CRÓNICAS DE PEGOLAND

FIEBRE ALTAEN LAS GRADAS

RAFAEL RUIZ

Si quieren empezar a controlar el problema de la violencia en el fútbol, empiecen por el deporte infantil. Eso sí son ultras

TENGO un hijo de ocho años que juega en un equipo de fútbol base de Córdoba. Los chavales son voluntariosos y buena gente, más centrados en pasarlo bien que en una competencia ciega que solamente existe en los ojos de los mayores, en sus frustraciones y sus desesperanzas. Y la gente que trabaja con ellos, disculpen si me ahorro los nombres para que no parezca que quiero que el niño juegue de titular, son unos tipos con un proyecto educativo de crecimiento personal en la cabeza.

En el tiempo que llevo asistiendo a este tipo de partidos, oficiales o no y en distintos clubes, he visto a padres preocupados por que sus hijos se lo pasen bien y disfruten, y auténticos cenutrios dispuestos a dar el ejemplo justamente contrario del que debería recibir un menor. He visto a entrenadores modélicos, volcados en el trato con los chavles, y tipos vocingleros, faltones, incapaces de tener la mínima empatía que un menor merece. Gente que no debería tener niños a su cargo bajo ningún concepto. Dispuestos a gritarle a una criatura por un mal pase o por un córner en el que la defensa estaba en la luna de Valencia como si estuvieran en la Champions. No niego que quieran a los críos, que se da por descontando, sino que pierden la referencia básica de que ellos son, lo quieran o no, ejemplos de comportamiento. Siempre. En todo momento.

Me encanta el fútbol, un deporte que desata pasiones. Pero adoro mucho más a mi hijo. No entiendo la competitividad ciega ni la pérdida de papeles insultando a un árbitro adolescente. Ni creo que sea positivo algunos espectáculos que se ven en partidos del fútbol base. Un mayor es el ejemplo más cercano que tiene un crío. Y una cosa es la vehemencia y otra hacer el imbécil en la grada de un polideportivo municipal pensando que el nene va a ser Maradona. Tratar a un niño o una niña como si fuera una estrella que nos va a retirar en un chalé en Fuengirola, es una locura. A un menor ni se le insulta, ni se le menosprecia, ni se le carga con las responsabilidades que no puede asumir. Y el que no esté preparado para esos límites, no debe aparecer por un campo de fútbol sea cual sea su papel.

Después de que corriese la sangre, las autoridadeportivas se han tomado en serio el problema de la violencia en el deporte como suele hacerse en este país: sobreactuando. Y lamentablemente hay varias generaciones perdidas para la redención de ciertos comportamientos. La de mi hijo y sus colegas no lo está. Solo depende de los que estamos alrededor que el asunto se reconduzca. Con educación y calma, que es lo que se espera de alguien con la cabeza sobre los hombros.

El fútbol es un juego. El más bello de todos, pero un mero juego que se creó para la diversión del personal. La próxima vez que hagan el cretino, piénsenlo. Son sus hijos y les están mirando avergonzados.

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