LLUVIA ÁCIDA

CÁSPITA

DAVID GISTAU

Los exabruptos en la columna son para la edad del realismo sucio y demás rapsodias de la resaca

HUGHES ha declarado inaugurada la «era del recórcholis». Empieza cuando las autoridades prohíben por contrato –el nuevo contrato social, rescindido unilateralmente el del bienestar– el insulto y la palabrota. Un poco como en aquella distopía de Silvester Stallone, «Demolition Man», que retrataba una sociedad robótica y policial, ensayada ya en el Bernabéu, donde los puntos del carné de ciudadano se perdían por soltar cualquiera de esos palabros malsonantes que Ruiz Quintano suele diluir con unos elegantes puntos suspensivos. Los exabruptos en la columna son para la edad del realismo sucio y demás rapsodias de la resaca. A nuestros años, o se hace precisión, o se intenta ser Gambardella, o se calla uno.

Igual que el recórcholis de Hughes, para adaptarme a esta época que expulsaría a Quevedo de Chamartín por proferir cánticos hirientes contra Góngora hace días que vengo probando con «¡Cáspita!». A lo cual Manuel de la Fuente, a quien jamás perdonaré que me haya enviado un vídeo en el que mi Johnny Cash de la prisión de Folsom canta el villancico del tamborilero de Raphael, ha replicado proponiendo albricias, jopelines y creo que sapristi y canastos, todo muy don Pantuflo, la verdad. No sé si no deberíamos apostar mejor por la línea capitán Haddock, alcornoque, grumetillo, basi-bozuk, tonerre de Brest. Personalmente, no tengo inconveniente en llenar de puntos suspensivos mis ataques de ira de ahora en adelante. Puedo mentalizarme para decir jopelines incluso si me empatan la final de la Copa de Europa en el minuto 93. Pero quiero recordar la función terapéutica atribuida al insulto por Cela, cuyo Pascual Duarte hizo la observación de que en Madrid ni siquiera las discusiones más vehementes llegaban a las manos porque la gente se vaciaba insultándose.

También la función política se resentirá. Precisamente ahora, la campaña más insultante de la democracia, que fue la del «Pásalo», es objeto de riña por quienes tratan de apropiársela. La reclama Podemos, no sé si para demostrar que ya le ganó unas elecciones al PP y que por tanto puede volver a hacerlo, lo cual convertiría a Zapatero en un personaje todavía más accidental de lo que sospechábamos, pues ni de las conspiraciones habría sido propietario. La idea de que el «Pásalo» pudiera pertenecer a Podemos convierte a Pablo Iglesias en una criatura mitológica, inmortal, que al menos una vez por generación se aparece en la Tierra para castigar a la derecha como a Gomorra y luego vuelve a ampararse en la clandestinidad de los profetas, que creo que se llama campus de Somosaguas en su actual encarnación. Deberíamos revisar las fotografías y las pinturas de nuestro pasado. Empiezo a temer que cada vez que hubo en España un rey depuesto, o un espasmo revolucionario, o un partido de solteros contra casados, o simplemente un derechista obligado a correr mientras le azotaban el culo con una toalla mojada, al aplicar una lupa descubriremos que siempre estaba Pablo Iglesias sonriendo maléficamente.

CÁSPITA

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