EL TACÓN DE SÓCRATES

La paradoja infinita

POR PACO MERINO

Al Córdoba nunca sabe uno dónde se lo va a encontrar. Ha hecho de lo impredecible una imagen de marca y es fiel a ese sello hasta las últimas consecuencias. «Pasa el tiempo, pasa la gente, jugadores y presidentes…», cantan en los fondos de El Arcángel, donde no existe el término medio. Bendita sea esa capacidad de aguante de los cordobesistas, una legión de fieles que no terminan de tener claro qué balance hacer de este 2014 entre mágico y trágico. Quedará para siempre como el año del ascenso. El personal se conmoverá al relatar dónde estaban aquel día, cómo salieron enloquecidos a las calles para aclamar a un equipo que retornaba a la élite después de cuatro décadas, cuántos abrazos dieron a desconocidos y de cuántos se acordaron que ya no están… Luego todos fueron a El Arcángel, nuestro reino, donde nunca hubo mayor concentración de euforia por metro cuadrado. Desde luego, no en un partido de fútbol del curso pasado. De hecho, el Córdoba ascendió sin ganar en Las Palmas. Y al calor del hogar sólo lo hizo tres veces: la última, en el mes de mayo. Hace casi siete meses. ¿Recuerdan algún encuentro memorable de la campaña pasada? ¿Se emocionaron con el estilo del equipo? ¿Se identificaron con algún héroe, ya fuera paisano o foráneo, del plantel? Lo mejor quedó para el final. El equipo está en Primera División. Paradojas.

El Córdoba cerró el año 2013 en la Ciudad Deportiva de Valdebebas, humillado por el Real Madrid Castilla en una tarde horrible (3-1). Mañana echa el broche al año 2014 en el Camp Nou, frente al FC Barcelona de Messi y sus lujosos compinches. De jugar en el campo Alfredo Di Stéfano ante 2.419 seguidores a salir al coliseo azulgrana con no menos de 80.000 almas expectantes en la grada. De Segunda a Primera. Un cambio de escenario radical en sólo 365 días. A eso se le puede llamar progreso. El destino ha querido que el último partido del año sea precisamente ante el Barcelona y en un escenario que proporciona a los blanquiverdes la clásica coartada —la entidad culé es simplemente de otra galaxia—, además de otra oportunidad a los seguidores para protagonizar uno de esos desembarcos masivos en casa ajena. Como en el Bernabéu, Mestalla, Vicente Calderón o San Mamés. El Córdoba sólo ha estado cuatro días fuera de descenso desde que empezó el campeonato. Ha ganado un partido de quince. Y los seguidores, ajenos al drama o mirando para otro lado, sonríen y se hacen «selfies». El equipo no les va a amargar la fiesta. Paradojas.

Los últimos siete días han sido el no va más. En la Liga, el Levante pasó por El Arcángel para destapar por enésima vez las carencias del Córdoba y llevarse un punto con los servicios mínimos (0-0). Luego, en la Copa, la niebla fue el quitavergüenzas para un duelo de equipos destartalados. El Granada se clasificó (1-1) en el partido que nadie vio. Sorprendentemente, el público ni siquiera protestaba por el hecho de que finalmente el encuentro se celebrara pese a que la visión era nula. Quizá porque el hecho de que hurtaran la imagen no suponía ninguna merma en el producto que habitualmente consumen en su casa. Sólo querían un resultado. No lo tuvieron. Y se marcharon en medio del frío de la medianoche, ateridos y resignados, tarareando aquel «hit» de encargo que se llamaba «La Copa mola». Paradojas.

Y, para rematar, lo de Carlos González. La junta general de accionistas significó el final de la ofensiva para reconstruir el Córdoba. El episodio definitivo del nuevo orden. Los accionistas minoritarios fueron a cazar dinosaurios con tirachinas. Le rogaron a González que vendiera sus acciones pero éste lidió la mañana con capotazos firmes y esa chulesca desgana de quien sabe que lo tiene todo bajo control. Sus brazos ejecutores en el consejo, Jiménez y Delgado, se encargaron de sofocar la rebelión sin aniquilar al adversario. Aún les quedan balas a los inquietos pequeños accionistas, disconformes con la gestión de un Córdoba que se convierte en una empresa familiar. González tiene a su esposa en la presidencia de la Fundación CCF, a su hijo como nuevo consejero y a su hija como directora financiera. Eso no es ningún delito, ojo. El amo del cortijo elige a los capataces y aquí no hay más que hablar. O sí, pero no te voy a escuchar. González estuvo mudo durante todo el tiempo que duró la junta de accionistas. Dejó hacer a los suyos. No hubo discursos. Sólo hizo uso de la palabra para tirar de ironía al decir que agradecía las felicitaciones por el ascenso. Aún las está esperando. Igual que las disculpas de los periodistas que el año pasado decían que el equipo iba camino de Segunda B. Y todavía se preguntará por qué no le construyen una estatua en la puerta del estadio. El presidente del ascenso dice que nadie le quiere. Paradojas.

La paradoja infinita

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