VERSO SUELTO

Matasuegras

Vienen a por la Mezquita-Catedral quizá porque antes se dejó que vistieran a la Navidad de celofán y purpurina eléctrica

LUIS MIRANDA

HAY una trampa mental en la frase hecha de que los ultrajes a la Iglesia católica, que no sólo salen gratis sino que tienen aplausos y coros políticamente muy correctos, no se repetirían para agraviar a los musulmanes. Quizá sea verdad, pero en todo caso no tiene tanto de que los insultones sean unos cobardes, que lo son y mucho, ni de la tibieza de una sociedad que ataca a su religión mayoritaria de forma sistemática y se arrodilla con sumisión ante las demás, sino sobre todo de la voluntad de los practicantes del Corán de hacerse respetar, de mostrar que cumplir con lo que dice su religión es importante y de achantar a los demás no sólo con el cuchillo entre los dientes, la bomba suicida y las hordas fanáticas, sino quizá más por su voluntad moral de llevar la práctica de su credo como bandera, sea para cumplir el ayuno del Ramadán, para llenar sus mezquitas sin miedo a que les digan confesionales o para marchar a La Meca.

En Córdoba han venido a llevarse la Mezquita-Catedral por muchas cosas, y sobre todas por el valor simbólico que tiene la ciudad para el Islam, extraño compañero de asiento de la extrema izquierda. Como Chamberlain pactó con Hitler pensando que podría domesticarlo, también quienes piensan que no pueden ser más rojos se dan un revolcón con los integristas creyendo como ilusos que después de destruir a la civilización occidental ellos podrán seguir con los discos de Bob Dylan y Janis Joplin y los libros de Bertolt Brecht como si tal cosa. Sin embargo, si vienen a por ella, y si terminarán por llevársela, aunque el asalto definitivo todavía tarde unas cuantas décadas, es más bien porque cierta parte del cristianismo hace tiempo que cedió en bandeja sus signos y celebraciones espirituales y dejó que se usaran como adorno de fiestas consumistas y homogéneas. Es como si esos ritos antiguos que se habían adaptado en los primeros tiempos hubieran vuelto a su ser pagano y la religión que los llenó alguna vez ahora fuera una cascarilla vacía, odiada por quienes quieren hacerla desaparecer, pero también despreciada con pereza y dejadez por quienes están adscritos a ella o hasta dicen defenderla como pretexto identitario para las banderas.

Vienen a por la Mezquita-Catedral quizá porque antes se les puso en bandeja la Navidad y se les dejó que la vistieran de papel de celofán y purpurina eléctrica, que hasta tomaran el nombre en vano y la quisieran feliz, y que adornaran la espiritualidad con el «próspero año nuevo», que suena casi como si se deseara suerte al echar una moneda en una tragaperras. En vano reaccionaron unos cuantos con esas colgaduras de buenas intenciones y miopía estética, que parece que sólo las fábricas de Olot retrataron al Niño Jesús, porque el problema no era que no se viera el Nacimiento, sino que aunque estuviera, y lo cierto es que está, se ven mucho antes la avalancha de gula cobrada a precio de oro, la fiebre de regalos que no servirán para nada al día siguiente y la hipocresía de volverse hacia las personas a las que no se hace ningún caso el resto del año. Todo esto no son adherencias culturales, valores de una sociedad que rodean a su entraña cristiana, sino contradicciones profundas casi siempre incompatibles con la raíz cierta de lo que se celebra.

Cualquier día de estos querrán recuperar esta ciudad en la que les dijeron que fueron felices y a sus guerreros se les querrá vencer con el desconcierto que tendrán al ver delante de sí a un ejército de tipos beodos y empachados, cargados de paquetes inútiles y bien envueltos, cubiertos con gorros de Papá Noel y armados con matasuegras.

Matasuegras

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