UNA RAYA EN EL AGUA

GUERRAS GANADAS, BATALLAS PERDIDAS

IGNACIO CAMACHO

Los Castro y su dictadura criogenizada han permanecido incólumes hasta que el adversario ha acabado guiñando un ojo

LA Guerra Fría terminó hace veinticinco años con la victoria de las democracias occidentales pero la última batalla, simbólica y casi póstuma, la ha ganado el fósil tardocomunismo cubano. La normalización diplomática con Estados Unidos es una gran noticia por el bien que supone hacia un pueblo condenado a un aislamiento terminal, pero en términos políticos representa un éxito de los hermanos Castro y su dictadura criogenizada. Porque ellos han permanecido incólumes hasta que el adversario ha acabado por guiñar un ojo. Porque siguen en el poder sin ceder un ápice de libertad mientras Obama admite que la estrategia del rechazo ha fracasado. Y porque su parque temático del socialismo momificado continúa intacto y es tal su tozudez criminal que tienen que ser los demás quienes terminen aflojando para no perjudicar más a unos ciudadanos por cuyo bienestar ellos no sienten el más mínimo aprecio.

Occidente en general y los Estados Unidos en particular tienen un concepto muy peculiar del triunfo. Pueden ganar una guerra caliente, en Irak por ejemplo, para acabar dejando el país invadido en manos de tipos peores que los que derrotaron. O pueden incluir a una organización terrorista –Hamás– en un catálogo de organizaciones terroristas para acabar tragándose la obviedad por decisión de un escrupuloso tribunal encargado de velar por los derechos humanos que no respetan los beneficiarios de su veredicto. La superioridad moral de la democracia resulta a veces tan displicente que permite a sus enemigos aprovecharse de ella para seguirla combatiendo con todos los esfuerzos a su alcance.

Al final se trata de una cuestión de filosofía: el pensamiento democrático se entiende a sí mismo como universal y por tanto se preocupa de todos los pueblos al margen de sus circunstanciales regímenes. Sólo que esos regímenes no entienden la cosa del mismo modo y sojuzgan a sus propias gentes cuando no atacan a las de las demás naciones. Ellos practican religiones intolerantes o ideologías de odio y nosotros somos comprensivos con su intolerancia y su encono. Ellos celebran como victorias lo que nosotros interpretamos como generosidad y valoran como debilidad lo que consideramos empatía. Ellos perseveran y nosotros cedemos.

Los cubanos no se merecen recibir el doble castigo de la opresión comunista y el bloqueo democrático. Tampoco los afganos merecen la oscuridad de los talibanes ni los iraquíes el exterminio islamista. Pero a éstos Occidente los ha abandonado a su suerte porque defenderlos tiene un coste moral y práctico que no soportan las éticas indoloras de nuestras opiniones públicas. La rigidez con Cuba era más llevadera pero tampoco ha funcionado. Tal vez pronto podamos comprobar lo poco que funciona la estrategia del abrazo con quien no desea dejarse abrazar. A menos que en vez de filosofía política y moral se trate, simplemente, de hacer negocios.

GUERRAS GANADAS, BATALLAS PERDIDAS

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