EL NORTE DEL SUR

Una guitarra en la consulta

La vida secreta de la gente: un médico que tiene una banda de rock. Una zapatera que remacha medias suelas para olvidar

RAFAEL ÁNGEL AGUILAR SÁNCHEZ

AL médico le gusta la música. Alguna vez lo había dicho al despedirse en la puerta de la consulta. «Algo imaginaba», responde el paciente, «porque cuando me está curando hay veces que le oigo canturrear una canción». Una mañana reciente, el salvapantallas del ordenador en el que hace anotaciones sobre las recetas o la evolución de los enfermos a los que atiende queda a la vista de la camilla en la que el sujeto de exploración espera las atenciones del personal auxiliar de la clínica. En la superficie líquida del aparato aparece él, el doctor en persona, tocando la guitarra eléctrica en un escenario.

Llega un momento en el que el médico se confiesa: se cruza con el paciente en la puerta de la consulta, en el portal. Va, claro, sin su bata blanca: no es ahora alguien en quien uno confía parte de su salud en los diez últimos años, sino un ciudadano más. Ve al paciente y se quita los auriculares que lleva conectados al móvil. «Estuvimos ensayando ayer hasta tarde: hemos grabado unos temas nuevos y estoy escuchando cómo han quedado», dice casi en un tono de disculpa. «No sólo soy el guitarra, también uno de los vocalistas de nuestra formación».

Quién lo iba a decir de él, de un hombre ya bien maduro, entrado de lleno en los cincuenta, tan solvente y seguro en su despacho profesional, con una presencia tan sólida y reconocida entre sus ayudantes en la consulta. Dan ganas de preguntarle qué esta escuchando, de abrazarlo a modo de felicitación por la sorpresa del descubrimiento de esa ventana a su vida privada, que en realidad es pública en gran parte porque enseguida es él quien da un apretón de manos a su interlocutor para invitarlo a un concierto de los que dan con frecuencia en las contadas salas preparadas para espectáculos musicales que hay en la ciudad.

En el camino desde el portal hasta la puerta del piso de la clínica da tiempo a traspasar el límite difuso pero también estricto entre la ocupación profesional y el disfrute del ocio: al principio con respuestas indefinidas, neutras, sobre el origen del grupo musical, y a cada peldaño con frases más hechas y más confiadas sobre su círculo de aficiones que, acaso, a él lo liberan del tedio de jornadas tan prolongadas como las que debe de padecer la zapatera que tiene su tienda puerta con puerta. El paciente se encuentra con ella cuando sale de la consulta con la música dentro porque el doctor se la ha inoculado irremediablemente y con la misma eficiencia con la que cura un hueso dislocado. Deja el encargo en el mostrador y otro cliente con el que coincide ya afuera le pone en la pista de que también ella vive con su vida secreta. «Esta mujer tiene mucho mérito: con lo joven que la ves, ha pasado las de Caín, porque la zapatería era de su marido, al que el amante de su madre mató al poco de que se casaran; desde entonces ha tirado ella sola para adelante, y ya va a hacer de aquello quince años».

Una guitarra en la consulta

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