alojaban esos aficionados del Córdoba existía una serenidad casi kármica. Se sentía paz.
Tal vez lo que nos haga grandes —cantan los Vetusta Morla— no entienda de cómo y por qué. Hoy es día de resaca. De reflexión. De «qué nos habíamos creído». O no. Mejor, «de qué queremos creernos». Ellos —Ricardo, su mujer y el señor de la muleta y su hijo— viven en una galaxia distinta y una esfera opuesta —o no— a la de los profesionales del balón. Pero unos no se entienden sin los otros. Convendría que todos recordáramos a Ricardo, su mujer y el señor de la muleta al comenzar a sudar cada partido.