TERRORISMO ISLÁMICO, UNA PLAGA PLANETARIA
LOS lamentables sucesos de ayer en Sídney (Australia) confirman que el terrorismo islámico se ha convertido en una plaga planetaria que debe ser combatida con toda la fuerza de la ley y desde la convicción en la dignidad y la libertad humanas. No hay más camino que la aplicación rotunda e inflexible de la ley, ya sea en casos extremos como en este episodio de la toma de rehenes en la ciudad australiana o ante cualquier otra manifestación en la que deba asegurarse la prevalencia de los principios básicos de una democracia representativa frente a los de este absolutismo totalitario.
Sin embargo, es en el propio interior de la religión y la cultura del islam donde se hace más necesario desarrollar defensas contra el fanatismo. No es posible acabar con la violencia de los terroristas a través de un simple combate policial o militar, y mucho menos si esa batalla la dan exclusivamente los países occidentales. Este mes de diciembre se completa precisamente la retirada de las tropas de la OTAN de Afganistán. Después de más de una década de sacrificios, tratando de ayudar a ese martirizado país a reconstruirse y defenderse, es más que probable que los talibanes logren recuperar las posiciones que tenían en la época en que, comandados por Bin Laden, provocaron los atentados del 11-S.
Las sociedades musulmanas no tienen más remedio que librarse de los fanáticos y sus ideas; de lo contrario, acabarán siendo sus víctimas. La empresa no es fácil, porque, como demuestra la práctica inhumana del Estado Islámico, además de asesinar a sus víctimas, los terroristas pretenden aterrorizar y someter a los supervivientes. Para poder vivir en libertad, los musulmanes de todo el mundo deben dar ese paso y denunciar a quienes son sus verdaderos enemigos.