Apuntes al margen
La cáscara vacía
El miércoles 17 se cumplen dos décadas de la inscripción del Casco Histórico como Patrimonio de la Humanidad
![La cáscara vacía](https://s1.abcstatics.com/Media/cordoba/77389118--644x884--644x362.jpg)
Veinte años no es nada. Y aún así constituye una buena noticia que una parte de esta Córdoba vieja, una dama enjoyada y un tanto decadente, pueda celebrar dos décadas desde que se inscribió el Casco Histórico de la ciudad como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en lo que fue una ampliación del registro original, concedido hace treinta años a la Mezquita-Catedral. La marca, porque ser Patrimonio Mundial es un asunto más publicitario que otra cosa, ha permitido, dicen los informes oficiales, tomar conciencia del valor del bien y vender de cara al exterior lo que hoy es el principal polígono empresarial de Córdoba. El mayor recinto generador de actividad económica, que no echa más humo que el de las sartenes de los flamenquines.
Decir que no ha pasado nada durante estos 20 años es mentir. El Casco ha cambiado sustancialmente tanto dentro como fuera de los límites de la Unesco, que son caprichosos. La salud de lo material, del ladrillo, es hoy mucho mejor que hace dos décadas y no tiene comparación de lo que ocurría hace tres. A principios de los 80, se produjo un grave problema en la ciudad de hundimientos de hitos monumentales y de viviendas como consecuencia del abandono, por un lado, y de la introducción de prácticas constructivas —como las cocheras en sótano— para los que el caserío tradicional no estaba preparado.
En estos años, el debate ha sido fundamentalmente formal. Si la plaza de la Corredera (ajena al manto Unesco) o el Puente Romano y su entorno se restauraban de una manera respetuosa con la historia y la visión que los cordobeses tienen de la ciudad. O si el uso de determinados materiales y tratamientos de la ciudad, como el pavimento o los materiales de las fachadas, son más o menos impactantes en el conjunto definitivo, con polémicas de relevancia como la construcción de la Casa de Cristal o el más reciente Centro de Recepción de Visitantes.
Mirando las formas se han dejado de lado los contenidos. Porque el Casco Histórico es, ante todo y sobre todo, un barrio de la ciudad de Córdoba. Un lugar donde residen o donde deberían residir personas. Progresivamente, la intensidad de los debates sobre la apariencia ha ocultado el principal problema de fondo que sufre la parte nuclear de la capital, que es el despoblamiento generalizado. Todos los informes oficiales u extraoficiales alertan de que el incremento de actividades terciarias han ido de la mano de un cada vez menor uso residencial.
Vivir en el Casco Histórico de Córdoba, en determinadas zonas del mismo, es un engorro. Y muchas familias han preferido irse a otros lugares donde las soluciones a los problemas cotidianos son mucho más fáciles de sobrellevar. Al entorno de la Mezquita-Catedral se va de restaurantes, a enseñar Córdoba a las visitas o a comprar camisetas de leyendas poco imaginativas. Pero cada vez menos personas viven en determinadas zonas del núcleo fundacional de la ciudad. Y ese es, hoy, el mayor problema del bien Patrimonio de la Humanidad que cumple ahora 20 años.
El Ayuntamiento ha anunciado esta semana nuevas medidas sobre construcciones en esta zona de la ciudad, ya regulada hasta el exceso. Es estupendo que se ponga a coto a determinadas prácticas que campan a sus anchas. Pero lo cierto es que esta ciudad tiene dos opciones inmediatas. Crear definitivamente un parque temático, una disneylandia alrededor de la Mezquita, cobrando entradas o empezar a pensar cómo hacer para que la zona patrimonial sea un lugar vivo y no ese desierto de cada noche, cuando cierran los restaurantes y los turistas se marchan a sus hoteles y a sus autobuses.