EL DEDO EN EL OJO
MUERTE EN EL NACIMIENTO
El burrito no pudo como Platero en sus últimos días andar suelto. Halló la muerte siendo un objeto de exhibición
/-¡Platero amigo! - le dije yo a la tierra- ; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí?// // //Y, cual contestando a mi pregunta, una leve mariposa blanca, que antes no había visto, revolaba insistentemente, igual que un alma, de lirio en lirio...// // //Melancolía, CXXXV (Platero y yo. Juan Ramón Jiménez)/
QUERIDO Juan Ramón: Lo que voy a contarte no te va a gustar. Finalmente arrancaron a Platero de su prado moguereño para traerlo a una plaza de pueblo del interior de Andalucía. Aquí perdió el norte del pino de la Corona, buscaba desesperadamente «la veredilla que va, entre céspedes, a la Fuente Vieja» y para él dejó de ser «una fiesta ver el río desde la colina de los pinos».
Duele ahora recordar que tú, querido Juan Ramón, tratabas «a Platero cual si fuese un niño» y cuando «el camino se tornaba fragoso y le pesabas un poco, te bajabas para aliviarlo». Esta vez, maldito sea, no hubo compasión.
Tú «sabías que eras su felicidad y hasta huía de los burros y de los hombres…», pero ayer Platero no supo ni pudo escapar.
Se apagó su vivo correteo, se arruinó su pequeñez, se malogró su suavidad. De blando como era por fuera, su suave algodón, desprovisto de huesos, sucumbió a la embestida de un cruel destino que, en plaza pública, le deparaba la mano de un hombre que a fuer de demonio partió el alma al adorable, sencillo y noble amigo. «Los espejos de azabache de sus ojos, cual dos escarabajos de cristal negro» se cerraron para siempre lubricados por una finas lágrimas de bellísimo cristal; de bellísimo cristal…
Los últimos días que malvivió como zafio espectáculo de feria no pudo andar suelto, ni frecuentar el prado, ni «acariciar tibiamente, rozándolas apenas, las florecillas rosas celestes y gualdas…».
Querido Juan Ramón, hoy te digo llorando que ya nadie lo podrá llamar dulcemente, ni acudirá en «trotecillo alegre que parece que se ríe en no sé qué cascabeleo ideal…».
Platero cayó abatido precisamente en el lugar donde se quería recordar que se alumbraba la Vida, en un humilde portal de Belén que erró su escenificación hasta convertir aquello en una perfecta representación de lo depravados que somos los humanos. Dicen que el Niño Jesús, en inaudito gesto, incorporó su cuerpecito aterrado por la escena y cerró los ojos. Sólo Él sabrá perdonar…
Hoy maldigo con todas mis fuerzas a quien dio muerte a tu amigo y execro con la mayor de las vehemencias a quien arrancó a Platero de su prado para traerlo al infierno.
Fue en Lucena, una tarde de Adviento. Sólo Él sabrá perdonar…