Los abuelos
Hablar de senectud, etapa última del hombre, nos trae cierta desolación, pues desesperanzados nos aferramos a la vida como si realmente viviéramos por siempre. La muerte es un paso hacia una vida nueva y un tránsito hasta la plenitud eterna. Los abuelos somos cancelas abiertas al corazón de los nietos que, a falta de energías, derrumbados día tras día, sentimos todavía el latido de buenos sentimientos.
Somos como árboles viejos torcidos por el tiempo, pero existe en nosotros la savia nueva de la virtud, del fruto. Árboles pasivos, tiernas palomas sin alas, pero contamos con un cúmulo de sonrisas, experiencias y ternuras que endulzan de mimos y caricias a nuestros entrañables nietecillos. Son los encuentros, las acogidas y las manos generosas ofrecidas y nacidas de nuestras intimidades más puras.
Somos viejos muros combativos al tiempo que, aún reconociendo nuestras propias limitaciones físicas, proseguimos en esta tarea difícil de la vida, en un anhelo de siembra, de renuncia de nosotros mismos, incluso decididos a transmitir a estas generaciones, la ciencia de la experiencia y el calor de verdes esperanzas. Somos importantes, amigos y consejeros, o debiéramos de ser ante los peligros, abusos y corrupciones que asolan nuestro país.